Quienes, siguiendo los tópicos al uso, tienen una idea preconcebida de cómo son las iglesias románicas, quedarán verdaderamente admirados ante (y dentro de) la iglesia de Valdeolivas, sorprendente y original edificio, por muchos motivos singular, que ha podido llegar hasta nosotros sobreponiéndose a un sinfín de avatares, que en diversas épocas han procurado atentar contra su esencia, pese a lo cual lo que tenemos a la vista es ciertamente admirable.
Pensemos que inicialmente era una iglesia románica de una sola nave, a la que ya en el periodo gótico se le añadieron otras dos, pero en cambio actualmente solo hay dos (y no tres), resultado irregular y disforme de una reforma relativamente moderna. Similar suerte ha corrido la torre, que ha perdido uno de sus cuerpos.
La construcción se inició nada más concluir la Reconquista en esta zona, a caballo entre el final del siglo XII y comienzos del XIII, un periodo especialmente fecundo en toda la comarca que formó parte del ducado del Infantado, en el que se encuentra Valdeolivas, en un espacio de fructíferos olivares que forman la marca de identidad de la comarca y del lugar.
Dejando a un lado el prolijo relato de los avatares técnicos, muy laboriosos, emplearemos nuestro tiempo en disfrutar de la considerable oferta estética que surge de la iglesia, tal como está hoy y que desde el exterior nos permite admirar la que, sin duda, es la torre eclesial más airosa, esbelta y elegante de todas las que forman el repertorio provincial. Es de planta cuadrada. Tenía tres cuerpos en la estructura básica y otros dos superiores para alojar campanas, pero amenazando ruina, fue preciso desmontarla y reducir su elevación.
La portada se encuentra ahora en una posición diferente a la que tuvo en su disposición original, al ser trasladada durante las obras de reforma. Es de época isabelina y se forma con sencillo arco de medio punto sobre el que figura una cruz inscrita en un marco de la misma forma. Y si continuamos recorriendo el exterior del templo, llegaremos a la cabecera, formada por un ábside de pureza románica, ahora felizmente visible al haberse eliminado algunas de las edificaciones privadas que se le habían ido anexionando a lo largo del tiempo. Pasemos ahora al interior de la iglesia de Valdeolivas, donde nos espera, precisamente en el ábside, una de las grandes sorpresas de esta obra singular, quizá el de mayor monumentalidad de la época.
La fábrica es de sillería y se decora con dos grupos de tres columnas que se unen en la cornisa por medio de un capitel sin decoración pero lo que resulta realmente magnífico y único es el conjunto pictórico que lo cubre, unas pinturas murales de carácter excepcional, ya que no existen otras de semejante naturaleza en el conjunto de la provincia. Se trata de un Pantocrator con el Tetramorfos y el Apostolado, que fueron pintados entre 1230 y 1325, esto, es, pueden ser clasificadas como románico de transición. Pese al misterio total que se cierne sobre este trabajo, cabe la posibilidad de que fuera ejecutado por monjes del Císter, del próximo convento de Monsalud.
En el centro de la bóveda se encuentra la figura del Pantocrator, en actitud majestuosa y dominante como corresponde al Padre Eterno, circundado por la mandorla mística, posición desde la que bendice al mundo con la mano derecha mientras muestra el libro de la Ley Divina con la izquierda. En otra mandorla están incluidos los símbolos de los cuatro evangelistas, dispuestos de manera simétrica. A ambos lados del Pantocrator se sitúan dos grupos en disposición piramidal representando a los doce apóstoles. Todo ello, contemplado en la penumbra casi mágica que envuelve el interior de la iglesia, sorprende a la vez que subyuga, tal es la majestuosa y cálida belleza que desprende este singular conjunto pictórico.