Una leve y pasajera cubierta blanca
Hay un sentimiento muy extendido -y no de ahora: la cosa viene de atrás- de que Cuenca se encuentra inmersa en una especie de microclima que nos deja aislados o diferenciados de lo que sucede en el resto del mundo más próximo, como si el cambio climático del que tanto se habla tuviera una peculiar aplicación entre nosotros. Yo mismo lo he podido experimentar en alguna ocasión, dentro de mi total desconocimiento sobre estas cuestiones, cuando regresando a la ciudad desde cualquier otro sitio en el que se estaban dando determinadas circunstancias ambientales (calor, frío, lluvia, nieve) al llegar a las inmediaciones de la ciudad comprobaba un cambio radical que ofrecía aquí unas condiciones totalmente diferentes. Eso es especialmente señalado en el caso de la nieve, que en los últimos años se ha mostrado realmente esquiva con Cuenca, a pesar de caer con abundancia en lugares muy próximos, incluidos los de la inmediata Serranía.
De manera que cuando este jueves, casi sin previo aviso y quizá sin esperarlo, los tejados de la ciudad -precioso el barrio de Tiradores- han recibido una levísima capa nívea, duradera apenas un par de horas, el ánimo se ha sentido reconfortado al comprobar que, en contra de las muy extendidas impresiones pesimistas, el blanco fenómeno no se ha olvidado por completo de nosotros y, aunque con escueta presencia, ha venido a producir esa imagen tan querida, felicidad de los niños y consuelo visual de los mayores, fotógrafos incluidos, aunque en este caso han tenido pocas oportunidades de lucimiento.
Lo que está pasando en el planeta y sobre él, en la capa gaseosa que lo envuelve, viene generando no pocos comentarios, la mayoría a unos niveles de expresión científica que resultan difícilmente asequibles por el común de los humanos y en otros, a sensu contrario, tan ansiosos de llegar al conocimiento popular que derivan en un planteamiento chabacano cuando no demagógico. Siempre es difícil encontrar el punto medio entre ambos extremos y eso lo saben bien quienes se dedican a la enseñanza y deben combatir diariamente con la metodología conveniente para poder llegar con eficacia a oídos y cerebros no siempre predispuestos favorablemente.
Algo está pasando, es evidente, y un buen ejemplo a estudiar es el que tiene que ver con un fenómeno históricamente vinculado a Cuenca, como ha sido siempre la nieve, para llegar a la situación actual, donde su presencia es muy rara. No hace falta remontarse a muchos años atrás, apenas doce o quince, para recordar enormes nevadas que cubrían durante semanas todo el paisaje circundante, con la belleza consiguiente y también con las dificultades derivadas, que tantos problemas causaba, lo mismo en los viajes por carretera que en el normal abastecimiento de poblaciones aisladas. Cualquiera de nosotros puede recordar y compartir bastantes experiencias de ese tipo.
Nevar en la ciudad de Cuenca es ya un fenómeno insólito, algo que se espera y que raramente llega, para envidia general, creo yo, cuando vemos esas imágenes repetidas estos días, de Molina de Aragón, Sigüenza, Ávila, Soria… tantos lugares de media España, por no hablar de las alegres experiencias de quienes ocupan las estaciones de esquí, incluso en el cercano Teruel, mientras las pistas de La Mogorrita apenas si pudieron funcionar, y en precario, durante unos pocos años. No parece posible acudir a ningún mecanismo humano en el que sea posible influir para que se nos proporcione de vez en cuando una buena nevada, así que debemos conformarnos con nuestra suerte, la que sea, y, como último consuelo, ver fotos de otros tiempos.