Jiménez, Diego Jesús

Diego Jesús Jiménez Galindo

Madrid, 24-12-1942 / Madrid, 13-09-2009

En un año emblemático, 1968, un joven poeta, apenas iniciado en el mundo de la lírica, obtenía el premio Nacional de Literatura, irónicamente bautizado entonces con el nombre de José Antonio Primo de Rivera. Quien ganaba el premio militaba en el Partido Comunista de la clandestinidad, tenía 26 años, había ganado ya el premio Adonais y había visto la luz primera en Madrid, el día de nochebuena (por eso le pusieron Jesús) por azar que sus padres corrigieron de inmediato, llevándole al que realmente era su pueblo, Priego, donde empiezan o terminan, según se mire, la Alcarria y la Sierra de Cuenca.

Su padre era el médico titular de Priego, un lugar casi mágico que marcó de manera indeleble la infancia y las primeras vivencias del niño, impregnado para toda su vida de las sensaciones que le produjeron aquellos paisajes, incluyendo olores y sabores. Allí inició sus estudios, que luego continuó en los maristas de la Bonanova, en Barcelona para volver a Cuenca, como alumno del instituto Alfonso VIII en el que, además de estudiar el Bachillerato, conocerá a una compañera de curso, Társila, con la que protagoniza un amor deslumbrante, digno de pasar a las antologías, como recuerdan con fervor y asombro quienes convivieron aquellos años con la pareja que terminaría formando un duradero matrimonio. En esa época publicó su primer libro de versos, Grito con carne y lluvia (1961),  financiado por él mismo y vendido de mano en mano a sus compañeros y profesores del instituto; poco antes (en 1960) había conseguido publicar su primer poema en una emblemática revista de la época, El Molino de Papel. Concluida su etapa de estudiante en Cuenca, la continúa en Madrid, en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, mientras entra de lleno en el complejo mundo de la poesía. A su llegada a la capital frecuenta la tertulia del Café Comercial donde conoce a Ignacio Aldecoa y a Eladio Cabañero; luego, Francisco Umbral lo introduce en la tertulia del Café Gijón que presidía Gerardo Diego, a la que asistirá prácticamente hasta la muerte del maestro a la vez que encuentra en otro paisano conquense, Florencio Martínez Ruiz, estímulo y crítica razonable para ir definiendo su personalidad poética. Son años de aprendizaje y rebeldía en un paisaje urbano que tiene como fondo la bohemia decadente alimentada en los años del último franquismo. Publica versos en Ínsula o Caracola, participa en la fundación de la revista Orfeo, de la que se edita un solo número y ya en el ámbito de la poesía plena tuvo unos inicios fulgurantes: premio del Club Internacional de Poesía de Bilbao por La valija (1962), premio Adonais en 1964 por La ciudad, un libro calificado por la crítica como audaz e innovador, en el que hace protagonista a Cuencay no mucho más tarde el premio Nacional de Literatura en 1968 por Coro de ánimas, un canto estremecedor, casi violento, en torno a las vivencias de una personalidad atormentada. Entre ellos figura Ámbitos de entonces, publicada por Rocamador en Palencia (1963).

El claro juicio analítico de Florencio Martínez Ruiz establece que “si Grito con carne y lluviarepresentaba el primer vagido auroral, de su incipiente voz lírica, intentando abrirse como un rayo de sol entre las nubes de la imprecisión emocional, La valija patentaba un tono conversacional y epistolar ciertamente original”. Ocurrían tales cosas mientras el joven escritor se abría pasos a codazos (los que da la vida) para encontrar un hueco en los ambientes literarios madrileños, mientras su madre, doña María, lo mimaba y atendía, segura de cuál era el camino que se abría ante el hijo. Y así pudo, en efecto, presentarse en sociedad para ganar el Adonais y estampar ya su nombre en los poetas más selectos del siglo XX español. Con la absoluta clarividencia que poseía para escudriñar en los ambientes poéticos, Federico Muelas detectó de inmediato a Diego Jesús Jiménez ya en su primer libro.

Impresión ratificada cuando en 1968 obtuvo el ya citado premio nacional de Poesía por Coro de ánimas, considerado por todos los comentaristas como el argumento definitivo y definitorio de una personalidad y de un estilo poético inconfundible, que renovaba las tensiones internas de la creatividad literaria a la vez que ampliaba los supuestos culturalistas del momento y abría un amplio espacio a la renovación formal. Entre quienes vislumbraron la capacidad innovadora de Diego Jesús Jiménez se encuentran severos analistas de la literatura española contemporánea, como Guillermo Díaz Plaja, Rafael Morales, Emilio Miró o Francisco Umbral quien en la revista Poesía Española adivinó, con clara intuición, los valores de una actitud poética que aportaba más una voz que un mensaje, al contener una gran seducción hacia la palabra junto al acierto para elaborar la metáfora inacabada y no retorcida.

La obra de Diego Jesús Jiménez estaba llamada a ocupar uno de los más encomiables lugares de la creación literaria española. Ya en sus inicios los críticos valoraron de inmediato que con él se introducía un proceso de renovación de la poesía española, adelantándose al movimiento de los novísimos, no sólo en número de publicaciones, sino en la profunda calidad de lo editado y en el repetido reconocimiento otorgado por los más destacados premios poéticos de este país.

