El olvidado Día de Europa
Pasó la tempestad electoral y entramos en otra, no menos tempestuosa pero quizá más sosegada, la que debe llevar a la formación de las nuevas corporaciones. En algunas, como la Comunidad Autónoma, la cosa va a ser bastante sencilla, porque no hay nada que discutir ni consensuar. En otras, como la Diputación, tampoco hay más misterio que conocer cual es el nombre elegido por el PSOE para hacerse cargo de una institución que durante décadas pareció desempeñar un papel secundario pero que en los últimos tiempos se ha convertido en un elemento de enorme importancia a la hora de tomar decisiones de hondo calado, reflejo directo de su potencia económica. En los Ayuntamientos, como sabemos, hay de todo, desde los que lo tienen muy claro hasta los que se encuentran en situación verdaderamente complicada. Todo eso quedará resuelto en apenas dos o tres semanas, de aquí a mediados de junio.
En muy pocos sitios (desde luego, en Cuenca no) se ha hablado, en serio, de la otra elección, la que tenía la papeleta más larga, por la cantidad de nombres incluidos en ella. A casi todo el mundo la alusión a Europa parece ser algo exótico, lejano, que interesa solo a los miembros de la élite política, poco que ver con los intereses cotidianos de la gente. Me pregunto por qué la idea de Europa, la construcción de Europa, la concepción de Europa como un ámbito de convivencia, de progreso, de libertad, de coincidencia cultural, no ha conseguido calar profundamente en el ánimo de los europeos, a pesar de que todos podemos disfrutar, en cualquier momento, de indudables ventajas, como la de poder viajar tranquilamente, sin pasaportes ni fronteras, de un país a otro, por citar un hecho que resulta asequible a cualquier ser humano, sin necesidad de apelar a cuestiones más trascendentes como el mercado, la legislación conjunta, la apertura del mercado laboral o el desarrollo de normativas coincidentes. Todo eso está siendo puesto en peligro, como sabemos, por esas doctrina suicidas (y, sin embargo, obtienen votos, muchos votos) que pretenden interrumpir esa línea de progreso civilizado para devolvernos a las cavernas.
Hay, quizá, un detalle menor pero que a mí me ha parecido muy significativo para poner de manifiesto en nuestro propio ámbito local este lamentable abandono de la idea europea. Hace unos años se celebraba en Cuenca el Día de Europa, el 9 de mayo. En uno de ellos, se bautizó el Parque de Europa, en el que se instaló un gran mástil donde ese día se izaba la bandera de la Unión, en presencia de cientos de niños de los centros educativos y, por supuesto, de las autoridades, encantadas de pronunciar encomiásticos discursos conmemorativos. Aquello se olvidó. Ya no hay celebración, ni bandera, ni niños estimulados a participar en una fiesta continental. He tenido la curiosidad de investigar si en esa jornada se hizo algo en algún lugar de nuestra Comunidad Autónoma: en Albacete, Ciudad Real y Toledo. En el repertorio de actos, la casilla de Cuenca está amargamente vacía.
El 9 de mayo de 1950, el ministro francés Robert Schuman pronunció un discurso en el que, con ánimo profético, exponía su idea de una nueva forma de cooperación política en Europa que hiciera imposible una nueva guerra y, en cambio, estableciera mecanismos de cohesión y progreso en un marco de libertad y democracia. Quienes dentro de unos días se hagan cargo de la gestión de las nuevas corporaciones locales deberían incluir, entre sus objetivos, recuperar en Cuenca la celebración anual del Día de Europa para sentir, todos, que no estamos solos ni encerrados en este microcrosmos. Somos europeos y no sólo porque llegan subvenciones.