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Giran las aspas cervantinas en la Mancha
            
Van pasando los días, y con ellos, sin mucho entusiasmo según mi personal percepción, la celebración del año cervantino promovido en torno al centenario de la muerte del escritor bien llamado Príncipe de las Letras españolas, sucedida al año siguiente de la publicación de la segunda parte del Quijote, a la que habría de seguir de inmediato la aparición de la que es probablemente su obra más compleja, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, que no pudo ver impresa porque, como él mismo escribió en la dedicatoria al conde de Lemos, en un alarde impresionante de lucidez, tenía ya puesto el pie en el estribo / con las ansias de la muerte que, en efecto, le llegaría cuatro días después.
            Pasa, pues, está pasando, el año presuntamente dedicado a recordar a Cervantes y es cierto que se están organizando algunas actividades, mientras que otras se le añaden, con alguna justificación traída al pelo que a los promotores, sin duda, les parece oportuna. Entre los sitios que se lo han tomado más en serio está Ciudad Real, que este otoño va a desarrollar el que parece excelente y bien nutrido programa de actividades repartidas por los lugares más directa y claramente vinculado a la narración quijotesca, lo que se puede traducir como un intento evidente de patrimonializar la vinculación del Quijote con un sector muy concreto de la Mancha, el que corresponde a esa provincia, sin que las demás hayan reaccionado en similar manera.
            Quizá por eso, en busca de una mínima compensación, he vuelto la mirada hacia el horizonte manchego para posar la vista en el hermoso panorama que ofrecen los molinos situados en la Sierrecilla de Mota del Cuervo, donde sus figuras alineadas forman un hito paisajístico inconfundible. Silenciosos siempre, inmóviles, imbuidos de una serenidad insensible a los rumores ventosos, las tormentas o las calimas angustiosas del verano que ahora perece, estas figuras contra las que Don Quijote arremetió tan briosa como inútilmente (no precisamente en Mota, sino en cualquier lugar de la Mancha) se han convertido en el símbolo más eficaz y definitorio de esta gran comarca. Impresiona ver sus aspas en movimiento, cuando accionan el mecanismo del único de ellos que aún puede ejercer la labor molinera.
            Los molinos representaron en las tierras manchegas una auténtica revolución industrial; llegaban del oriente asiático, o de Grecia, según teorías y aquí encontraron el lugar idóneo para implantarse. Casi todos los pueblos tenían su propio molino; cuando hace años publiqué un trabajo monográfico sobre este asunto pudo localizar más de cien en la provincia de Cuenca. El lugar más abundante, desde luego, Mota del Cuervo, donde el catastro de Ensenada contabiliza 18; en 1860 ya eran sólo 11, con nombres tan sugerentes como El Viejo, El Corralillo o Rebollo, El Pasiquillas, El Tortacheche, El Pitón, El Veterano, El Coleta, El Nano, El Varillero, La Molineta (que solo tenía dos aspas) y El Zurdo. Este último es el único que conserva el nombre; los demás que hoy existen (media docena) son nuevos, reconstruidos y dedicados a países o personas que decidieron patrocinarlos.
            En la sociedad tecnológica y tecnificada de nuestro tiempo, los molinos de viento son un anacronismo, pero tan hermoso, tan emocionante, que la visión de la loma moteña resulta siempre novedosa, por más veces que uno pueda contemplarla, de cerca o de lejos. Y es muy valioso el ritual conmemorativo con que el pueblo mantiene vivas las celebraciones vinculadas a esta actividad centenaria. A la vez que resulta muy meritoria la tarea realizada en otros lugares manchegos para recuperar sus antiguos molinos, que dejaron desaparecer en momentos insensibles, cuando parecía que el único modo de ser modernos era destruir todo lo que se hubiera heredado del pasado y en aras de ese desafuero social se produjeron los destrozos que hoy lamentamos.
            Entramos en el último trimestre del año cervantino que es a la vez, por extensión, un año manchego, porque ninguna región o comarca, en todo el mundo, ha podido contar con un apoyo semejante al que el manco proporcionó a este territorio para difundir sus características geográficas, ambientales y humanas. Y en ese repertorio, los molinos de viento, tan bien representados en Mota del Cuervo, son un hito inconfundible.


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