Clemente de Aróstegui, Alfonso

(Alfonso Clemente de Aróstegui y Cañavate)

Villanueva de la Jara, 05-03-1698 / Madrid, 10-02-1774

La estirpe Clemente de Aróstegui procede de tierras de Aragón, Navarra y la Rioja; un Antón Clemente se desplaza desde Aragón hasta el marquesado de Moya, casándose en Villanueva de la Jara con María Carrasco, a finales del siglo XV o principios del XVI, dando así origen a la familia. En el XVII, Andrés Clemente contrae matrimonio con María Aróstegui, dando lugar al apelllido que nos ocupa.

Alfonso Clemente de Aróstegui era hjo menor de Pedro Clemente de Aróstegui, al que cuadra bien la definición de rico hacendado manchego vinculado a la agricultura y la ganadería, y de Isabel Cañavate. Contó desde el comienzo de su vida con la protección de su hermano Pedro, quien ya era canónigo de Toledo y administrador de la diócesis primada. Bajo su amparo se inició en el interés por las letras, cursando en la ciudad toledana estudios de Gramática, Filosofía, Leyes y Canónes. Fue alumno del colegio mayor de San Ildefonso, en Alcalá, pasando después a la Universidad de Salamanca. En 1711 ya era clérigo, tres años más tarde recibió las cuatro órdenes menores (1714) y al año siguiente, en la Universidad de Salamanca, el grado de Bachiller en ambos Derechos, títulos que confirmó con la licenciatura en Alcalá en 1716. Regresó junto a su hermano en Toledo y durante algunos años ejerció la enseñanza en distintas instituciones, singularmente la cátedra de cánones y la de Decretos, en Alcalá, pero a partir de 1733 orientó su vida hacia ocupaciones ligadas al ámbito civil.

1733Un año antes había sido designado alcalde del crimen en Zaragoza, donde más tarde fue nombrado oidor de la Audiencia (1739), posición desde la que intervino eficazmente para poner término al viejo litigio existente entre las dos catedrales de la ciudad. El rey Fernando VI le encargó la misión de representar a los reinos de Castilla y León en el Tribunal de la Rota, en Roma (1745), encontrando pronto acomodo en los círculos más cultos de la capital vaticana donde destacaba por su elegancia natural y su actitud inteligente, papel al que se añadió el de ser ministro interino de España y Nápoles ante el reino de Italia. Para entonces ya había sido ordenado sacerdote (1748), a lo que acompañó de inmediato el nombramiento de prelado domésetico del papa Benedicto XIV, lo que le permitió acceder a una canonjía en en la catedral de Cuenca, a la que se añadió más tarde el título de abad de Santiago, esto es, la parroquia vinculada a la catedral y al casco antiguo, de la ciudad. Ambos nombramientos iban acompañados de la dispensa de residir en la ciudad y, en efecto, Clemente de Aróstegui continuó desempeñando las misiones que ya hemos señalado antes, hasta su regreso a España para quedar integrado en el Consejo de Castilla.

En 1747 la corona española le designó ministro interino en sus tierras italianas antes de conseguir un asiento en el Consejo de Castilla (1749), que convalidó con el nombramiento de ministro plenipotenciario ante el reino de Nápoles (1753), con lo que pudo mantener un íntimo y directo contacto con quien años después sería el rey Carlos III, a la sazón príncipe de la corte napolitana. Sin embargo, seguía vinculado a los dominios españoles en Italia, siendo nombrado consejero de estado en Nápoles por Carlos III (1759), volviendo años después a España para ser nombrado Comisario general de la Cruzada (1770), entonces uno de los dotados con mayor poder político y económico en el seno de la Administración del nuevo Estado, cargo que ocupó hasta su muerte. Durante ese periodo desempeñó sucesivos encargos, bien de origen jurídico o político, incluyendo entre ellos misiones diplomáticas que le hicieron viajar constantemente entre Madrid y Roma. Como diplomático, realizó complejas negociaciones entre las cortes de España, Nápoles y Parma. Formó parte del Consejo de Castilla, fue caballero de Santiago, comisario de Cruzada y recibió múltiples distinciones.

