Días de suave satén 

Es inevitable, creo yo, caer en la rueda atractiva que genera la llegada de estos días y en la que, también de forma inevitable, entramos quienes nos dedicamos a escribir artículos en los periódicos. Cada uno tiene su propio código temático pero cuando llega la hora de afrontar la pálida desnudez de la pantalla del ordenador las propuestas se van eliminando porque, quizá incluso inconscientemente, uno piensa que no es cosa de alterar la pacífica tranquilidad ciudadana con cuñas o comentarios que puedan venir a introducir pensamientos innecesarios.
      Si eso lo pensaran también quienes se dedican -curiosa ocupación- a poner bombas en los mercados, lanzar camiones desbocados contra muchedumbres de descuidados paseantes o pegar tiros por la espalda a un embajador, por no hablar de quienes encuentran que es cosa razonable matar a puñaladas a la mujer propia (tres de una tacada, el último fin de semana), las cosas nos irían mucho mejor. Antes, un antes todavía muy cercano, las guerras y los crímenes parecían conceder unos días de tregua cuando llegaban fechas señaladas, pero me parece que esa costumbre también se ha evaporado de los códigos humanos de conducta.
      Hasta este plácido rincón de la España interior nos llegan esos ecos que, a pesar de la lejanía, siempre conmueven a cualquier espíritu medianamente sensato y culto y nos decimos, unos a otros, o cada cual en su interior, que esas cosas no deberían pasar. Por aquí, los problemas más cercanos son los que sabemos afectan a muchas familias en serias dificultades para poder solventar las necesidades de cada día y eso se traduce en el incremento colectivo hacia las ONGs o en operaciones solidarias para acudir en ayuda de casos concretos. Y lo hacemos, también, a pesar de que aparezca un desaprensivo que, bajo el pretexto de recaudar fondos para curar a su hija enferma, haya desarrollado una descomunal estafa que nos hace dudar, siquiera de forma pasajera, sobre la conveniencia de acudir a estos llamamientos. La realidad, sin embargo, es que si bien han aumentado las necesidades sociales, también lo han hecho, y en mayor intensidad, las aportaciones a los grupos y entidades que se aplican generosamente (y con alto índice de voluntariedad) a intentar resolver tales problemas. Siempre nos quedará la duda (y es una duda razonable) sobre quienes se sitúan en las aceras, en ocasiones en actitudes de franca y desagradable autohumillación, pidiendo una limosna. La conciencia de cada cual decide sobre la marcha si esa parece una petición que responde verdaderamente a una necesidad o se trata de una engañifa más.
      Ajenas a estas cuestiones humanas que se desarrollan a nivel de calle, los escaparates despliegan ante nuestros ojos toda la variedad de ofertas que la sociedad consumista es capaz de proporcionar mientras desde lo alto, las pantallas luminosas que cruzan de parte a parte las calles céntricas pretenden simbolizar una especie de alegría colectiva. Hay quienes reniegan de este despliegue municipal en luces de fogueo pero creo que la mayoría pensamos que bien está un poco de refuerzo luminoso a la ciudad seguramente peor iluminada de este país, inmersa de manera permanente en una brumosa semioscuridad que potencia las sombras nocturnas sin aportar apenas claridad.
      No es sólo esa la alteración del ritmo cotidiano. Carretería, que parece ya definitivamente ganada para la causa de los peatones, pues se han bajado del burro hasta los más acérrimos defensores de lo contrario (o, al menos, ya no se les oye), cambia su habitual aspecto de decadentismo decimonónico para cubrirse con ese mercadillo en el que puede encontrarse de casi todo y que compite con el comercio tradicional en el empeño común de hacernos comprar y consumir que, si bien se mira, es la base más simple y directa de la economía, desde que los fenicios la pusieron en práctica. Al fondo de todo, también siguiendo la rutina tradicional, el belén o nacimiento cumple su ritual acto de presencia para recordarnos a todos, incluidos los descreídos, qué se celebra en estos días.
       Por la calle, a diestra y siniestra, nos felicitamos las fiestas dicho así, en general. Algunos, fieles, añaden la palabra “pascuas” pero son los menos. Como si todos fuéramos gentes de orden y paz, nos transmitimos los mejores sentimientos, convencidos, seguramente con sinceridad, de que eso es lo deseable y educado. Por estos días, vale. Cuando pasen, ya veremos lo que nos trae el destino.

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