El rastro de Martín de Aldehuela en Cuenca
Sería interesante (o, al menos, curioso) conocer el grado de conocimiento que en Cuenca se tiene sobre la figura de José Martín de Aldehuela. Una simple encuesta callejera, de esas que a veces encontramos en los medios informativos, aunque no tendría calidad de investigación sociológica sí seria suficiente para detectar grosso modo el nivel de ese conocimiento que, sospecho, daría un resultado poco satisfactorio en la medida de la cultura de nuestros ciudadanos. Por eso está bien que la Biblioteca Pública del Estado, aprovechando que este año acaba en 19, haya decidido promover una especie de actividad divulgativa sobre la figura del arquitecto de origen turolense y amplia y fecunda estancia en Cuenca, antes de ir a parar de manera definitiva a las cálidas tierras del sur, a Málaga. No puedo saber, como es natural, la trascendencia social que esa propuesta pueda alcanzar pero no es temerario creer que se reducirá al limitado ámbito en que se mueve el centro promotor de la actividad.
José Martín de Aldehuela (Manzanera, hacia 1719 – Málaga, 1802), es una figura capital en la formulación de la ciudad de Cuenca, básicamente en el terreno de la recuperación de un valioso repertorio de edificios religiosos que fueron terriblemente dañados, hasta dejarlos al mismo borde de la destrucción total, durante la guerra de Secesión en los años iniciales del siglo XVIII. Probablemente llamado por los hermanos Cavajal y Lancaster, Aldehuela se hizo cargo de la responsabilidad propia del maestro mayor de obras del obispado y se aplicó con notable eficacia a cumplir sus obligaciones. Basta relacionar, de manera escueta y sin entrar en muchos detalles, la relación de obras en las que intervino, para tomar conciencia inmediata de la trascendencia de su trabajo, con obras como las iglesias de la Virgen de la Luz, de la Concepción Franciscana, el Oratorio de San Felipe Neri, la capilla del Pilar y el cerramiento del claustro en la catedral, la iglesia del Hospital de Santiago y las fachadas del Convento de San Pablo (espectacular y sorprendente) y de la ermita de la Virgen de las Angustias entre otras realizaciones menores, mientras que en el terreno civil hay que adjudicarle el proyecto de la Casa del Corregidor, ahora en trance de recuperación. En varios de estos trabajos encontramos una línea común, la cúpula de trazado elíptico, aportación ciertamente originalísima de Aldehuela y un brillante sentido de la decoración interior, con el uso de colores y elementos que hacen del barroco conquense un espacio verdaderamente singular dentro de los conceptos arquitectónicos.
Dicho esto así, a vuelapluma, me parece suficiente sin entrar en mayores precisiones, propias de un trabajo especializado y no de un artículo generalista. Hay, desde luego, elementos suficientes para recordar el trabajo de Martín de Aldehuela en Cuenca y no solo con un ciclo de conferencias, sino con alguna iniciativa municipal que tuviera trascendencia en toda la ciudad e incluso en el ámbito turístico. Estos días pasados he participado en un curso de preparación para guías de turismo donde, entre otras cosas, se habló de “inventar” nuevas rutas urbanas que aporten otras posibilidades a los habituales y repetidos recorridos. Hay que contar, claro, con el presunto interés que por tales ofertas tengan los visitantes, si es que tienen otras miras aparte el morteruelo y el alajú o las Casas Colgadas, pero quizá una buena campaña de difusión pueda conseguir que se despierte esa curiosidad. Que debería empezar, creo yo, por los propios conquenses, a los que no vendría mal darse una vuelta, guiados o no, por ese itinerario que marca, con brillantez, la obra del gran Martín de Aldehuela.