Un nuevo diseño para un espacio deteriorado
Pienso que la mayoría de los ciudadanos aspiramos a vivir en un ambiente urbano limpio, ordenado, amable, sosegado, en el que brillen los más notables elementos de una sociedad culta y civilizada. Ya se que de continuo tropezamos con innumerables factores que contradicen ese bondadoso deseo, hasta situarlo en ocasiones al borde de la utopía, porque al paso nos salen borbotones de lo contrario, en forma de infames grafittis que enturbian tapias y paredes o rincones entregados sin piedad a la suciedad más asquerosa, pero hay que confiar en que la situación mejore.
A veces no se trata ya solamente de un hueco callejero que está siendo víctima de un descuido que se prolonga semanas y semanas, dando lugar a la difusión de esas imágenes que circulan alegremente por las redes para dar cuenta de la oportuna observación captada por la cámara de un paseante atento, pequeños desperfectos que podrían corregirse con una mínima actuación. Hay otro tipo de espacios urbanos que requieren una intervención en profundidad lo que lleva consigo un estudio detallado de la realidad y una propuesta acertada sobre cómo se debe orientar el remedio.
Esa es la situación en que se encuentra uno de los espacios más desgraciados que hay en Cuenca y lo es, entre otros motivos, precisamente porque la intervención que se planificó en su momento no estuvo acompañada por la fortuna y el resultado es el que tenemos a la vista. En aquella ocasión se diseñó y construyó una Plaza de España que, en la intención de quienes la planificaron, debería actuar como el auténtico centro vital y social de la ciudad, el verdadero corazón que diera alientos a la convivencia humana. El resultado ya sabemos cual es: prácticamente nadie siente deseos de ir a pasear o charlar por esa plaza, nadie se sienta en sus bancos a descansar y si no fuera por el reciente descubrimiento (dos años van ya) como ámbito adecuado para la Feria del Libro, la utilidad social de la plaza sería nula, en directa relación con la sosa fuente que ocupa su espacio central, más tiempo muda que fluyendo agua.
A ese desangelado ambiente contribuye, de manera muy notable, la prolongada agonía del mercado, también construido entonces, cuyo cochambroso aspecto exterior refleja claramente cual es el progresivo deterioro interior. A mí me produce una penosa envidia, cuando viajo, visitar (suelo hacerlo habitualmente) los mercados de otras ciudades, en las que se encuentran auténticas maravillas. Carecer de un mercado de verdad es una de las características negativas más llamativas de Cuenca. Aunque es más sorprendente aún comprobar la impotencia municipal, arrastrada ya durante varias corporaciones, para acometer la reforma de esta instalación. Varios han sido los intentos y proyectos y ninguno de ellos ha podido salir adelante.
Sobre la mesa hay ya otro. Por ahora, se encuentra en el nivel de las ideas y pretende abarcar no solo la solución puntual al mercado sino rediseñar todo el espacio, desde la Plaza de España hasta el río Huécar, incluyendo la manzana construida entre este último y la calle del Agua. A estas alturas sería muy temerario aventurar posibles opciones ni señalar alternativas pero sí creo que se debería actuar con presteza en la toma de decisiones. El tiempo camina, inexorablemente, muy deprisa y antes de que nos demos cuenta han pasado los cuatro años de legislatura municipal, sin que nadie pueda garantizar que la actual continuará, por lo que lo que no se haga ahora corre el peligro de pasar a la historia, como ha sucedido con los sucesivos proyectos que pretendieron solucionar este problema. Si se va a hacer algo, hágase ya y sin miedos.