            Pero con independencia de estos apuntes biográficos hay que señalar la personalidad intelectual de Alfonso Clemente de Aróstegui como una de las más destacadas de las que configuran el panorama español de la naciente ilustración, de la que fue uno de sus promotores. No es ocioso, tampoco, señalar que durante su larga estancia en Italia destacó como protector de artistas, especialmente los jóvenes españoles, que encontraron en Clemente de Aróstegui el apoyo necesario para acomodarse sin demasiados apuros a la nueva situación.

Fundador y organizador de la Academia de Nobles Artes, conocida hoy como Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1750) fue nombrado el 12 de abril de 1752 viceprotector del nuevo ente cultural, por encargo directo del ministro José de Carvajal, posición que ocupó hasta su muerte. Al año siguiente volvió a Italia, como embajador de España ante el rey de Nápoles, Carlos IV, quien más tarde reinaría en España como Carlos III.

No es posible olvidar la muy destacada participación de Clemente de Aróstegui en su tierra natal, pues tanto Villanueva de la Jara como Cuenca conocieron bien de su espíritu emprendedor y liberal. En su villa natal fundó y dotó una Escuela de Primeras Letras y otra de Gramática y por su iniciativa llegó el cuerpo de santa Silveria mártir, que fue depositado en el convento de franciscanos.

Una especial concesión fue la que hizo al seminario de Cuenca, al que donó íntegra su copiosa biblioteca, digna de un auténtico ilustrado de su tiempo, con la condición de que siempre estuviese abierta al público además de dotar con cien ducados anuales a dos seminaristas para que actuasen como bibliotecarios.

Durante su estancia en Italia empezó a despuntar como escritor de elegante estilo y profundos conocimientos. La actividad literaria de Clemente de Aróstegui se inició en 1734 con la publicación en Alcalá de una obra de corte religioso, la Concordia pastoralis, que le proporcionó prestigio y respeto en los ambientes intelectuales de la época y alcanzó pronto singular reconocimiento en los círculos eclesiásticos, sobre la que, se dice, emitió graves elogios el canonista Próspero Lambertini, luego papa Beneficto XIV.

Además de la relación de obras impresas que se menciona a continuación, dejó en manuscrito otras varias: “Historia de la ciudad de Osma y de la creación de su obispado”, “Oración latina” pronunciada antes de tomar posesión de su plaza en el Tribunal de la Rota; “Del gobierno primero del mundo y de la Iglesia en su primer estado natural”, “Del gobierno del mundo y de la Iglesia originado del gobierno del hombre en el estado de la inocencia”, “De la naturaleza inocente de Adán”, “De la naturaleza conservada en Noé”, “Del gobierno del mundo y de la Iglesia en el estado de la ley escrita”, “Del gobierno del estado baxo de los jueces”, “De la institución de los obispados y elección de los Obispos en general”, “D2 la acción de los obispos y de los reyes para la creación de Obispados y otros actos semejantes”, “Concordia pastoral y regia”, disertación canónica en que trata del origen, antigüedad y jurisdicción de ls obispos y capellanes mayores de los monarcas, “Tratado de las escuelas sagradas y profanas”. (La ilustración que acompaña a este texto es una escultura en mármol, obra de Felipe de Castro, que se conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando).

Obra publicada

Concordia pastoralis super Iure Diocesano inter episcopus et praelatos inferiores, distributa in duas partes (Alcalá de Henares, 1734) (Soliva 1754)

De Historia Eclesiae Hispaniensis excolenda exhortato ad Hispanos (Roma, 1747)

Oración a la abertura que se hizo el año 50 de la Academia de las Tres Bellas Artes de San Fernando

Bibliografía: José María Álvarez Martínez del Peral, “Conquenses ilustres”. El Día de Cuenca, 26-10-1926 / Miguel Jiménez Monteserín, Hacia Cervantes: de los libros al hombre; Cuenca, 2005; Unversidad de Castilla-La Mancha, pp. 19-20 / R. Olaechea, Las relaciones hispano-romanas en la segunda mitad del XVIII. Zaragoza, 1999 / José Torres Mena, Noticias Conquenses. Madrid, 1878; Imprenta Revista de Legislación, pp. 822-823.