Graves dilemas en el horizonte inmediato
      Como vivimos en un tiempo confuso y contradictorio sucede que, mientras por un lado se difunden y propagan intensas medidas encaminadas a defender la privacidad de los seres humanos y el derecho que cada uno de nosotros tiene a pensar, vivir y hablar como la parezca oportuno, de otro nos mostramos alegremente inconscientes exponiendo públicamente cualquier aspecto de esa intimidad que pretendemos mantener como principio intocable e impoluto. Por eso me sigue maravillando el desparpajo con que tantas personas, cada vez más seguramente, hablan en voz alta utilizando el móvil, y da lo mismo que sea en medio de la calle, en una cafetería o en el autobús lo que permite a los demás, oyentes involuntarios, enterarnos de cuestiones de la más estricta intimidad. Nada importa y ninguna prudencia parece ponerse en juego. Ahora los espías lo deben tener muy fácil: ya no hace falta arrimar la oreja a una puerta ni desarrollar sofisticados sistemas de escucha.
      Caminaba yo tranquilamente por una calle cualquiera de nuestra ciudad cuando coincidí con un joven que me adelantó mientras hacía eso que digo, o sea, hablar en voz alta con el móvil. La frase que dijo en ese instante fue muy expresiva: “Como la campaña empieza el viernes santo, aclárame si ese día voy a pegar carteles o de procesiones”. Grave dilema, efectivamente, y más para quien tiene el corazón dividido entre la obligación y la vocación.
      Cuando escribo este artículo sabemos cuándo serán las municipales, autonómicas y europeas, gracias a que, por fortuna, corresponden a un calendario estable, pero no lo que sucederá las generales, sujetas al albur de lo que en cada momento decida el presidente del gobierno, situado ante un grave dilema: pronto, tarde o más tarde. Aún no hemos salido de la resaca de lo que pasó en Andalucía ni del sobresalto de la moción de censura y ya tenemos por delante un horizonte electoral bien nutrido. En los comienzos de la democracia, ir a las urnas era una fiesta muy divertida y estimulante, en la que participábamos con verdadero entusiasmo, animados además por un gobernador civil encantado con toda la parafernalia electoral, que manejaba eficazmente, dicho lo de manejar con la mejor de las intenciones. Pasado el tiempo, se detecta un claro cansancio, desinterés o apatía en las generaciones que han venido detrás; los índices de abstención lo manifiestan y el esclerótico mecanismo de los partidos (los clásicos y los nuevos) no ayuda a promover el entusiasmo. Con esas perspectivas, se abren ante nosotros muy turbios horizontes y graves dilemas.
      Como el que tienen los responsables de elaborar las listas. Conocemos ya los nombres de casi todas las personas que van a encabezar las candidaturas municipales, pero sabemos muy poco de los que irán detrás. En unos casos, los partidos impondrán los aspirantes a concejales; en otros, es posible que el primer candidato tenga capacidad suficiente para elaborar su propia lista, dando un golpe encima de la mesa como ha hecho Carmena en Madrid. Esos nombres son importantísimos, porque pueden hundir alguna candidatura. Un par de ellos, que ya circulan por ahí, de boca en boca, me han producido auténticos escalofríos. ¿Alguien puede contar con semejantes individuos, con tales historiales anteriores? Pues sí, al parecer siguen teniendo la habilidad necesaria para colarse, de frente o de rondón, en una lista encabezada por una persona de bien. Grave dilema tienen los candidatos para acertar en la búsqueda de lo más conveniente.


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