No basta con lavar la cara
Larga ha sido la espera, desde que se produjo la primera noticia, cuando estábamos todavía en el siglo pasado, de que el Ayuntamiento se disponía a emprender la operación de salvamento de uno de los inmuebles de mayor calidad arquitectónica y estética de cuantos forman el abundante rosario de edificios que forman el soporte de una ciudad tan repetidamente señalada como Patrimonio de la Humanidad. Rehacer lo sucedido a lo largo de estos años daría lugar casi a una novela de misterio pero dejemos de perder el tiempo en historietas para centrarnos de manera directa en la realidad, que es lo que importa. Y esa realidad nos dice que, al fin, ha empezado la recuperación de la Casa del Corregidor para ubicar en ella, si durante el desarrollo de las obras no hay cambios de opinión (todo es posible en este benemérito lugar) el Archivo municipal, el Museo de Historia de la Ciudad y las dependencias administrativas del Consorcio de la Ciudad de Cuenca.
       La Casa del Corregidor, conocida en algunos momentos como Cárcel Vieja y Casa Pretoria surgió cuando el corregidor Juan Núñez del Nero y Portocarrero decidió construir en el solar ocupado por la antigua cárcel real (su imagen se aprecia con bastante nitidez en las vistas de Van den Wyngaerde) un nuevo edificio que pensó dedicar a su propia residencia, oficinas de la administración y nueva cárcel de la ciudad. El rey Carlos III autorizó la obra en 1769 comenzando los trabajos de manera efectiva en diciembre de ese año.
        El proyecto lleva la firma de José Martín de Aldehuela, quien diseñó un edificio de superficie rectangular y tres plantas de altura en la fachada principal (calle Alfonso VIII) que son siete en la posterior sobre el Huécar, según la costumbre constructiva de esa zona. Es muy elegante y significativa la fachada principal donde hay cuatro grandes ventanas en planta baja y cinco balcones en la principal organizados a partir del eje central en el que se ubican la noble portada, el balcón principal y, sobre él, el escudo real. Las ventanas se cubren con rejas de forja tradicional conquense, de gran calidad (habrá que esperar que a ningún insensato se le ocurra quitarlas).
          Todo esto es muy importante, desde luego, pero tanto o más es que el Ayuntamiento actúe para decidir sobre algo que es de mayor trascendencia: cubrir el puesto de archivero municipal, que lleva vacante dos años desde que se jubiló el anterior titular y eso con el miserable pretexto de ahorrar dinero. Todos los archivos son piezas extraordinariamente delicadas, que necesitan tener al frente profesionales cualificados. El municipal de Cuenca destaca por su riquísimo contenido documental, que merece la pena ser conocido, investigado y difundido y esas son algunas de las funciones de un archivero, no solo llevar papeles de un sitio a otro, sino bucear en los que tiene a su cargo y exponerlos públicamente para conocimiento de todos. El archivo municipal de Cuenca no puede estar en manos de un mequetrefe indocumentado que invierta su tiempo en mirar a las musarañas. Necesita un profesional preparado, como los ha tenido hasta ahora, alguien que investigue y que publique, libros y artículos, para que todo el mundo conozca lo que hay en ese riquísimo legado, que organice exposiciones, cursos, conferencias. Es decir, que sea un archivero de verdad.
          Este es el desafío que tiene ante sí el Ayuntamiento de Cuenca. Bien está lavar la cara del edificio, pero eso no servirá de nada si no atiende a lo fundamental, a lo que hay dentro de la fruta, más allá de la cáscara.


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