La ciudad se viste de metálicos amarillos
Quienes ven el vaso medio lleno cuentan cómo estamos saliendo de la crisis, de qué manera los indicadores positivos señalan que los problemas van quedando atrás y que en el horizonte hay signos evidentes de superación de esos duros años. Quienes gustan de ver el vaso medio vacío nos advierten de los peligros futuros, cuando no inminentes, apuntando que los insensatos optimistas están volviendo a cometer los mismos errores de antes e incluso llegan a aventurar una nueva crisis de aquí a diez años. Cada cual es muy dueño de inclinarse a un lado u otro, según sus preferencias.
Por lo pronto, hay una evidencia incontestable, porque está a la vista de todos, y aunque conocemos personas, sobre todo del gremio político, empecinadas en no querer aceptar la realidad tal como es, apreciamos una considerable activación en un sector muy sensible para las cuestiones relacionadas con la economía. Durante los años duros prácticamente nadie ha movido un ladrillo y ahora, sin embargo, por todas partes aparecen obras, en unos casos de nueva construcción, en otras de reposición sobre lo que ya existe. En la parte moderna de la ciudad, el proceso tiene un punto destacado en el Cerro de la Horca, que se quedó a medias en la primera fase, con sus problemas a cuestas, y que ahora, imagino, se incrementaran a medida que nuevos bloques de viviendas vengan a sumarse a los que ya existen.
Es significativo el proceso en el casco antiguo de la ciudad, espacio preferido para intervenciones públicas, pero en el que también desde hace unas semanas aparecen los andamios protectores para indicar faenas de reformas interiores, enlucidos de fachadas, retejados y demás operaciones necesarias para mantener el edificio en condiciones. Incluso, y es un fenómeno poco frecuente, se está construyendo un edificio de nueva planta, en la Plaza del Salvador, para sustituir al que había y fue derribado. Como las obras van a ritmo acelerado, es fácilmente imaginable que el espacio habrá quedado totalmente libre y despejado para cuando llegue ese momento clave en el que todos estamos pensando.
Lo más vistoso y llamativo sucede en los edificios públicos, envueltos en su totalidad con la malla metálica de color amarillo que los aísla de las miradas exteriores mientras por dentro los operarios hacen quien sabe qué hábiles manipulaciones. Como si fueran hongos que surgen aquí y allá, las tenemos en la Casa del Corregidor, en el Seminario de San Julián, en el Palacio episcopal, en el Museo de Cuenca (y quizá alguno más que se me escapa), como si todos se hubieran puesto de acuerdo en que ha llegado la hora de limpiar, remozar, pintar y acomodar las necesidades a los tiempos que corren. El proceso no es insólito en un lugar tan delicado como el casco histórico de Cuenca, siempre frágil y necesitado de que manos cuidadosas estén pendientes de atender a los menores detalles, pero es llamativa la coincidencia de intervenciones, probablemente intencionadas, para aprovechar los meses de invierno en que disminuye la presión de los visitantes antes de vuelvan los días de opulencia.
La ciudad se viste de amarillo, de telas metálicas amarillas (parece haber coincidencia en elegir este color) que proclaman hacia el exterior una actividad laboral y económica que, al menos en apariencia, viene a decir con hechos que, efectivamente, la crisis quedó atrás. Lo que no quiere decir que no pueda venir otra, porque el ser humano siempre tropieza en la misma piedra. Ya saben lo del vaso, medio lleno o medio vacío.