Los terrenos de la estación del ferrocarril
Estamos en pleno proceso de vuelta a la normalidad y para demostrarlo vuelven al primer plano de la actualidad asuntos eternos que se vienen prolongando de año en año o, por decirlo más concretamente, de corporación en corporación. Parece como si ninguna quisiera darse por vencida, en la infantil confianza de que sus integrantes podrán resolver lo que no fueron capaces de hacer sus antecesores. Es un propósito encomiable, desde luego, aunque tales esfuerzos deben ser contemplados con un mucho de escepticismo, sin descartar que en algún momento pueda sonar la flauta.
En ese ambiente hay que recibir el anuncio de que el Ayuntamiento de Cuenca va a retomar conversaciones con la empresa ferroviaria (o sea, ADIF, o sea, el ahora llamado ministerio de Transportes y no se cuántas cosas más) para ver cómo se pueden liberar los terrenos inmensos que ocupa inútilmente y sin provecho alguno lo que queda de la estación del ferrocarril, aquel mecanismo que la ciudad recibió con tanto alborozo a finales del siglo XIX para después ver cómo se ha ido diluyendo hasta quedarse en casi nada. Y sin perspectivas de recuperación.
En los orígenes, a nadie le preocupó la ubicación de la estación, en un descampado alejado de la ciudad, ocupado solo por almacenes, cocheras y talleres. Los problemas aparecieron cuando llegó la hora del crecimiento desordenado y sin planificar y la estación pasó a estar prácticamente en el centro, con unas vías que dividían la ciudad en dos, haciendo que empezaran a surgir voces y comentarios pidiendo una mejor solución para ese sistema, a semejanza de las que acometieron en otros muchos lugares que consiguieron integrar el trazado ferroviario generalmente mediante el soterramiento de las líneas o con pasos elevados, inventos que aquí no tuvimos la fortuna de conocer.
Las primeras gestiones para dar un nuevo carácter a la situación se plantearon en 1991 mediante la recalificación de los terrenos en el seno de una gigantesca operación urbanística que debería revertir pingües beneficios a la empresa ferroviaria más los que recibiría el propio municipio mediante la dotación de espacios de uso público. Era un paso acorde con la brutal especulación que sufrió nuestro país en los años del desmadre inmobiliario. Se hablaba de 5.000 viviendas, con edificios de hasta once plantas, varios hoteles, un centro comercial. Hubo conversaciones, negociaciones, amagos de acuerdo, todo ello evaporado con el humo de la fantasía y entre las críticas de quienes calificaban de disparate social y económico lo que se estaba promoviendo.
Desde entonces y hasta hoy, cada corporación saca del cajón su propio proyecto y emprende de nuevas los tratos con ADIF que, en ocasiones, incluyen también el posible traslado de la estación para acomodarla dentro de la del AVE, asunto del que la empresa no quiere ni oír hablar. Seguir la historia de esos acuerdos, incluido el firme convenio firmado en 2006 produce un resultado francamente deprimente. El último paso se dio en 2017, cuando visitaron Cuenca dos ministros, la de Fomento, Ana Pastor y el de Justicia y diputado por Cuenca, Rafael Catalá. Entre otras cosas acordaron que en noviembre de ese año vendrían los técnicos para dar forma a lo acordado. Nunca se ha estado más cerca de conseguir el acuerdo pero cuando llegó ese mes de noviembre nadie, empezando por el Ayuntamiento, recordó que se debería realizar tal reunión decisoria.
Y así estamos ahora, volviendo a empezar, seguramente desde cero. Es una señal evidente de que regresamos al terreno de la normalidad y en ese camino, estoy seguro, nos encontraremos con otros muchos temas que vienen de antiguo y para los que nunca parece llegar la solución.