El libro de la memoria
El problema de cumplir años y de haber estado con frecuencia en numerosos fregados es que los recuerdos se van acumulando, a veces en forma tan desordenada que es preciso recurrir al archivo de notas para ponerlos en su sitio, cada uno en el lugar temporal y físico que les corresponde. Ello sin contar con el ingrediente que aporta la nostalgia, elemento mental peligrosísimo, que distorsiona los hechos para acomodarlos a lo que el ánimo desea, tanto para bien como para mal. En esas cosas pienso, en vísperas de que vuelva a Cuenca una celebración institucional con la que se intenta visualizar la formación y nacimiento de nuestra Comunidad Autónoma, de la que se ha desprendido todo lo que antiguamente hubo de fiesta popular, de concentración masiva de gentes venidas de toda la región para sentirse más o menos solidarias con lo que pareció, en sus inicios, una idea utópica, poco menos que irrealizable, casi una broma, empezando por el nombre elegido para bautizarla y pasando con los múltiples problemas y disputas para intentar definir sus contornos e integrantes: con Madrid o sin Madrid, Albacete dentro o fuera, Castilla entera o fragmentada, cómo encajar a la siempre díscola Guadalajara (que, por cierto, sigue yendo a su aire en materia universitaria y bancaria).
No está de más, creo, recordar que el primer paso se dio en Mota del Cuervo, a donde acudieron parlamentarios de las cinco provincias animados con el solo pensamiento de que algo había que hacer. Empezaba la democracia a recorrer su camino, las regiones históricas ya avanzaban con paso firme para conseguir lo que llevaban intentando durante siglos y el resto del país ante la perspectiva de quedarse fuera o atrás (que quizá viene a ser lo mismo) reaccionó buscando también algo similar. A trompicones empezó al rosario de reuniones y ahí es donde se van mezclando los recuerdos. En los inicios, se hicieron algunas en el salón rojo de la Diputación de Cuenca y allí, en los debates estatutarios, empezó a despuntar la verborrea de un joven abogado de Albacete, José Bono, que en seguida tomó la delantera en planteamientos dialécticos; podría decirse que era de los pocos que sabía bien lo que quería mientras la mayoría de los demás se dejaba llevar por los acontecimientos, con más dudas que certezas sobre lo que estaban haciendo. Es inevitable recordar el frío intenso de la iglesia de Santa María, en Alarcón, donde finalmente se aprobó el Estatuto de Autonomía, que debería haber merecido el calor popular suficiente para envolver al menos en afectos el que debió ser un día histórico. La foto que precede a estar líneas recoge la presencia de los parlamentarios conquenses en aquel acto.
Un 31 de mayo se constituyeron las primeras Cortes Regionales y eso es lo que, desde entonces, se viene celebrando tal día de cada año. En la memoria quedan los sucesos que fueron jalonando el desarrollo de la Comunidad, con episodios ciertamente escabrosos, en el que ocupa lugar destacado el debate sobre la capitalidad, que tantos traumas provocó en Cuenca, sin que probablemente se hayan conseguido eliminar del todo o el no menos polémico y frustrante origen y desarrollo de la Universidad, sin olvidar el notable episodio de constitución, casi a la fuerza, de la Caja de Ahorros regional, cuyo destino último todavía nos sigue pareciendo desconcertante, por no decir palabras mayores.
Sobresaltos aparte, las gentes empezaron a tomar conciencia de que existía Castilla-La Mancha y nos fuimos acostumbrando a saber que ya no había que recurrir constantemente al Estado para resolver cuestiones domésticas. Y empezaron también las celebraciones colectivas. Había certámenes de pintura de ámbito regional e incluso Juegos deportivos que, siguiendo el rastro de las Olimpiadas, concentraban cada cuatro años a los jóvenes deportistas de la región. El Día de la Región, por turno sucesivo entre las capitales de provincia primero y localidades de importancia después, era una cita importante para ofrecer espectáculos musicales y folklóricos. Y era, sigue siendo, el momento adecuado para entregar distinciones y reconocer méritos. Este año, en Cuenca, será Raúl del Pozo la persona que recibirá el más alto premio que concede la Comunidad Autónoma. No hace falta desgranar muchas palabras para decir hasta qué punto es un acto de justicia y, a la vez, un acierto de quienes sean los responsables de haber tomado tal decisión.