Respuestas ciertas y eternas a lo indudable
Hay que tener mucha fuerza de voluntad para controlar la pluma (dicho metafóricamente: en realidad, el teclado del ordenador) porque la tendencia natural de un articulista veterano en los tiempos convulsos que vivimos es salir también al ruedo de la actualidad para aportar una retahíla de observaciones más a las cientos de miles que ya están circulando por ahí. Me atrevo a asegurar, sin necesidad de contabilizarlas, que nunca un tema había generado tal cantidad de comentarios y los que van a seguir surgiendo después del día uno de octubre, una vez que pase lo que tenga que pasar. Como ha escrito también alguien (todo se ha escrito ya) podemos preguntarnos, estupefactos, cómo se ha podido llegar a esta situación. Pues hemos llegado, eso es indudable, y ni los más listos son capaces de predecir por dónde van a salir las cosas conflictivas que se están viviendo en Cataluña y, de rechazo, en el resto del país. Lo que sí parece claro, también, es que costará mucho, muchísimo tiempo, recomponer una situación que resulte, al menos, tolerable para todos.
Lejos del mundanal ruido, más que ruido, estruendo, que se vive en torno a ese asunto, el resto del país (¿habrá que decir ya plurinacional?) apenas si manifiesta algunos síntomas de inquietud, como dando por hecho que después de la tormenta volverá la calma o quizá valorando que el problema catalán, por muy importante que sea, no va a ser suficiente como para alterar el sosegado ritmo de las cosas ni para ocultar los problemas que cada cual tiene. Y, en efecto, si observamos el latir del calendario podemos apreciar que cada día sigue ordenadamente al anterior, sin que ni el sol ni la luna o las estrellas alteren los mecanismos ancestrales por los que aparecen y desaparecen en el horizonte, como tampoco lo hacen los tiempos estacionales que, contra viento y marea, nos han traído el otoño, para disfrute de poetas melancólicos y buscadores de hongos, cuestiones ambas de verdadera importancia trascendental, más que otras minucias surgidas del empeño de quienes gustan llamar la atención y ser constantemente el centro del universo mediático.
Para las tierras del interior, cuya última reivindicación de mediana importancia tuvo lugar en tiempos del emperador Carlos, cuando el descafeinado levantamiento de las Comunidades apenas si provocó alguna humareda resuelta con unas cuantas cabezas cortadas, esta que ahora empieza es una época especialmente fecunda. Casi todo lo bueno e interesante suele suceder por aquí en otoño, empezando por la singular belleza cromática que adquieren los paisajes naturales dando forma a un espectáculo visual cuya contemplación nunca casa y que siempre, pese a su aparente repetición anual, ofrece matices diferenciadores de importancia. Con el otoño empieza también el curso, concepto que no tiene solo un contenido académico sino que se extiende hacia horizontes más amplios, para abarcar prácticamente todo lo que se mueve, incluyendo las personas aisladas pues no son pocos los que salen del verano arropados por las más benévolas intenciones y proyectos, incluyendo la decisión definitiva de, ahora sí, aprender inglés. Para enriquecer nuestras ansias de cultura y afición a las novedades, pronto aparecerán por docenas colecciones de fascículos, libros y objetos variados, la mayoría perfectamente inútiles, lo que no impedirá su maniática adquisición.
El otoño nos traerá ofertas lúdicas, invenciones entretenidas, sugerencias gastronómicas, incitaciones a ir de acá para allá, a la búsqueda de lugares ignotos, cuando más lejanos, mejor, dando por supuesto que lo más próximo está ya bien conocido, a pesar de que la experiencia demuestra que siempre hay algo nuevo dispuesto a ser hallado, como si de un descubrimiento se tratara. Ni siquiera los chopos, dócilmente alineados en las riberas de los ríos, son siempre los mismos ni su esplendor cromático se repite puntualmente. La naturaleza cumple un ritual rítmico, ya lo sabemos, pero eso no le impide resultar en cada ocasión más esplendorosa que en la anterior cita o sorprendernos con matices que no fueron percibidos anteriormente. Sobre esto no hay dudas. No sabemos qué va a pasar a partir del 2 de octubre pero sí sabemos, a ciencia cierta, que los paisajes que nos rodean van a seguir ofreciéndonos un día tras otro la inmarchitable belleza que se recrea, cada otoño, desde hace millones de años. Porque, como escribió Scott Fitzgerald en El gran Gatsby, “la vida empieza de nuevo con el aire frío del otoño”.