León, Fray Luis de

Belmonte 27-09-1527 / Salamanca 23-08-1591

Dice Cervantes, en el canto VI de La Galatea: ”Fray Luis de León es el que digo / a quien yo reverencio, adoro y sigo” opinión que coincide con la de otros muchos literatos y críticos, para quienes Fray Luis de León es el más grande de los líricos españoles. La sola mención de su nombre desborda por completo los límites impuestos a un Diccionario como el que aquí se ofrece obligando a la forzosa reducción de datos, comentarios y ditirambos, por más que la pluma siente la tentación de proclamar sin límites la grandeza y la belleza de la obra inmortal del más ilustre de los hijos de Belmonte y, por añadidura, de la provincia entera de Cuenca, que comparte con justicia el orgullo de haber sido el solar natal de tan destacada figura de las letras.

La familia León se había asentado en Belmonte tres generaciones atrás, cuando su bisabuelo Pedro Fernández de León llegó a la villa al servicio del primer señor de Villena. Como ha establecido el mejor biógrafo del poeta, su paisano Luis Astrana Marín, “la morada del poeta encuéntrase, o encontrábase, en la parte alta de la población. Es un edificio de amplia portada y patio, hacia el centro de una estrecha calle (que hace cincuenta años llevaba su nombre y hoy ya no lo lleva) a la izquierda según se asciende al convento de religiosas franciscanas”. Y añade el biógrafo: “La imaginación nos presenta al niño Luis de la mano de su ama, de la cual escribe que aprendió el castellano que sabía. Y esto es verdad, cuando vemos, por ejemplo, que emplea el verbo ablentar, en vez de aventar, común en Belmonte y pueblos de la contornada”.De su madre, Inés de Varela y Alarcón, había heredado los singulares ojos verdes, tan poco habituales en nuestras tierras.

Así, nacido en el seno de una familia acaudalada (su padre, Lope de León, era letrado, con destino en la Chanchillería de Granada además de ostentar la dignidad de consejero del rey) y, en apariencia, sin problemas de pureza de sangre (lo que no impidió la infame actuación posterior de la Inquisición en busca de influencias judaicas), el niño Luis empezó a estudiar las primeras letras en su villa natal, de la que salió a los cinco o seis años primero a Valladolid, donde estuvo hasta los 14 años en que pasó a Salamanca, a la sombra protectora de su tío Francisco de León, maestro en Cánones. El destino de Luis parecía así predeterminado hacia la ciudad del Tormes y también hacia su ya entonces muy prestigiosa universidad, orientación que se completó el 29 de enero de 1544, en que profesó como agustino. Inició pronto los estudios de Teología en los que, entre otros prestigiosos maestros, recibió doctrina de su paisano Melchor Cano, pasando luego a Alcalá de Henares, para perfeccionarse en los de Sagrada Escritura.

Era todavía joven (apenas si rozaba los 30 años) cuando ya mereció el honor de dirigirse públicamente al capítulo general de la Orden, reunido en Dueñas en 1557. El padre Zarco sintetiza aquella memorable ocasión de forma contundente: “En aquella excelente peroración latina manifiéstanse ya las cualidades que habían de resplandecer en todos los escritos del insigne manchego: estudio perfecto y minucioso de todas las partes del discurso; estilo puro y muy cuidado; rectitud y amor de la verdad que no habían de blandear jamás; celo algo arrebatado, sin eufemismos ni contemplaciones; brío vehemente, gallardo y osado en la defensa de la justicia, que ignoró a la ondulación y que había de acarrearle no pocos contratiempos y disgustos en su vida”. Y es que, en efecto, la vida de fray Luis de León, que podría haber sido plácida y regalada, auténticamente en olor de multitud y adornada con todo tipo de distinciones, discurrió más bien entre espinas, mediante la sucesión de conflictos en los que, como él mismo diría, la envidia profesional encontró campo abonado en la confusión ideológica que marca la España del siglo XVI, aferrada al dogmatismo católico sobre el que se cierne la sombra del protestantismo, en sus diferentes versiones.

