JOSÉ MARÍA GRIMALDOS
Tresjuncos, 1882
Pastor conocido con el sobrenombre de “El Cepa”, que trabajaba en la comarca manchega de donde desapareció el 21 de agosto de 1910, dando lugar a uno de los más estrambóticos sucesos ocurrido en España en cualquier época y que pudo haber tenido un terrible desenlace si a los dos presuntos culpables de su desaparición le hubieran aplicado la pena de muerte, como inicialmente planteó el fiscal del caso.
Grimaldos, que según algunas versiones era hombre de pocas luces, que apenas si sabía leer y escribir, trabajaba como pastor en la finca El Palomar, propiedad de Francisco Antonio Ruiz, en el término de Osa de la Vega. El 20 de agosto dijo que iba a vender unas ovejas de su propiedad y mantuvo un contacto con el mayoral de la finca, León Sánchez Gascón y el guarda Gregorio Valero Contreras. Luego desapareció, comentando, entre otras cosas, que iba a tomar los baños a la laguna de La Celadilla, en el término de El Pedernoso, famosa por las facultades curativas que tenían sus barros. A partir de entonces, el silencio. Pasadas unas semanas, la familia de Grimaldos empezó a correr la especie de que El Cepa había sido asesinado y de inmediato apuntaron hacia los guardas de la finca, consiguiendo que fueran detenidos e interrogados por el juez de Belmonte, que no encontró motivos suficientes para emprender acciones legales, por lo que el caso fue archivado.
Pero la familia siguió en su empeño, contando con el apoyo de la rumorología popular, de manera que en 1913 un nuevo juez de instrucción, Emilio Isasa Echenique, que se iniciaba en la carrera judicial, acordó reabrir el sumario y contando con la eficaz ayuda de la Guardia Civil, emprendió una investigación en la que puso en juego el más retorcido sistema inquisitorial de interrogatorio, incluyendo torturas, que vencieron fácilmente la débil voluntad de los acusados, que llegaron a reconocer los hechos y dieron toda clase de señalar, algunas contradictorias entre sí, sobre la forma en que habían matado a Grimaldos y donde había enterrado su cadáver, que jamás pudo llegar a ser encontrado.
Tras este brutal proceso, Gregorio Valero y León Sánchez comparecieron finalmente en el juicio celebrado en la Audiencia de Cuenca en 1918, en el que nuevamente se produjeron escandalosas anomalías jurídicas, como que el abogado de uno de ellos renunciara a la defensa en el mismo momento de empezar el juicio, nombrándose en el acto un abogado de oficio que se hizo cargo del caso sin haber tenido tiempo de estudiarlo. El resultado es que ambos acusados fueron condenados a 18 años de reclusión, que empezaron a cumplir en sendas cárceles españolas, aunque fueron liberados en 1924 mediante la aplicación de varias medidas de gracia. Fue entonces, en 1926, cuando el desaparecido Grimaldos promovió un expediente eclesiástico para contraer matrimonio en la localidad de Mira, donde estaba residiendo desde que abandonó voluntariamente su pueblo. La reaparición pública de El Cepa dio lugar a un escándalo judicial de primera categoría, que puso al descubierto las enormes carencias del sistema procesal español así como la terrible intervención de condicionamientos sociales y políticos capaces de llevar a la cárcel a unos inocentes. El Tribunal Supremo ordenó la reapertura del caso que derivó lógicamente en una nueva sentencia exculpatoria.

Al producirse el reencuentro de los protagonistas de este suceso, El Cepa se arrodilló ante sus imaginarios asesinos para pedirles perdón por todo el daño que les había causado durante tantos años. Dijo que le había dado un barrunto que hizo que se marchara inesperadamente del pueblo y que luego no quiso reaparecer por temor a que le ocurriera algo. Aunque pueda parecer mentira, ellos le perdonaron.
Tras su boda, José María Grimaldos siguió viviendo en Mira y allí tuvo dos hijas, una de las cuales, según rumores recogidos insistentemente en Tresjuncos, siempre quiso volver a este pueblo para conocer el lugar donde se habían producido los hechos famosos, pero su padre no quiso hacerlo y ella murió antes de poder cumplir sus deseos. Más tarde, Grimaldos fijó su residencia en una localidad valenciana donde pasó a vender lotería, hasta su fallecimiento.
El suceso dio lugar a numerosos relatos, más o menos truculentos, entre ellos unas excelentes crónicas periodísticas de Ramón J. Sender, que tuvieron su culminación con la película El crimen de Cuenca, dirigida por Pilar Miró.
Referencias: Ángel Luis López Villaverde, El crimen de Cuenca en treinta artículos: antología periodística del error judicial. Cuenca, 2010; Ediciones Universidad de Castilla-La Mancha / Salvador Maldonado, El crimen de Cuenca. El drama que se convirtió en leyebda. Barcelona, 1979; Argos Vergara.