Llegar a Ercávica no es cosa fácil y ese factor, sin duda, influye de manera considerable tanto en la extraordinaria lentitud de los trabajos de investigación como en la difusión y el conocimiento de este apartado lugar donde reposa, adormecido, el recuerdo de aquella “nobilis et potents civitas” que suscitó el interés de Tito Livio al historiar las cosas que iba sucediendo en la Hispania anterior a los tiempos de Cristo. A diferencia de una joya arqueológica como Segóbriga, situada al alcance de la mano en una ruta de tráfico importante e incluso de una tesoro menor como es Valeria, más retirada para igualmente asequible sin grandes esfuerzos, Ercávica se encuentra apartada de cualquier camino razonable e incluso cuando al fin se alcanza el punto de referencia, Cañaveruelas, aún esperan otros seis kilómetros de propina por un camino carretero lleno de baches que, en tiempos lluviosos, se convierten en auténticos charcos. Al final de ese trayecto espera un receptáculo poco amistoso; eso sí, el aparcamiento está todo disponible: nadie más ha tenido este día la idea de llegarse hasta aquí. Más no deseo invertir más palabras en señalar el abandono oficial (y cultural) hacia este lugar, merecedor de una más cuidadosa atención, frase que, dicha en mitad de la crisis que recorta todo lo que se encuentra a la vista, es solo un bienintencionado propósito sin mayores esperanzas de concreción.
Han pasado ya muchos años desde que un equipo investigador dirigido por Manuel Osuna estableció, de manera indubitable, poniendo fin a siglos de confusión, que la vieja Ercávica hispano-romana y visigoda, transformada luego en la Santabariya musulmana, se corresponde precisamente con los restos hallados, entonces todavía en estado embrionario, en un paraje del término de Cañaveruelas, a la vera del Guadiela desde el origen de los tiempos y ahora del embalse de Buendía. Hasta ese momento ya muy avanzado del siglo XX, los estudios de las antigüedades españolas habían adjudicado el título a puntos muy dispares de la Meseta , no faltando quienes incluso quisieron aplicárselo al lugar donde finalmente está claro se encuentra Segóbriga. La disputa científica parece haber entrado en un periodo de calma una vez que las prospecciones arqueológicas han ido sacando a la luz, con la parsimonia propia de estos casos, lo que la tierra encerraba. Algunas de esas maravillas las podemos tener a la vista en el Museo de Cuenca. Para mi gusto, la bellísima cabeza del niño Lucio César es una de las joyas más emocionantes proporcionadas por esa búsqueda en el pasado de nuestras tierras.
Pasear por el esquema insinuado de lo que fue Ercávica es una invitación a soñar e imaginar. Podemos seguir el cardo maximus o calle mayor que atraviesa el recinto prácticamente de parte a parte, desde la entrada hasta el punto más alejado del yacimiento, viendo como a los lados, en los márgenes del camino, aparecen trazos de viviendas o recintos públicos, las termas, el foro, mientras que detrás, junto a la entrada, queda un imponente fragmento de la muralla que, cuentan, sabía oponer feroz resistencia a los enemigos. Hay un silencio total, apenas interrumpido por el silbido del aire que acaricia los rostros en esta mañana tibia de invierno. Los paseantes nos sentimos como propietarios de un tesoro extraído del fondo de la historia, con tan poquísimos datos ciertos transmitidos que casi todo queda disponible para la imaginación creadora, que si es potente, ofrecerá forma a seres vivos capaces de dar entidad y sentido a estos bocetos de muros, a estas columnas de indeciso perfil, a estos capiteles de dudosa utilidad. Excavar una antigua ciudad reducida a escombros es como jugar con un enorme puzzle cuyas piezas en relieve, puestas una junta a las demás, irán dando forma a lo no hace mucho inexistente. Uno siente la impaciencia por conocer el resultado final de ese montaje, sabiendo que harán falta siglos para conseguirlo (y quizá incluso, no se logre nunca). Pero Ercávica, tan solitaria, tan alejada, tan poco conocida y vista, bien merece un acercamiento cariñoso y comprensivo.
Cómo llegar
Desde Cuenca, por la N-320 en dirección a Guadalajara. Al llegar al kilómetro 190 se toma a la izquierda la carretera CU 2132 por Alcohujate hasta llegar a Cañaveruelas. En el pueblo está señalizado el camino que conduce hacia Ercávica
Dónde dormir en Cañaveruelas
Casa Francisco. Casa rural. Casa rural. Plaza del Ejército del Aire, 8; 969 379 341
Casa Diana. Casa rural. Iglesia, 4; 969 370 192
Casa Milagros. Casa rural. San Blas, 27; 969 370 192