Gigantes y cabezudos al son de Tiruraina

Este fin de semana, ciudadanos locales y forasteros visitantes tienen al alcance de todos sus sentidos la posibilidad de contemplar un espectáculo singular, cuyo encanto no todo el mundo sabe apreciar -algunos lo consideran cosa de otros tiempos, una antigualla impropia de los esclavos de la tecnología- pero que lo tiene, y mucho, precisamente por eso, por traer hasta estos tiempos un aire socarrón y ligero, una fantasía que cabalga entre mitos históricos, unas imágenes que hacen las delicias de los niños y provocan la sonrisa en los mayores, un despliegue de colores, un ensueño de sonidos mágicos envolviendo el aire frío de la calle, que por unos instantes se anima y sale de su ancestral monotonía para adentrarse en otro mundo donde son posibles los encantamientos. En fin: el sábado en la parte alta y el domingo por Carretería y sus aledaños, podremos ver a los gigantes y cabezudos, trotando alegremente al ritmo que marca Herminio Carrillo y su tropa de Tiruraina. Sólo dos días, cuando hasta no hace mucho hacían su recorrido urbano durante toda la semana de fiestas. Claro que también había diariamente diana a cargo de la Banda de Música y eso ha desaparecido por completo.
        La tradición de sacar a la calle gigantes y cabezudos se remonta en Castilla a la Edad Media, a medida que las tropas cristianas iban recuperando el territorio musulmán, por lo que probablemente el asentamiento de estas figuras en Cuenca corresponde a esa época, aunque su popularidad surge en los últimos años del siglo XIX. Los gigantes, altos, muy altos, solemnes, caminando con parsimonia, haciendo girar sus cuerpos a un lado y a otro, son cuatro, dos reyes cristianos y dos sultanes islámicos; suelen caminar en pareja pero en ocasiones se entremezclan o escenifican danzas entre todos ellos en los momentos de parada. Caminando a sus pies o por delante van los seis cabezudos, cuya distinción más notable es contar con unas grandes y ridículas cabezas que prácticamente les cubre todo el cuerpo. Van trotando de manera incansable y antiguamente llevaban algún instrumento manual (una escobilla, por ejemplo) con el que intentaban golpear a la chiquillería que, naturalmente, procuraba esquivarlos, entre el jolgorio y alboroto de unos y otros.
        En 1957 se estrenaron los gigantes y cabezudos modernos que el Ayuntamiento encargó al escultor valenciano Octavio Vicent, que poco antes fue distinguido con el Premio Nacional de Escultura. El encargo se había formalizado dos años antes, aprobándose un presupuesto de 21.000 pesetas para los gigantes y otras 15.000 para los cabezudos. No estoy seguro de que las actuales figuras sean todavía las mismas, aunque se que han sido restauradas en varias ocasiones recientes y es posible que continúen siendo las de Vicent.
        Pero el paseo delicioso de estas encantadoras figuras no sería lo mismo si con ellas no caminaran también, siempre entusiastas, siempre animosos, los Tiruraina, que Herminio Carrillo mantiene con un vigor encomiable. La dulzaina (la pita, dicen en algunos pueblos) y el tamboril son sus elementos esenciales, a los que añaden en ocasiones otros instrumentos con los que recrean los sones tradicionales -entre los que de vez en cuando meten alguna morcilla modernista, para estar al día- que alegran las frescas mañanas agosteñas de Cuenca. Disfrutemos de este espectáculo, ahora que aún podemos verlo y que, encima, es gratis, cosa insólita en estos tiempos mercantilistas. Es una cuña medieval, un alegato a la fantasía, un momento de dulce y amable relajación.

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