He aquí una frase tópica: este es un verano atípico. La oímos decir docenas de veces al cabo del día, en la calle o en un establecimiento, en los informativos de cualquier clase. Por supuesto, la expresión abunda en el lenguaje político, siempre listo a captar y asimilar cualquier frase que, con independencia de su contenido semántico, suene bien, la gente la entiende a la primera y todo el mundo se siete muy a gusto de ver (de oír) que los dirigentes políticos también saben hablar como la gente de la calle.

            En este atípico verano nos encontramos una ciudad, Cuenca, vivísima de gente, llena de turistas por todas partes, como si no hubiera pasado o estuviera pasando nada. Los hoteleros, que daban ya por segura la ruina, se encuentran, felices y contentos. Haciendo su agosto, que para eso está colocado este mes en el calendario.

            Al otro lado de la balanza no hay nada. El Ayuntamiento (también otras instituciones) decidieron hace tiempo, mucho tiempo, que este verano nos quedábamos sin fiestas, sin conciertos, sin festivales, sin toros, sin cabalgata, sin nada. Mientras, Estival sí ha venido; el festival de Almagro, también, como el de Granada o el de Salzburgo y otras muchas citas festivo-culturales están en el horizonte, dispuestas a mantener el tipo y desafiar la amenaza del coronavirus que, aparte otras incidencias, lo que pretendía (y lo consigue en parte) es acobardar a la timorata sociedad del consumo fácil.

            Está bien la actitud prudente del Ayuntamiento de Cuenca, renunciando a hacer cualquier cosa. ¿Está bien? ¿O quizá hubiera estado mejor tener el atrevimiento de moverse un poco, solo un poco? Para mantener el tipo, vaya. Y para que no solo las terrazas de los bares estén llenas, ajenas a las medidas de prudencia, distanciamiento personal incluido. Hubiera estado bien un poco de música, algo de alegría. Para ilustrar el verano, que no sólo de beber cerveza y tomar el aperitivo vive el hombre.

 

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