Lavado de cara en el edificio municipal
En el benemérito repaso que desde el Consorcio de la Ciudad de Cuenca se está dando al patrimonio edificado va a tocarle el turno ahora al que es, desde luego, un elemento emblemático, por su significado social y representativo, por la hondura de los valores que representa pero también por la singularidad de su estructura, que se refleja en la originalidad de su apariencia exterior. Otra cosa es lo que ocurre por dentro, pero me temo que ahí no hay capacidad suficiente para intervenir y reordenar el caos que se ha ido desarrollando y multiplicando en las últimas décadas.
Hablo, naturalmente, del edificio consistorial, del Ayuntamiento de la capital provincial, surgido en el fecundo tiempo del buen rey Carlos III, que no fue solo, como suele decirse acudiendo al tópico, el gran arquitecto de Madrid, sino también de media España, a la que quiso transformar y en buena medida lo consiguió.
No hay noticias precisas sobre dónde pudo estar antes de esa fecha la sede municipal, aparte algunas referencias indirectas, incluida la fantasiosa de querer ubicarla en las Casas Colgadas, que a efectos turísticos queda bien, como lo de poner en este inmueble una utópica Casa del Rey u otra no menos imaginativa llamada Casa de la Sirena. Por inventar, que no quede, si ayuda a vender imagen, aunque sea falsa. Dejando esas historietas al margen, vayamos al grano que nos ocupa.
El edificio municipal actual comenzó a construirse en 1760, según los planos diseñados treinta años antes por Jaime Bort, quien no participó en las obras pues para entonces ya había fallecido, asumiendo la ejecución del trabajo Lorenzo de Santa María. (A Bort se debe también la ermita del Santo Rostro, en Honrubia, si bien su obra más reconocida es la espectacular fachada de la catedral de Murcia). La definición final la dio Mateo López, arquitecto municipal en el último cuarto del siglo XVIII. Bort se había planteado resolver estéticamente un problema en verdad delicado: cerrar con armonía y regularidad simétrica un espacio (la Plaza Mayor) que, en sí mismo era asimétrico e irregular, tanto en el piso, en pendiente, como en el diseño de un perímetro igualmente complicado, sin olvidar que la anteplaza estaba entonces poblada de viviendas. Asumiendo esas dificultades, Bort trazó un edificio concebido con la intención directa de cerrar una plaza tan anómala e irregular en su configuración como es la de Cuenca con un edificio que fuera a la vez auténtico mirador que pudiera servir de contrapunto a la catedral, abriendo amplias balconadas y ventanas en la fachada para ofrecer a los regidores la posibilidad de asistir desde un privilegiado lugar a las fiestas y concentraciones populares habituales en la época barroca.
Con lo que no contaba Bort ni quienes le siguieron, incluidos los regidores de antaño, hoy concejales, es con el extraordinario desarrollo burocrático que habría de alcanzar la gestión municipal, entonces a cargo de apenas media docena de personas y hoy de centenares que, naturalmente, no caben, dejaron de caber hace ya mucho tiempo, con lo que no solo hubo que adquirir los edificios colindantes sino levantar otro nuevo en la parte posterior (calle del Colmillo) y distribuir incontables dependencias administrativas por toda la ciudad. Y así está el Ayuntamiento de Cuenca, hasta que un alcalde animoso emprenda la titánica tarea de levantar un nuevo edificio, amplio, moderno y funcional, que agrupe todos los servicios y ahorre el considerable dispendio que ahora se está realizando, dejando el edificio actual para la representación institucional que le corresponde.
Un edificio extraordinariamente singular, como ya he apuntado, y bellísimo, en el que destaca la espectacular triple arcada que facilita la comunicación hacia la Plaza Mayor, donde se sitúa la fachada principal, más compleja que la posterior, típico ejemplo del barroco civil, con un poderoso escudo de España sobre el balcón principal y un remate en el que se incorpora la leyenda alusiva a la época de construcción y un mono coronado. En la parte interior de los arcos cuelgan dos hermosos faroles de forja (hubo tres, pero el del centro fue sacrificado para facilitar el paso de los autobuses), obra del artesano Francisco Ruiz, que fue concejal del Ayuntamiento y que, imagino y espero, serán respetados en esta obra de restauración que se va a llevar a cabo para devolver al edificio su elegante prestancia.