Cosas francamente mejorables

Mi experiencia viajera me dice que casi todas las ciudades tienen especial cuidado en que las carreteras por las que se llega a ellas ofrezcan una imagen lucida, lo más limpia posible, ordenada e incluso bonita, desde luego iluminada, muy bien iluminada y con la señalización bien puesta, en su sitio, para que se vean bien las rayas y los viajeros localicen en seguida cual es la dirección adecuada para orientar sus pasos en busca del destino deseado.
       Por esas razones misteriosas que uno nunca llega a comprender del todo, unas cosas tan sencillas de saber y tan fáciles de aplicar no tienen vigencia en la siempre benemérita ciudad de Cuenca. No hay excepción: todas las carreteras de acceso a la ciudad se encuentran en pésimas condiciones, de las que solo se libra parcialmente la de Madrid, por aquello de que al ser autovía parece ofrecer un aspecto más saludable, pero ahí terminan sus ventajas. A la de Alcázar, acceso natural para quienes llegan a la estación del AVE, le han lavado la cara, para disimular, pero sin acometer, ni de lejos, la reforma a fondo que necesita una carretera que sigue siendo impresentable. Pero el colmo del desastre, en un nivel absolutamente pésimo se encuentra la que nos trae a los viajeros de Valencia, Teruel y el sureste peninsular, direcciones desde las que, por cierto, se produce hacia aquí un tráfico incesante y ello sin considerar las muy notables aportaciones de los variados pueblos y urbanizaciones situadas en esas direcciones y con mucha vinculación con la capital.
       A esa carretera se le pueden aplicar todos los defectos que he dejado enumerados en el párrafo primero de este comentario, empezando por el infame trazado, con un asfaltado del siglo anterior, sin rayas marcadas (circular por ahí de noche y con lluvia es un auténtico desafío al destino) y con una iluminación detestable, o sea, inexistente. Esos pecados vienen heredados desde que esta vía era competencia estatal, una carretera nacional que el departamento correspondiente jamás atendió; los optimistas podíamos esperar que al producirse la transferencia a la Comunidad Autónoma se produciría un cambio de tendencia, pero miren ustedes por donde, han pasado ya dos o tres años y como si nada. Me corrijo: los puntos kilométricos sí los han cambiado, para que conste quien es el dueño de la ruta. De lo demás, nada. Lo curioso es que al Ayuntamiento de Cuenca, la ciudad perjudicada, tampoco parece importarle mucho. Teniendo en cuenta que por un quíteme usted de ahí esas pajas se aprovecha la oportunidad para arremeter contra el gobierno regional, no alcanzo a comprender por qué los actuales gestores del consistorio no organizan una buena zapatiesta para poner en solfa a los comuneros. (Claro, se me ocurre, también tendrían que hacer lo mismo contra los responsables de las otras carreteras y ahí se encuentran con sus colegas de partido).
       De todas las deficiencias que se pueden marcar en los accesos a Cuenca quizá la más llamativa sea la pésima señalización de interés turístico. De eso se habla mucho, continuamente, pero además de la palabrería, a uno le gustaría ver acciones efectivas, cosas concretas. Ni siquiera hay, en ninguno de los accesos, ese rutinario cartelito que da la bienvenida a la ciudad o el que, en el carril contrario, ofrece la despedida con un amistoso “¡Hasta pronto!”. Y si no está eso, menos aún se ofrecen otras informaciones de interés, como podría ser la lista de ciudades hermanadas con Cuenca, detalle también habitual en otros sitios. Pero más allá de esos aspectos ornamentales, lo verdaderamente terrible es el pésimo estado, la penosa impresión que debe producir unas accesos indignos de una ciudad moderna e impropios si encima es Patrimonio mundial.

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