Fray Luis culmina sus estudios con la obtención del grado de Maestro en Sagrada Teología en 1560 e inmediatamente emprende las oposiciones que habrían de darle una cátedra en Salamanca. En el primer intento fracasa rotundamente: se disputaba la de Biblia y la obtuvo Gaspar Grajal, pero en seguida consigue la de Vísperas, luego (24-12-1561) la de Santo Tomás (que fue muy celebrada, por la cerrada y enorme oposición entre los ocho candidatos) y cuatro años después la que había ocupado Durando. Pero esta sucesiva comparecencia ante los tribunales y la necesidad de oponer sus criterios a los de los demás candidatos perfiló ya un primer nivel de enfrentamiento con los dominicos, que tomaron nota de algunos juicios avanzados que emitió el fraile agustino, a los que se añadieron también los proferidos dentro del aula. De esta manera, fray Bartolomé de Medina, con la ayuda de los testimonios de algunos estudiantes, presentó una acusación formal, poniendo en cuestión algunas opiniones vertidas sobre las Sagradas Escrituras. Ni que decir tiene que la Inquisición se apresuró a intervenir. El 27 de marzo de 1572, Luis de León salía preso de su querida Salamanca para ingresar en las cárceles secretas de la Inquisición en Valladolid, en la que, el 15 de abril, prestaba su primera declaración ante el tribunal.

Este periodo, de cinco años, constituye, sin ánimo de dramatizar, uno de los sucesos más terriblemente injustos y tristes de la oscura labor realizada para desgracia de España por aquél infame tribunal que sólo por esta perversa actuación debería ser descalificado por la historia. Una persona inteligente, sensible, de una fe profunda jamás puesta en duda, vocacionalmente entregado a su orden y a la Universidad, permaneció durante cinco años sometido a una tortura indecible, sin que en ningún momento se le formulara una acusación formal ni se abriera juicio contra él. Ello explica que, sumido en la desesperación, fray Luis pidiera asistencia espiritual el 20 de agosto de 1575, convencido de que su cuerpo ya no podría resistir más y que la muerte le estaba próxima.

Mientras, el oscuro tribunal manejaba como principal prueba de cargo un manuscrito que los acusadores le habían hecho llegar: la traducción al español de El Cantar de los Cantares, la bellísima obra de Salomón, que adornada por la sensibilidad poética y delicada del fraile belmonteño se convertía en una obra cargada de intensidad, sensualidad y hedonismo. De aquel manuscrito se habían hecho copias que circulaban clandestinamente, de mano en mano, por los ambientes universitarios de Salamanca, convirtiéndose en prueba de cargo contra la osadía de Luis de León, que había alterado la ortodoxia vigente –sólo el latín era idioma apto para los textos sagrados- atreviéndose a verter una obra al vulgarísimo castellano, es decir, al idioma nuevo que estaban construyendo los autores de ese siglo vital para la lengua y al que el poeta de Belmonte contribuyó de una manera esencial. El 28 de septiembre de 1576 la Inquisición de Valladolid ordenó que se le aplicara el tormento, decisión anulada por el Tribunal Supremo el 7 de diciembre y que fue seguida de otra, el 11 del mismo mes, para que se le dejara en libertad. Cinco años había durado el brutal martirio, tiempo que tardó el tribunal en convencerse de que nada había de malo en la actividad literaria de fray Luis para mantenerle en una prisión “donde la envidia y mentira me tuvieron encerrado”. Fue, sin embargo, una ocasión que sirvió para afirmar la fe religiosa del buen fraile y su absoluta devoción a María, a la que dedicó desde la cárcel la bellísima y sensible poesía A Nuestra Señora. El 30 de diciembre, acompañado por un gran número de estudiantes, caballeros y profesores, envuelto en los sonidos clamorosos de atabales y trompetas, fray Luis regresa a Salamanca. Encontró su cátedra ocupada y para no dañar al colega, renunció a ella pasando a la de Sagrada Escritura. El 29 de enero de 1577 entró de nuevo en el aula y situado en el estrado, ante una muchedumbre de estudiantes que esperaban con expectación la riqueza de su verbo inició la lección de aquella memorable manera que ha pasado a formar parte del repertorio de frases célebres: “Decíamos ayer…”

No terminó ahí el recorrido de fray Luis por las distintas disciplinas universitarias, pues el 14 de agosto de 1578 tomó posesión de la cátedra de Filosofía Moral y al año siguiente obtuvo la de Biblia. Durante ese periodo, acabadas ya las tribulaciones anteriores, ocupó cargos de prestigio en el seno de la Universidad y también en la Orden agustina, que le eligió vicario general de Castilla en 1591 y al año siguiente Provincial, dignidad máxima que sólo pudo ostentar durante nueve días, pues la muerte llamó en seguida a su puerta.

