Hay un buen alboroto mundial a cuenta de Facebook y su cómoda tolerancia hacia los desalmados de todo signo y condición que aprovechan los fáciles canales de comunicación del sistema para difundir todo de mensajes calamitosos, insultantes y denigrantes para los colectivos que no les gustan y que, casualmente, suelen ser los más desfavorecidos. Es lo que ahora se llama “el mensaje del odio”. Por las buenas, Mark Zuckerberg no quiso atender incitaciones a la prudencia; ahora que los grandes anunciantes se le están yendo en masa, con el consiguiente deterioro de sus cuentas, parece dispuesto a reaccionar. Aunque, como apuntan algunos analistas que saben de qué va todo esto de las grandes empresas, al final será una tormenta en un vaso de agua y tras el alboroto, todo volverá a ser como era antes.

La libertad de expresión es un bien muy preciado. Qué voy a decir yo, que llevo ya más de cincuenta años metido en el berenjenal de la información, manteniendo siempre como bandera ese derecho fundamental. Lo que ha pasado también siempre es que el principio de la libertad de expresión ha unido a otro no menos importante: buscar la verdad por todos los medios posibles, seguir los datos, contrastar opiniones, analizar los hechos, extraer consecuencias. Y estas últimas cuestiones se han degradado de manera tan considerable que la libertad de expresión se convierte en un mecanismo perverso porque, a su amparo, la manipulación, la mentira, la distorsión y los insultos circulan alegre y alevosamente. Ahí es donde se quiebran los principios que parecían inmutables.

Personalmente, hace meses que no alimento el Facebook local, conquense, en el que nunca fui muy activo pero sí aportaba de vez en cuando ideas, comentarios o fotos. La llegada de la pandemia me dejó horrorizado al encontrar, en personas que se consideran “mis amigos” tal cantidad de despropósitos, emitidos con la más insana permisividad que decidí retirarme a segunda fila y ya no aporto nada a la red. Naturalmente, hay una responsabilidad primera, la de quienes dicen y escriben tales cosas, sin importarles nada el respeto a la verdad ni la elegancia en la expresión. Facebook se ha convertido en un vehículo apropiado para difundir la mentira y el insulto. Es lógico que se busquen los mecanismos para intentar corregir esa situación.

Ocurre también a través de otras redes sociales, como las establecidas por los periódicos digitales. En ocasiones, me produce auténtico pánico leer en Voces de Cuenca algunos comentarios que hacen sujetos descerebrados ante noticias de cualquier signo, con el agravante de que, en este canal, abundan los anónimos, recurso verdaderamente ignominioso en cualquier caso. Ese es mecanismo que ningún periódico serio debería admitir.

(En la foto, el mensaje que ha dado lugar a la campaña contra Facebook)

Deja una respuesta