Un visionario de genial intuición
La muerte de Henri Dechanet reaviva los recuerdos de un tiempo intenso, con acaloradas polémicas y algunas atrevidas tomas de posición, en las que no faltó la beligerancia dogmática, siempre a flor de piel para sustituir a los razonamientos. Fueron aquellos unos años vividos de manera apasionada, entre la sorpresa que siempre provoca la audacia de una propuesta inesperada y la inquietud suscitada cuando se penetra en un terreno desconocido, más aún, inexplorado hasta entonces.
La catedral de Cuenca lleva siglos siendo objeto de debate en torno a su situación presente y su destino futuro. Cuestiones como la inacabada fachada, la carencia de torres, singularmente la de campanas, la recuperación de espacios perdidos, como el claustro, la puesta en valor de sus hermosas capillas o la búsqueda de procedimientos de iluminación que pongan fin a su crónica oscuridad vienen siendo tema de conversación y de artículos para todos los gustos. Un momento singular en todo este proceso fue el relativo a la incorporación de una nueva serie de vidrieras que debería sustituir a las que habían sido prácticamente destruidas en su totalidad..
Cuentan las crónicas que la iniciativa fue presentada, de forma ciertamente audaz, por un artesano francés, Henri Dechanet, llegado a Cuenca casi casualmente como profesor de una Escuela Taller y que quedó sorprendido al comprobar la ausencia de uno de los elementos definidores de las catedrales góticas, las vidrieras. Sin duda, el artista estaba dotado de una gran capacidad de convicción, pues logró la atención del cabildo a su propuesta y la comprensión del obispo Guerra Campos, basada en dos puntos elementales: diseñar una vidrieras modernas que vendrían a incrementar la luminosidad y elegancia del templo y él personalmente se encargaría de la realización de todo el proceso. Con una eficacia ciertamente meritoria, Dechanet montó una empresa cooperativa y gestionó de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha la concesión de una subvención de 175 millones de pesetas pero, sin duda, su intervención más notable fue convencer a tres artistas prestigiosos, fuertemente arraigados en la ciudad, de la elaboración de los diseños de las nuevas vidrieras. Gustavo Torner, Gerardo Rueda y Bonifacio Alfonso aceptaron el encargo, siendo el propio Dechanet el cuarto pilar de este grupo de vidrieros ocasionales.
En el mes de enero de 1989, la comisión mixta Iglesia-Junta de Comunidades decidió llevar adelante el proyecto e inmediatamente una destacada nómina de artistas elaboró y publicó un escrito en el que la palabra más suave era “despropósito”. Ajeno al turbulento ambiente y firme en su objetivo, Dechanet siguió adelante con el proyecto. Encomendó la fabricación del material a la fábrica francesa de Saint Just y seguidamente, de una forma ciertamente admirable, dirigió con notable eficacia la ejecución del proyecto que comprendía la elaboración de 80 vitrales nuevos con una superficie de 400 metros cuadrados que traducen, con la perspectiva y la estética del arte contemporáneo, el significado profundo de las vidrieras medievales. Tras cinco años de delicado trabajo, el 24 de abril de 1995 quedaron al descubierto.
Veinticinco años después creo que ya no quedan dudas. Dechanet tenía razón y quienes le apoyaron entonces también. La catedral de Cuenca es hoy un ámbito luminoso, de variedad cromática, abierto, donde el soporte gótico convive sin fisuras con la modernidad de sus vidrieras. Seguramente en vida nadie le dijo a Dechanet qué importante fue su aportación para revitalizar la vieja y hermosa catedral de Cuenca.