Como una premonición de que llegaba la hora de su partida final, volvió fray Luis a su natal Belmonte en el mes de junio de 1591. Allí conservaba todavía tierras, que le proporcionaban una renta anual de 4.000 ducados y algunos familiares. De esa manera tuvo la oportunidad de hacer por última vez los caminos que tanto le agradaban, el paso por las calles de la noble villa, la charla con los paisanos, el trayecto sentimental hacia la ermita de Nuestra Señora de Gracia. De su figura y personalidad nos queda un expresivo retrato de quien lo conoció bien:

“En lo natural fue pequeño de cuerpo, en debida proporción: la cabeza grande, bien formada, poblada de cabello algo crespo; el cerquillo cerrado; la frente espaciosa; el rostro más redondo que aguileño, trigueño el color, los ojos verdes y vivos. En lo moral, con especial don de silencio: el hombre más callado que se ha conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos; con extremo abstinente y templado en comida, bebida y sueño; de mucho secreto, verdad y fidelidad; puntual en palabras y promesas; compuesto, poco o nada risueño. Leíase en la gravedad de su rostro el peso de la nobleza de su alma; resplandecía, en medio de esto, por excelencia, una humildad profunda; fue limpísimo, muy honesto y recogido, gran religioso y observante de las leyes”. Así lo describe el pintor Francisco Pacheco, suegro de Velázquez. Por su parte, interpretando esas descripciones y retratos, Luis Astrana Marín lo ve como “un fraile chiquito y nervioso, de ojos verdes; este fraile calladito y delicado; este poeta recio y sobrehumano; este fray Luis de León en cuyos versos “hay acentos que no han sonado en lira alguna, como no sea en la de David”.

Aunque la mayor parte de los biógrafos apresurados suelen reducir a la nada las relaciones de Luis de León con su tierra natal, Teófilo Viñas ha enriquecido tan ligera afirmación con nuevos datos en los que se da cuenta de un viaje a Belmonte, donde permaneció de abril a octubre, durante los que tuvo que sobrevivir a una epidemia de viruela y en los que asistió a la boda de su hermana menor. En esa época y en el mismo Belmonte, empezó a escribir La perfecta casada.

La síntesis que ofrece Menéndez Pelayo es muy expresiva: Desde el Renacimiento acá, a lo menos entre las gentes latinas, nadie se le ha acercado en sobriedad y pureza, nadie en el arte de las transiciones y de las grandes líneas, y en la rapidez lírica; nadie ha volado tan alto ni infundido como él en las formas clásicas el espíritu moderno. ¡Poesía legítima y sincera, aunque se haya despertado por inspiración refleja al contacto de las páginas de otro libro! Es una mansa dulzura que penetra y embarga el alma sin excitar los nervios y la templa y serena, y le abre con una sola palabra los horizontes de lo infinito”.

En 1987, profesores de Estados Unidos, Italia, Francia y España participaron en el III Coloquio Internacional de Literatura y Pensamiento Hispánicos, en el ámbito de la biblioteca Menéndez Pelayo, en Santander. Todos ellos eran especialistas en la obra de fray Luis, a quien dedicaron estas sesiones, a través del desarrollo de la biografía personal del agustino, el estudio completo de sus textos, su obra como teólogo y la producción poética vista desde una perspectiva erudita. Simultáneamente, prestaron atención a la implantación efectiva del intelectual en el ámbito docente que le correspondió vivir, en la Salamanca del siglo de oro. 

