Un hombre cabal
Hace tiempo decidí no escribir más comentarios necrológicos, después de haber hecho bastantes. Interrumpo ahora esa norma autoimpuesta, aunque no voy a hacer exactamente una necrológica, al uso habitual en el terreno periodístico, pero sí me pide el cuerpo decir algo de Andrés Moya, cuya súbita muerte tanto nos ha impresionado a la mayoría. A mí, desde luego. Tres días antes habíamos coincidido en un acto literario y casualmente nos sentamos uno junto al otro, lo que dio ocasión a charlar un buen rato. Hizo un comentario elogioso sobre estos artículos y eso siempre satisface la pequeña vanidad que uno tiene (no tanto porque se valoren, sino porque se lean) y a la vez me habló de un par de asuntos, uno de ellos francamente interesante, que anoté mentalmente para seguirle la pista más adelante.
Con Andrés Moya desaparece realmente una etapa completa de la vida de esta ciudad, que él contribuyó sobremanera a definir tal como ahora la conocemos y eso incluye, como ocurre siempre en toda obra humana, virtudes y defectos, asuntos bien resueltos y otros que no fueron acometidos en la forma debida por lo que derivaron en situaciones comprometidas que, dicho sea de paso, sus sucesores tampoco han sabido resolver de manera satisfactoria. Pero, y esto es quizá lo primero y fundamental que habría que reconocer al tres veces alcalde y una más líder de la oposición es que conocía la ciudad, pateaba la ciudad, vivía al minuto lo que sucedía en cada rincón urbano. La afición de Andrés Moya por las obras públicas fue proverbial y se prestó a más de una amistosa chanza ciudadana sobre su frustrada vocación de albañil, que ejercería hábilmente inspeccionando de manera constante cualquier trabajo urbano, grande o pequeño.
Un factor que siempre me pareció muy valioso fue su percepción del lugar en que vivimos, la comprensión de Cuenca como un ámbito territorial marcado por la naturaleza y el paisaje. Conocía (más aún: amaba) ese amplio fragmento de Serranía que forma parte del término municipal y era capaz de identificar parajes, ríos, montañas y rincones. Tengo la impresión personal de que, en los últimos tiempos, ha decaído en el ámbito rector municipal la consideración de Cuenca como ciudad-paisaje, como centro de un territorio de más de 900 kilómetros cuadrados en el que brilla esplendorosamente la naturaleza y ello conduce -insisto: es una percepción sin datos- a olvidar o no apreciar suficientemente el inmenso caudal de riqueza natural que poseemos desde la línea por donde circula el Tajo hasta llegar a la ciudad edificada.
Andrés Moya nació a la vida política por designación directa del gobernador de turno durante la época franquista y pasó, con toda la elegancia y dignidad imaginables, a la democracia. Los vociferantes muchachos nacidos después de aquel proceso disfrutan infravalorando la importancia de la transición. Quisiera estar seguro de que, en caso de necesidad, la mayoría de ellos sería capaz de hacer algo similar. Andrés Moya lo hizo, como otros muchos. Fue el primer alcalde conquense de la democracia, perdió otra elección y con la más sobria normalidad pasó a ser líder de la oposición y lo fue durante cuatro años, mientras muchos esperaban que dimitiese cualquier día. Entre una cosa y otra había sido senador y presumía, porque podía hacerlo, de ser uno de los firmantes de la Constitución de 1978.
En la historia personal, y en el imaginario colectivo de esta ciudad (ahora ya un tanto descafeinado por razones biológicas naturales) será recordado como el alcalde que resolvió el histórico problema del abastecimiento de agua trayéndola desde Royofrío, algo que en su momento se consideró un disparate. Yo lo recordaré como un hombre tolerante, amistoso, cordial, dialogador. Fue el destinatario principal de las puyas críticas del joven periodista que yo era y sobre ellas conversamos muchas veces, con palabra educada y argumentos razonables. Nunca se enfadó con mis comentarios ni se permitió hacer desplantes o mantener ánimo belicoso hacia los miembros de otros partidos. Más todavía: esta ciudad vivió una época feliz cuando el alcalde Moya acertó a entenderse tan fluidamente con quienes entonces eran dirigentes y representantes del PSOE, obteniendo unos beneficios que a la vista están. Otro gallo nos cantaría si volviese una forma de hacer política como la que protagonizó este hombre cabal que acaba de morir.