Remedios urgentes para solucionar problemas
Ahora que parece haberse terminado el culebrón montado en torno a la colección Roberto Polo (aunque nunca hay que descartar una resurrección del tema, teniendo en cuenta cómo van por aquí las cosas) quizá sea conveniente echar un vistazo a uno de los elementos introducidos en el tramo final de las negociaciones entre las partes y que ha venido a ser como el bálsamo salvador para eliminar el conflicto. La iglesia de Santa Cruz estaba ahí, callada, escondida, sin meterse con nadie, vacía desde que la abandonaron los artesanos (uno más de los buenos proyectos frustrados), esperando el momento de su recuperación para cualquier finalidad lícita y provechosa, que le ha salido al camino casi sin comerlo ni beberlo, en forma de recuperación inmediata, eso sí, alterando de manera sustancial el destino que tenía previsto.
La solución del problema planteado ya la conocen los lectores: la Colección Roberto Polo quedará instalada en la Casa Zavala y será inaugurada el 28 de marzo; las exposiciones que pueda promover el Ayuntamiento, empezando por la antológica dedicada a Cruz Novillo se trasladan a la iglesia de Santa Cruz. Y aquí es donde aparece este nombre, este edificio, cuyo origen se vincula a los primeros años de existencia de esta ciudad, inmediatamente después de la conquista cristiana, cuando se construyó, adosado a la muralla, asumiendo así ese doble carácter tan propio de varios de los templos conquenses, a la vez espacio religioso y fortín defensivo, además de aglutinador social de la barriada inmediata.
Por supuesto, como ocurre en casi todas las de Cuenca, esta no es la iglesia original, que debió seguir la línea estilística del románico, con una arquitectura muy pobre, reformada en el siglo XVI y definitivamente configurada, tal como la vemos hoy, en el XVIII por el infatigable Martín de Aldehuela. Lo más llamativo de este edificio es su espectacular ubicación hacia la hoz del Huécar, donde se inscribe formando un poderoso volumen que domina en amplitud el paisaje circundante constituyendo un caso ejemplar de adaptación al terreno. En cambio, hacia el interior del callejero urbano, su presencia es apenas perceptible, encajada en un insólito rincón de la calle Santa Catalina en la que solo la elegante portada renacentista es un elemento llamativo dentro de la severa austeridad del conjunto.
Abandonada tras la remodelación parroquial del siglo XIX, a mediados del XX, sin techumbre y en progresivo estado de ruina, Santa Cruz parecía destinada a desaparecer, hasta que un Ayuntamiento inteligente (que los ha habido) emprendió su recuperación, con un proyecto muy interesante que dio como resultado la instalación de un Centro de Artesanos de feliz memoria. Ahora se han vuelto a hacer obras, cuyo sentido exacto desconozco, para adaptarla a su nuevo destino, el de espacio museístico. Y de esa forma, en muy poco tiempo, podremos volver a cruzar la hermosa portada barroca y encontrarnos, entre otras cosas, con el sugerente espacio interior que forma la capilla que levantó para su personal disfrute el ilustrado Valle de la Cerda.
Todo provisional, en espera de las soluciones definitivas: la Colección Roberto Polo debe ir al Archivo Provincial, que no se sabe (ni se dice) a dónde va a ir a parar; el Ayuntamiento recuperará la Casa Zavala; la iglesia de Santa Cruz podrá recibir la colección de Bellas Artes que alberga el Museo de Cuenca. Eso es el futuro, pero como decía Tirso de Molina en “El burlador de Sevilla”: tan largo me lo fiáis… Cualquiera sabe quienes de nosotros llegarán a verlo.