En diciembre de 1997, durante unas excavaciones que se estaban realizando para construir un aparcamiento en el subsuelo de la universidad de Salamanca se llevó a cabo el hallazgo de restos del convento de San Agustín, en el que residió Fray Luis y donde en 1856 se identificaron sus restos. El convento, construido en el siglo XVI, dinamitado por los franceses durante la guerra de la Independencia, reconstruido después y finalmente demolido, había sido uno de los más suntuosos de la ciudad. En el mismo lugar estaba el colegio mayor de Cuenca, cuyos restos también podrían aparecer en la misma excavación.

El nombre de Fray Luis de León figura en una céntrica calle de la ciudad de Cuenca y fue también el título de la Escuela de Magisterio trasladado hoy al edificio que alberga la Facultad de Educación. De similar manera, el nombre del agustino figura en el Colegio Público que fue Escuela Aneja de la Normal. En lo más alto de la ciudad, delante del edificio del Archivo Histórico Provincial, que fue cárcel de la Inquisición, una escultura de Javier Barrios representa al sabio agustino.

Obra publicada

Fray Luis no publicó en vida ninguna obra poética, aunque sí preparó una edición que pensaba editar como anónima o bajo seudónimo, pero alcanzaron una extraordinaria difusión a través de manuscritos, de los que se han encontrado al menos 87, de manera que permanecieron anónimas hasta 1631 en que se imprimieron por iniciativa de Francisco de Quevedo con el titulo Obras propias y traducciones latinas y griegas y italianas. Esta fue una edición imperfecta, porque al ser extraída de una copia en manuscrito, el editor no expurgó entre ellas algunas poesías anónimas o de otros autores, por lo que hay que esperar a ediciones posteriores (Francisco Cerdá y Rico en 1779; Gregorio Mayáns y Síscar, en 1785; Antolín Merino, 1805) para que la obra poética de fray Luis empiece a quedar consolidada. A partir de entonces son innumerables las ediciones realizadas en todos los países, bien de toda su obra o mediante títulos aislados, incluyendo entre ellas las excelentes llevadas a cabo por Luis Astrana Marín ya en el siglo XX y que aparecen en su totalidad, bajo la forma de Obras Completas o bien separadas en Obras latinas, Obras originales, etc. Por otra parte, son cuatro las obras en prosa del maestro belmontino, todas ellas también con innumerables ediciones:

Declaración del Cantar de los Cantares

De los nombres de Cristo

La perfecta casada

Exposición del Libro de Job

Bibliografía

José María Álvarez Martínez del Peral, “Conquenses ilustres”. El Día de Cuenca, 10 y 11-08-1927 / Luis Astrana Marín, “El último documento de Fray Luis de León”. Boletín de Información Municipal del Ayuntamiento de Cuenca; número extraordinario, abril 1957, pp. 15-17 / José Barrientos García, Fray Luis de León y la Universidad de Salamanca. Madrid, 1996; Ediciones Escurialenses /Aubrey Bell, Luis de León. Un estudio del Renacimiento español. Barcelona, 1927, Araluce / José Manuel Blecua, “Introducción a fray Luis de León. Poesía completa. Madrid, 1990; Gredos /  Sebastián Cirac Estopañán, “Proceso y genealogía de los familiares de Fray Luis de León”. Revista Cuenca, núm. 1, 1972, s/p; núm. 4, segundo semestre 1973 / Juan Gómez de Aguilar, “Patria y familia de Fray Luis de León”. El Día de Cuenca, 17-03-1921 / Ángel González Palencia, “Fray Luis de León en la poesía castellana”. En Miscelánea Conquense, Cuenca, 1929; Seminario Conciliar, pp. 1-30 / Julián Grimaldos, “Fray Luis en las celdas de la Inquisición”. Diario de Cuenca, 19 y 21-07-1964 / Rafael Lazcano, Fray Luis de León, un hombre singular. Madrid, 1991; Ediciones de la Revista Agustinana / Ricardo Senabre, “Introducción a fray Luis de León”, en Poesías completas. Madrid, 1988; Espasa Calpe / Teófilo Viñas, Agustinos en Cuenca. Cuenca, 1998, Diputación Provincial.