Lo trabajarás con el sudor de tu frente
Probablemente, de todas las cuestiones que flotan en el ambiente de una manera constante, las referidas al campo (la agricultura, la ganadería) son las que más espacio ocupan; lo vienen haciendo siempre, a lo largo de los años, al menos desde que yo tengo memoria informativa y por los motivos más variados, porque todo lo que tiene que ver con esta problemática encuentra siempre el camino para conseguir protagonismo destacado. Podríamos decir que por fas o por nefas, la agricultura está siempre en candelero: si llueve, porque lo hace a destiempo, y si no, porque la sequía arruina los campos; si la cosecha es buenísima, los precios se hunden y si es mala, las ganancias no cubren ni los gastos. Por no hablar de lo que sucede cuando llega una torrentera y arrasa con todo lo que hay por delante y a los lados. Todo ello, además, tiene fuerza suficiente como para conseguir una amplia influencia en el conjunto de la sociedad, incluso la más urbanizada y en apariencia distante de esas cuestiones, hasta el punto de que es razonable admitir que cuanto sucede en el campo nos afecta a todos.
A las bien conocidas calamidades y preocupaciones derivadas de las cuestiones agrícolas se une ahora la provocada por el maligno y depravado mental ocupante de la Casa Blanca, cuya ocupación fundamental parece ser (por lo que hace y dice) estar en conflicto permanente con todo el mundo. Este persona me recuerda una anécdota que me contaron hace tiempo sobre un sujeto que debía tener las mismas características mentales y parecida capacidad moral a las que adornan a Donald Trump que, como aquel sujeto de la historieta, al levantarse todos los días y hacer la habitual operación de mirarse al espejo, se pregunta: ¿A quien puedo joder hoy? Y en un rápido repaso, busca en su lista de candidatos un objetivo contra el que lanzarse para hacer daño. Porque no deja de ser sorprendente que este sujeto no se proponga nunca hacer el bien o sugerir proyectos positivos y provechosos. Hacer todo el mal posible es su único programa de su política y lo ejecuta, además, con el beneplácito mayoritario de la sociedad de su país, lo cual, por supuesto, nos llevaría a otro tipo de consideraciones sobre las miserias que puede general el mal uso de los mecanismos democráticos.
Ahora le toca a un sector importante de la producción agraria de varios países europeos, con la fiel y aliada España en primer plano. Como también ha asentado la fraseología popular, con estos amigos no se necesitan enemigos. Ceda usted terrenos generosos para asentar bases militares, consuma a toda pastilla coca-colas y hamburguesas, inunde todos los cines del país con cientos de películas basura y series de TV igualmente repugnantes, y vayan todos en peregrinación bobalicona a admirar las maravillas de la Gran Manzana que en agradecimiento se nos devolverán aranceles monstruosos con los que castigar aceitunas, naranjas y jamones trabajosamente elaborados en la dócil amiga española. La cosa es tan disparatada que si no fuera una actuación salvaje se debería prestar a chanzas y chirigotas tan frecuentes en este país cuando había sentido del humor y excelentes cómicos.
Quienes tenemos, como mucho, una cuantas macetas en el balcón y carecemos de cualquier vinculación práctica con el campo, sentimos no obstante un profundo respeto por quienes se dedican a la animosa tarea de buscar en la tierra lo que la tierra es capaz de producir. La agricultura forma parte de nuestra identidad social como pueblo. Con razón se la califica como la actividad primaria, la fundamental. Y debería tener fuerzas y garantías para poder mantenerse libre de amenazas y peligros.