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De puertas abiertas
            Leo u oigo que el Consorcio de la Ciudad de Cuenca, esa benemérita entidad en buena hora inventada para contribuir a resolver algunos de los innumerables desaguisados cometidos durante lustros en esta ciudad va a poner sus dineros para arreglar algunas interioridades del convento de las petras, así llamadas coloquialmente, aunque su nombre oficial sea otro mucho más rimbombante. La cosa no es nueva: se viene haciendo en los últimos años en no pocos edificios públicos y privados. Lo novedoso es -o a mí me lo ha parecido- que en el acuerdo se incluye una especie de trueque ciertamente interesante, porque a cambio de esa inversión monetaria, la comunidad religiosa se compromete a abrir sus puertas para que los ciudadanos podamos conocer algunas de las interioridades de ese vasto inmueble que ocupa toda una enorme fachada de la Plaza Mayor, que se extiende desde la calle de San Pedro a la de Pilares.
            El ejemplo debería cundir, incluso con efectos retroactivos, porque vivimos en una provincia en la que no siempre es fácil encontrar edificios públicos, sobre todo religiosos, que puedan visitarse tranquilamente, con la normalidad que el caso requiere. El problema se extiende incluso a la capital provincial; hay casos ejemplares, como el de la iglesia de San Pedro (aunque no todo el mundo está de acuerdo con abonar el módico precio fijado para la entrada) o la Virgen de la Luz, generalmente abierta, pero hay otros que gustan de mantener las puertas cerradas fuera de los horarios de culto. Quienes tenemos aficiones viajeras y hemos experimentado en tantos lugares de Europa la costumbre contraria en quienes están encantados a la vez que orgullosos de mostrar con total generosidad la belleza de sus obras de arte no conseguimos entender a qué se debe esa afición conquense por secuestrar a la vista de los visitantes lo que pueda haber de valioso o interesante en el interior de los edificios públicos, sean civiles o religiosos.
            La cosa puede alcanzar tintes surrealistas si hablamos de la provincia. No es cosa de contar aquí anécdotas que podrían venir a ilustrar el comentario; basta con resumir diciendo que, en buena parte de los casos, puede resultar una aventura casi cómica conseguir que alguien encuentre la llave con la que se puede abrir la iglesia del lugar y eso una vez superado el habitual interrogatorio de quién es usted y para qué quiere verla, suspicacia que, por fortuna, va desapareciendo. Es cierto, desde luego, que también abundan ya los ejemplos contrarios, de personas absolutamente amables y generosas que de inmediato abandonan sus ocupaciones para atender la demanda del solitario viajero al que dan toda clase de facilidades y explicaciones sobre las circunstancias del edificio que le interesa.
            Este comportamiento debería ser ya la norma habitual de conducta y no estar sujeto a contingencias varias. Sería suficiente con que se difundiera una especie de normativa, en forma de consejos, para que cada pueblo estableciera un sistema razonable de visitas, incluyendo un aviso en la puerta de la iglesia o ermita en el que se orientara sobre el lugar al que acudir en busca de la llave o informando del teléfono de quien la guarda. La Diputación, que tanto está invirtiendo desde hace años en reparar edificios religiosos podría coordinar este asunto, teniendo en cuenta además su amplia disposición a potenciar el turismo en nuestros pueblos y eso pasa, desde luego, por facilitar la curiosidad o el interés de los visitantes. Y lo que digo de inmuebles religiosos es aplicable también, por supuesto, a los civiles, pues también abundan en muchos lugares casas palaciegas, fincas de recreo, caseríos rurales, de enorme interés, a los que no siempre es fácil acceder.
            No es malo ni perjudicial tener las puertas abiertas, si nada hay que ocultar. Al contrario, pienso yo, resulta altamente beneficioso incrementar el conocimiento de quienes no saben o no conocen. Algunos enormes tesoros artísticos, como la bellísima iglesia del convento de las Petras, se puede ver cuando abre en determinados momentos para los cultos religiosos pero acabados éstos terminan las visitas. Seguramente la mayor parte de esos turistas veraniegos de los que tanto presumen los voceros oficiales no ha cruzado las puertas de esa hermosa iglesia que podría ser visitada como cosa normal en un recorrido turístico. Es, me parece, una asignatura más de las que están pendientes para que Cuenca consiga, como se pretende, ser un foco realmente atractivo.

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