Vivencias en el interior
           
Era yo un joven periodista que daba los primeros pasos en el oficio, cuando me encargaron una especie de informe sobre la aceptación o rechazo que pudiera producir en diversos sectores la celebración de días festivos entre semana. Naturalmente, cada cual cuenta la feria según le va, de manera que los empresarios se mostraron muy quejosos por esa interrupción en la actividad laboral, negativa para sus intereses, decían, mientras que los trabajadores estaban ciertamente encantados ante el disfrute de un descanso excepcional. Ha pasado el tiempo (mucho tiempo: no hace falta decir cuánto) y aquel viejísimo tema reaparece periódicamente, con similares planteamientos aunque, por lo que me parece leer entre líneas, con muy escaso convencimiento de parte de los interesados, que recurren a los tópicos ya sabidos por aquello de mantener las posiciones y dando por supuesto que nada de lo que digan va a servir para alterar situaciones bien consolidadas.
      Personalmente pienso que nadie se cree que poner un día de fiesta en medio de la semana provoque ninguna crisis económica de considerables dimensiones, como pretendieron hacernos creer en el pasado y aún hoy alguien repite, seguramente porque se aprendió así la lección y no sabe cómo decir otra cosa. Las grandes industrias trabajan 24 horas siete días a la semana y les da exactamente igual que sea fiesta oficial, porque todas las jornadas son laborables. Tres cuartos de lo mismo sucede con las grandes superficies y comercios vinculados, por no hablar del desbarajuste introducido por bazares chinos y fruterías musulmanas, que hacen de su capa un sayo en cuanto a horarios, con general complacencia de los consumidores y el colectivo brindis al sol de las administraciones públicas, siempre dispuestas a mirar hacia otro lado. Si a eso añadimos el considerable número de personas que, en múltiples sectores, tiene que trabajar de cualquier forma los días festivos, llegaremos a la conclusión de que los beneficiados con estos puentes forman un número reducido dentro del cómputo general de la población. Todo ello, como es natural, sin tener en cuenta para nada los colectivos de majaderos que en distintos puntos del país buscan la forma de salir en los medios decidiendo por su cuenta hacer como que trabajan abriendo las oficinas.
       Así, pienso, el número de los beneficiados por puentes vacaciones es reducido, pero importantísimo, porque generan un amplio movimiento económico, algo de singular valor en un país que ha hecho del turismo su principal industria, que si moviliza anualmente a millones de extranjeros mueve también a otros tantos millones que en el interior del país van incansablemente de acá para allá. De manera que quienes se lamentan plañideramente de un presunto daño a la economía nacional por pérdida de jornadas laborales deberían al mismo tiempo alegrarse de los beneficios que se producen a esa misma economía nacional gracias al considerable número de personas que se lanzan alegremente a los caminos tan pronto el calendario se cubre con puntos rojos.
       Todo ello tiene especial valor para las provincias del interior, las que no pueden ofrecer maravillosas playas de fina arena bajo un sol achicharrante y que se ven directamente beneficiadas por esta marejada de desplazamientos. De hecho, nos encontramos en el periodo seguramente más fructífero para estos lugares, como tenemos ocasión de vivir y ver en directo. Son los momentos idóneos para que tantos puntos de nuestra geografía provincial, no solo la capital, ofrezcan la oportunidad maravillosa de poder ser visitados, quizá descubiertos por primera vez, porque si algo caracteriza a los viajeros es su capacidad para el descubrimiento, para la sorpresa. Nos viene a la mente un rimero de nombres -Segóbriga, Uclés, Belmonte, siempre en cabeza del repertorio- en el que se pueden relacionar docenas de puntos atractivos, quizá no siempre bien conocidos o difundidos pero con capacidad suficiente para poder ofrecer una sugerencia que anime a detener allí los pasos y hacer una visita. Sabemos de sobra que, salvo excepciones, es un turismo de no largas estancias, pero con sus limitaciones de tiempo es claro que genera actividad, economía y, desde luego, por encima de todo, conocimiento, quizá lo que más falta hace en estas tierras del interior que parecen encaminadas hacia un aislamiento definitivo, al margen de las grandes cuestiones de la economía nacional.
       Para esos lugares, para nosotros todos, habitantes de ese interior peninsular, bien venidos sean los puentes festivos que animas estos fríos días otoñales.



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