Nostalgia del mar perdido y esperado

       Son incontables las pérdidas, frustraciones o amarguras que la sorprendente epidemia que cayó sobre nosotros a primeros de año, sin que nadie fuera capaz de predecir sus terribles consecuencias ni, lógicamente, acertara a implementar medidas de protección cuando aún era posible hacerlo con algunas garantías; en ese catálogo de ausencias se anotan, en primer lugar, las de los seres humanos, familiares, cercanos o conocidos, cuya sustitución no es posible en manera alguna. Ahora, que el paternal gobierno que nos rige se muestra dispuesto a relajar las severas medidas que se nos impuso, llega la hora de hacer planes para un futuro que, siendo inmediato, próximo, ya mismo, en este mes que empieza, está tan envuelto en vaguedades inconcretas que resulta difícil hacer algo que a los seres humanos nos encanta: previsiones para el porvenir.
       Cada cual se está haciendo ya las cuentas de lo que puede hacer en cuanto nos dejen salir a la calle en libertad vigilada y limitada. Hay gustos para todo, como ha sido siempre en la viña de un Señor que se ha desentendido por completo de su cuidado, dejándonos abandonados a los caprichos de un insignificante virus. Son tantos los aspectos a que atender que la imaginación no da abasto y todos ellos vinculados a actividades lúdicas, sociales, de las que precisan la compañía de otros seres humanos, la proximidad de otras voces, otros contactos físicos, incluso la algarabía del apelotonamiento en un espacio reducido. Estar, por ejemplo, en la barra de un bar en la que se agolpan los demandantes de una caña, y los que están en primera fila van pasando los vasos o copas, de mano en mano, hasta que llegan a los que están detrás y a continuación idéntico recorrido para los platillos con los aperitivos; o estar en un restaurante pequeño, acogedor, amable, en el que los comensales están espalda con espalda; o en un cine o teatro, teniendo al lado mismo la compañía cercana de quien comparte con uno mismo la experiencia colectiva. Por no hablar del placer de estar apretujados en un estadio, sea para un encuentro deportivo o para un concierto de masas.Todo eso va a cambiar, no podemos predecir si de una manera definitiva o solo durante unos meses, los necesarios para que los científicos maltratados por una sociedad injusta que nunca pone en sus manos los medios necesarios, sean capaces de encontrar –lo encontrarán, seguro- la forma de aliviar esta molesta situación.
        En esa recuperación de la normalidad, así la llaman, se dibuja un horizonte en el que aparece el mar. Para muchos ciudadanos, y no solo los que viven en la costa, el mar es una necesidad vital. Lo es desde la percepción de sentir la cercanía de su presencia hasta la profunda satisfacción que genera la contemplación del paisaje dilatado en su extensa dimensión hacia el infinito, pasando por el estimulante placer de sumergirse en él, con más o menos habilidad natatoria, flotando en una tranquila playa o buscando las profundidades mágicas donde anidan seres misteriosos, quizá una sirena o cuando menos preciosas plantas que se agitan con suaves movimientos al compás de las olas que van y vienen. La atracción del mar -el cine nos ofrece maravillosos ejemplos, desde la locura apasionada del capitán Ahab hasta la elegante valentía del capitán Horatio Hornblower- llega intensamente a las tierras del interior, donde seres doloridos esperan ansiosamente la apertura de las puertas que nos devolverán la libertad para volver a sentir la cercanía de ese mar imprescindible para la supervivencia. Aunque sea solo para buscar una silla en un chiringuito en el que tomar una cerveza y leer el periódico, mientras el resto de la familia chapotea alegremente en las aguas de ese mar abierto y generoso.

Deja una respuesta