Planificar con sentido común
Una vez más (y me parece que ya van cuatro, o quizá sean cinco) se ponen en marcha los mecanismos necesarios para intentar dotar a Cuenca de un Plan Municipal de Ordenación Urbana que venga a sustituir al que de manera tan irrazonable entró en vigor hace ya veinte años y que ha sido preciso modificar puntualmente en más de 50 ocasiones para adaptar sus insensatas previsiones a la realidad de cada momento. Naturalmente, no es posible prever en estos momentos si el nuevo intento podrá llegar felizmente a su término o si, como ha ocurrido con los anteriores, quedará embarrancado en cualquier recodo del tortuoso camino que es preciso recorrer, pero como los seres humanos son, a fin de cuentas (y pese a que se pueda pensar lo contrario) optimistas, estoy por creer que ahora sí será posible llegar a buen puerto. Por lo menos, ese es mi deseo personal. Parece cosa disparatada que una ciudad pueda funcionar e incluso existir sin ese soporte fundamental que es el Plan de Urbanismo; pues ya lo ven, como en Cuenca todo es posible, esto también.
De acuerdo con lo acostumbrado en estos casos, los responsables del estudio han hecho una primera comparecencia pública, llevando la voz cantante quien dirige el equipo, el urbanista José María Ezquiaga, cuyas primeras declaraciones aparecen envueltas en sentido común, algo siempre muy de agradecer, sin ostentosas afirmaciones difíciles de cumplir y sin prometer sacar de la chistera ninguna solución milagrosa para cuestiones que llevan pendientes más de un siglo. En esto, como en casi todo, no hay fórmulas mágicas; solo la racionalidad, la firmeza en los criterios, el conocimiento de lo posible, una visión conceptual abarcadora del todo y un toque de juiciosa originalidad pueden ayudar a ordenar el pavoroso caos en que se ha convertido el casco urbano de Cuenca, organizado a patadas improvisadas según las modas de cada momento y los caprichos del alcalde de turno.
De las diversas cosas que hemos podido leer en estos días a partir de esas primeras declaraciones una que me parece muy juiciosa es la que aspira a contener el plano urbano en sus límites, resolviendo primero los numerosos huecos existentes antes de pensar en continuar expandiéndolo a tontas y a locas, como ha sucedido en los últimos tiempos, en que la idea dominante era la contraria, o sea, construir a toda costa, sin límite alguno, para edificar una ciudad capaz de contener a 250.000 habitantes (previsión del actual plan) como si el simple hecho de tener miles de viviendas vacías ya fuera suficiente para que sobre ellas cayeran como maná del cielo las personas dispuestas a ocuparlas. El resultado de ese disparate lo tenemos a la vista, con las numerosas parcelas sin edificar que hay por todas partes y que alcanzan su culminación en el utópico polígono Villa Román IV, urbanizado por completo, con sus viales, sus semáforos, sus columnas luminosas, sus arbolitos que nadie riega y sus parcelas vacías que se van comiendo los matojos. Símbolo visible, y lamentable (hay otros muchos casos similares en esta España absurda que nos ha tocado vivir en los últimos tiempos) de lo que no debería hacerse más.
Resolver esa cuestión y priorizar la homogeneización del plano es un buen criterio y por supuesto, también lo es otra idea expuesta por el equipo urbanista, buscar el equilibrio comunicativo entre las dos Cuenca, la moderna y la antigua, con la tercera, la que está desperdigada en docenas de urbanizaciones en un radio de 30 kilómetros, desde donde sus habitantes se vuelcan sobre la ciudad, en coche naturalmente, para contribuir así a aumentar los placeres de circular por nuestras calles. En el fondo, como envolviendo esa problemática cotidiana, están los viejos temas pendientes, alguno con siglo y medio de vigencia, como la estación del ferrocarril y sus vías, a los que se añaden como cosa nueva (ya va siendo también antigua) la disparatada ubicación de la otra estación, la del AVE, y otros cuantos asuntos más que no es cosa de enumerar aquí, por bien conocidos y porque, sin duda, están también en el catálogo de cuestiones que es preciso afrontar.
Las intenciones expuestas son buenas y, sobre todo, razonables. A medida que avance la redacción del Plan se irán conociendo detalles y ello dará pie, con toda seguridad, a nuevos y quizá sabrosos comentarios.