La Abengózar, una de las bellas torres telegráficas
Desde un punto elevado de la Sierra del Bosque, que protege por el suroeste la ciudad de Cuenca, la torre de La Abengózar forma un hito solitario desde el que se controla adecuadamente todo el ámbito urbano y también los caseríos que se extienden en la parte baja, en la amplia vega que forman al unísono el Júcar y el Moscas envolviendo el paraje de El Terminillo, donde ahora está creciendo el nuevo hospital de Cuenca. Al otro lado de la loma se abren las llanuras que, con intermitencias, llegarán hasta La Mancha. Ese fue el sitio elegido, con acierto, desde luego, por quienes trazaron a mediados del siglo XIX la red telegráfica óptica que traía hasta aquí uno de los más llamativos a la vez que eficaces sistemas desarrollados por la tecnología de la modernidad y que en la cumbre de la loma levantaron la torre.
La Abengózar es nombre de inevitables resonancias musulmanas, uno de los pocos topónimos de aquel tiempo que sobreviven en el entorno conquense, donde ha habido especial cuidado en eliminar casi por completo todo lo que hiciera alusión al pueblo derrotado. El nombre procede de un tal Abencofar, que debía ser el propietario de todos los terrenos circundantes y que perdió al producirse la conquista cristiana, pues Alfonso VIII se los entregó como recompensa a uno de sus caballeros, don Nuño, según figura en un documento real firmado el 1 de octubre de 1177 y que transcribe Julio González en su monumental obra sobre la época: “Le dio en Cuenca las casas que habían sido de Abencofar”, que fue castellanizado en Abengózar y que felizmente sobrevive en la loma, en la torre telegráfica, en el camino que nace en la estación pecuaria y en el caserío que, al otro lado, y ya dentro del término de Villar de Olalla, llegó a estar bien poblado, aunque ahora es solo una finca particular.
La torre de La Abengózar es una más de las que formaban la red que se trazó en los inicios de la telegrafía óptica, un asunto que ha estudiado muy bien Jesús López Requena en un libro denso, pero muy ilustrativo, El progreso con retraso, que conviene leer para saber bien de qué estamos hablando y hasta qué punto es interesante promover una protección legal sobre todas estas torres, algunas ya en avanzado estado de deterioro, antes de que puedan quedar destruidas. Todas forman un magnífico conjunto en el que coexisten, a la vez, la historia, la geografía, la arquitectura y la tecnología. Hay varias que, desde La Abengózar, siguen el curso de la carretera de Villanueva de los Escuderos y Abia de la Obispalía pero quizá la mejor serie se puede encontrar al borde de la N-III, donde quedan varias muy interesantes. Una de ellas, la de Atajollano, en Olmedilla de Alarcón, es la que he elegido para ilustrar este comentario.
Establecer un mecanismo legal de protección para estas torres telegráficas es una iniciativa benemérita y positiva. El capítulo de pérdidas patrimoniales que se pueden registrar en la provincia de Cuenca incluye de manera destacada los bienes de naturaleza industrial, representativos de una época, a los que no se ha dado ninguna importancia y la tienen; una chimenea, un silo, una estación de ferrocarril o una torre telegráfica son tan importantes como una iglesia barroca o un castillo medieval, aunque algunos puedan pensar lo contrario. Consciente de esa realidad, hace ya mucho tiempo fotografié todas las torres telegráficas de la provincia, temiendo lo peor. Las acciones actuales encaminadas a salvarlas son de extraordinaria importancia, empezando por esta, tan simbólica, la torre de La Abengózar, pero sabiendo que hay otras muchas (una veintena) que merecen igual atención protectora y salvadora.