Las Casas Colgadas ocultas a las miradas
Da un poco de grima contemplar cómo se encuentra ahora el edificio más emblemático de Cuenca, el que sintetiza el espíritu de la ciudad, al menos de puertas para afuera, el más fotografiado, con mucha diferencia sobre cualquier otro. No hay mayor reclamo turístico que las Casas Colgadas y más aún si se las pone en relación con el vecino Puente de San Pablo, formando ambos elementos el paradigma simbólico que tanto atrae a nuestros visitantes y, a lo mejor, incluso a los propios conquenses. Los aficionados a fotografiar el venerable edificio tienen ahora una mala época; si acaso, queda un leve resquicio en los ventanales que se asoman a la hoz del Huécar pero el resto del inmueble se encuentra como vemos, envuelto en la imprescindible malla protectora que oculta lo que está pasando en el interior, una situación que invita, naturalmente, a las más arriesgadas elucubraciones. Porque cabe preguntarse qué está ocurriendo ahí dentro, que están haciendo, cómo nos lo van a devolver, al menos la parte, importante, que está siendo remodelada, que la otra, la del Museo, sí está visible y visitable. Pero el otro sector del edificio, el que fue famoso y apetecido restaurante, el sitio al que era imprescindible acudir para cualquier celebración de postín (incluso, por ejemplo, si unos príncipes recién casados venían a Cuenca durante su viaje de bodas), ese lleva ya cancelado y en mísera posición de abandono una eternidad.
Rehacer la historia de este desastre nos llevaría mucho tiempo y no pocos lamentos. Basta recordar que el mesón-restaurante se cerró en el año 2013, poniéndose en marcha entonces el lentísimo proceso para una rehabilitación que afronta problemas de tipo estructural en forjados y cubiertas junto con el deterioro de las fachadas, principalmente en los recubrimientos de caliza; han de renovarse las carpinterías, en especial las balconadas de la fachada a la hoz y deberá modificarse por completo la instalación eléctrica, fontanería, saneamiento y climatización. Cuando se anunciaron las obras, los voceros de turno, con su habitual optimismo, adelantaron que todo el siempre laborioso proceso administrativo debería desarrollarse de modo tal que en el verano de 2018 pudiera quedar abierta la nueva instalación. Aunque soy algo despistado, me temo que esa fecha ya se ha quedado muy atrás. No lo critico, no es mi intención, solo deseo aportar un dato, acompañado del bondadoso deseo de que el largo camino de amarguras concluya pronto y sea cuando sea, pero pronto, la ciudadanía en general pueda recuperar el disfrute íntegro de las Casas Colgadas, incluyendo en ello poder ir a comer o cenar en las ocasiones propicias.
Se que a los puristas no les gusta esta consideración de las Casas Colgadas como lugar emblemático, simbólico, de la ciudad de Cuenca. En cuanto pueden, nos recuerdan, como si no lo supiéramos, que el edificio, tal como lo vemos hoy, es un pastiche, una recreación, una invención de Fernando Alcántara en los años 20 del siglo XX, rematada por Francisco León Meler en la década de los 60 del mismo siglo. Entre uno y otro ayudaron a forjar la imagen y el contenido de tan singular como llamativo inmueble, último ejemplo superviviente de la que fue, según todos los indicios, una abundante colección de casas voladas sobre la Hoz del Huécar, que hoy solo podemos conocer a través de las innumerables postales que han podido llegar hasta nosotros. Desde un punto de vista práctico, me parece completamente inútil a estas alturas discutir sobre la pureza o trasgresión ético-arquitectónica que pueda esconderse detrás de lo que hoy conocemos. Porque eso, lo que hay y tenemos es, a mi juicio, lo que importa. El cómo fueron antaño o para qué sirvieron son historietas del pasado que tienen su valor, como todas las antigüallas, pero que no afectan para nada a la esencia actual del caso, el que verdaderamente interesa. Las Casas Colgadas, estas que hoy tenemos, son el símbolo de la ciudad. Y merecen ser vistas, admiradas, fotografiadas, en directo o con selfies. Dénse prisa en terminar las obras y eliminen cuanto antes esa espantosa malla metálica que nos oculta la maravilla que hay dentro.