Visión crítica de una vieja ciudad castellana
       La muerte de Miguel Ángel Troitiño, inesperada como todas las que se están derivando de la terrible pandemia que nos acosa por todos lados, ha servido (como, por otra parte, suele suceder) para suscitar un momentáneo interés por su personalidad y su trabajo. En los comentarios publicados se destaca, con rara unanimidad, su notable aportación en la preparación del expediente que sirvió a la UNESCO para otorgar a Cuenca el título, tan manoseado ya, de Patrimonio de la Humanidad. En cambio, se silencia (sólo he visto una ligera alusión en un texto) la que fue, en verdad, su gran aportación al conocimiento de lo que es y lo que significa esta ciudad, su tesis de doctorado con la que a renglón seguido ganó el premio de Investigación Histórica “Ciudad de Cuenca” (sí, hubo un tiempo en que existía semejante premio), del año 1980, bajo el título, bien expresivo, de Cuenca, evolución y crisis de una vieja ciudad castellana. El premio salió adelante gracias a la voluntad firme del jurado y en contra de la opinión del patrocinador del concurso, el Ayuntamiento de Cuenca, que en absoluto estaba conforme con un texto que, lejos de los habituales floripondios que gusta oír, aportaba un análisis histórico, geográfico y urbanístico de una tan grande lucidez, con tan encomiable aporte documental, que el resultado era, sencillamente, apabullante y dejaba al descubierto las carencias y los problemas de una situación nada complaciente.
        En contra de lo que es habitual, el consistorio municipal no quiso saber nada de la edición del premio. Naturalmente no estoy seguro, pero creo que debe ser la única vez en que un trabajo referido a Cuenca y premiado por su Ayuntamiento no ha sido publicado por éste. El autor tuvo que esperar a 1984 y entonces sí vio la luz el libro, editado conjuntamente por el ministerio de Obras Públicas y Urbanismo y la Universidad Complutense. Ese libro es el texto básico, imprescindible, para conocer qué y cómo es esta ciudad lejos, por supuesto (en las antípodas) de los volúmenes decimonónicos que, con gran sorpresa por mi parte, aún siguen siendo citados, como si fueran dogmas de fe, por quienes sienten la afición o el gusto de escribir cosas de Cuenca. En cambio, el libro de Troitiño es escasamente citado. Yo lo suelo hacer, porque es uno de mis títulos de cabecera, al que es conveniente recurrir siempre en algún caso de duda o en la necesidad de encontrar un juicio razonado que ayude a explicar muchas de las cosas que suceden por aquí. Comprendo que ese es un ejercicio que encierra algunas dificultades. La primera, el progresivo abandono de la lectura en profundidad, sustituida por el recurso a brevísimos y lapidarios textos bien envueltos en todos los artificios del diseño, con muchos colorines, imágenes en movimiento y todas las sandeces que están en vigor. Enfrentarse a un volumen de 754 páginas, impreso en negro, sin una sola foto en colores y, lo que es más complejo, cargado de ideas, información, observaciones juiciosas y ¡crítica! mucha crítica no es plato de gusto para todo el mundo.
        Crítico era Miguel Ángel Troitiño con la forma en que la ciudad ha estado evolucionando en los últimos años. El disparatado desarrollo urbanístico de la parte moderna, incontenible hasta que estalló la crisis de hace diez años, y el mal trato sistemático del casco antiguo, ese ámbito que él había contribuido a publicitar con la declaración de Patrimonio de la Humanidad eran cuestiones que le preocupaban seriamente. De todo ello tuvimos ocasión de conversar repetidamente, en encuentros aleccionadores paseando por la Plaza Mayor y aledaños. “Quieren convertir esto en un parque temático y eso va a ser la destrucción de la parte antigua”, razonaba. Él se ha ido; su análisis concienzudo, sistemático, crítico, está ahí, por si alguien tiene interés en leerlo.

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