La Cava y otros puntos de atractivo interés


La primera vez que vi el yacimiento de La Cava, hace un par de años, no tenía ni la menor idea de lo que era y tampoco sabían mucho las personas que entonces me acompañaban. Fue una visita casi improvisada, en contra de mis costumbres, pues suelo informarme antes de a dónde voy, qué puedo encontrar y qué merece la pena ver, pero en este caso fue todo muy rápido, una especie de esto me han dicho y vamos a verlo ahora mismo, de manera que nos encontramos casi de sopetón con lo que allí había y puedo decir que todos nos quedamos estupefactos. Personalmente reconozco que no lo esperaba en absoluto y el encuentro con aquel singular paraje, en esos momentos totalmente vacío (no era época de excavaciones) forma ya parte de mi repertorio personal de sorpresas inesperadas.
       Cuando uno es estudiante tiene cierta tendencia a considerar que las explicaciones de los profesores y el contenido de los libros de texto son como verdades absolutas, que transmiten un conocimiento cerrado e inmutable de los temas a considerar (caigo en la cuenta de que confundo los tiempos: así era antes, pero no estoy seguro de que siga siendo igual ahora). Luego, con el paso de los años, empiezan las dudas, las discusiones, los cambios. Eso se nota mucho en historia. Lo que aprendí en el Bachillerato se ha tambaleado de tal manera que seguramente ya se parece muy poco y a ello contribuye, de manera muy llamativa, la sucesión incontenible de hallazgos, descubrimientos o como se quiera llamar a todo lo que investigadores, historiadores y arqueólogos están poniendo a la luz del día.
        Basta recordar algunos detalles, casi anecdóticos. Hace apenas 50 años, sólo la ubicación exacta de Valeria parecía ofrecer un posicionamiento indiscutible. No ocurría lo mismo con Segóbriga y menos aún con Ercávica, que muchos confundían entre sí y aún con la desconocida Contrebia, lo que daba lugar a sabrosas especulaciones literarias a las que contribuyeron alegremente Federico Muelas, Carlos de la Rica y otros no menos ilustres compañeros de generación. Pero de pronto todo empezó a precipitarse, al amparo de una nueva generación, más preparada, con mejores medios y conocimientos para ir desbrozando los misterios acumulados durante siglos. De ese modo, y por resumir, que el espacio no da para muchas derivaciones, el territorio se ha ido cubriendo con un amplio repertorio de lugares en los que afloran antiguas civilizaciones que cobran nueva vida, al menos de forma visual, como ocurre en Los Dornajos, Las Madrigueras, El Recuenco, el cerro de la Virgen de la Cuesta, las minas de lapis specularis, la villa hispano-romana de Noheda, el yacimiento íbero de Barchín del Hoyo, la punta de Barrionuevo y otras docenas de yacimientos que dan forma a un apasionante mapa provincial que se superpone con matices propios sobre el que todos conocemos y que, podemos dar por hecho, todavía está incompleto.
        En ese panorama cobra forma el que parece, por ahora, el último y espectacular yacimiento, el de La Cava, descubierto en el verano de 2014, en lo alto de un cerro próximo a Garcinarro, con un frente occidental casi inaccesible, desde el que se puede contemplar un maravilloso y amplísimo paisaje de la Alcarria y datado hacia el 2.000-2.500 antes de Cristo, en la Edad del Bronce. Lo extraordinario es el sistema de cazoletas excavadas en la roca que, junto con otros elementos próximos, nos habla de formas culturales y sociales, en definitiva, humanas, de considerable interés. Es otro punto más que añadir a ese continuado enriquecimiento de lo que interesa saber acerca de nosotros mismos y de nuestra historia colectiva.

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