Sin embargo, tras aquellos éxitos iniciales se produce una perezosa interrupción en su obra, condicionada por cuestiones personales (la indeterminación sobre su seguridad laboral) y la influencia de la situación transitoria del conjunto de la sociedad española, de manera que tarda ocho años en publicar su obra siguiente, Fiesta en la oscuridad, probablemente uno de los libros más importantes de la época, a pesar de su lenta introducción en los círculos de los entendidos y los críticos, algo reacios (suele suceder) a admitir en el seno de los elegidos a quien voluntariamente parecía quedar al margen de grupos establecidos y cenáculos de influencia. Es un libro que se emite desde una situación depresiva interior (algo que será consustancial siempre en su vida futura), que le lleva a desarrollar un complejo mundo interior, casi metafísico. El poemario ganó la II bienal de poesía “Ciudad de Zamora” (1976).

Detrás queda su etapa de militante del Partido Comunista, tanto en la época de la clandestinidad como en los primeros años de la transición, llegando a ser candidato al Senado por Cuenca en las primeras elecciones democráticas. En esa época trabajó en la Editora Nacional, de donde fue despedido, como todos sus compañeros, cuando el poder (ironías de la vida: ¡al llegar la democracia!) decidió cerrar aquel foco de cultura y progreso. En ella había dirigido la colección Alfar, en la que aparecen traducidos por primera vez al castellano los Lais, de María de Francia y, después de 200 años sin haber sido editados en Europa, los Emblemas, de Alciato, uno de los libros preferidos por Shakespeare. A continuación ingresó en la redacción de El Independiente (antes había estado en la de Mundo Obrero) encargándose de las páginas culturales durante la breve vida de aquél diario de los inicios de la democracia, tan importante como efímero. Una interesante etapa como editor de cómics recuperados del olvido de la historia debe ser también mencionada en este apunte biográfico.

Tras este periodo reanuda la actividad literaria y una versión reducida de Bajorelieve gana el premio “El olivo”, de la Diputación de Jaén; el libro, con el añadido de nuevos poemas y múltiples correcciones, ganará el premio Juan Ramón Jiménez, de la Diputación de Huelva (1990) y así conocerá su versión definitiva. Para entonces, ya había sido incluido en la antología Ocho poetas del campo de Castilla (Madrid, 1968; Taurus) y había completado su formación humanística y personal, en forma que Francisco Umbral retrató con su habitual estilo iconoclasta: “Rimbaud de Cuenca, niño de Priego, Diego Jesús Jiménez tuvo una adolescencia madrileña y poética entre el premio Adonais y las meretrices de Fuencarral”

Durante la década de los ochenta no publicó un sólo libro, quizá porque, como señala el profesor Luis García Jambrina, “sólo escribe lo necesario (…) su obra es el fruto de la labor callada y solitaria de un auténtico corredor de fondo”. En el primer año de la década siguiente aparece Poesía (1990), volumen antológico que recoge una amplia selección de todos sus libros anteriores e inmediatamente aparece una obra capital en la obra del autor: Bajorrelieve, que obtuvo el premio Hispanoamericano de Poesia (fallado en Huelva) y que produjo un enorme impacto en el ámbito literario, como bien se puede resumir con el juicio del académico Manuel Alvar, al señalar de Diego Jesús Jiménez que “en Bajorrelieve, se acredita con una intensidad y un fulgor muy fuera de lo que nuestra poesía manifiesta hoy”, para insistir en que “con nosotros hay un gran poeta y sus motivos son los de siempre, pues la poesía –manes de Degas- no son los contenidos, sino la forma de expresar esos contenidos”. Y tras un lúcido análisis del libro que comenta, concluye: “Los contenidos – emocionantísimos- de estos poemas son los que tienen validez en nuestra cultura: la infancia para la edad de hombre, el hoy ante los pasados que nos han hecho, la nostalgia de las evocaciones, el recuerdo vivo sin el polvo de la arqueología, el pesimismo y la esperanza. Sí, los temas de siempre, pero tratados con una voz singularísima, con una pasión dolorida y con una perfección formal que hacen de este un libro inolvidable”. Calificado como un “monumento poético” por Manuel Rico, el libro es un portento de perfección poética, resultado de un trabajo exigente y un estilo riguroso en el que cada palabra va engarzando tenazmente con las que tiene a su alrededor para formar un entramado de tanta sensibilidad interior como rigor poético en un terreno que siempre fue una exigencia para el poeta, la investigación en el lenguaje en busca de los más impensables sonidos.

Después, en la colección Calle del agua que dirige Juan Carlos Mestre y con obra gráfica del mismo aparece Interminable imagen (1996), que gana el XXXI certamen “Fiesta de la Poesía”, de Villafranca del Bierzo. Es la antesala de su gran título, el que le consagra definitivamente como uno de los grandes poetas de su generación y de la España contemporánea: Itinerario para naúfragos, con el que gana primero el “Jaime Gil de Biedma”  (de la Diputación de Segovia) y, a continuación, el Premio de la Crítica y el Nacional de Literatura, ambos en 1997. En el primero de ellos, el jurado formado por la Asociación Española de Críticos literarios se reunió en Adeje (Tenerife) y le otorgó el galardón“por ser un libro de elevada calidad, con una escritura innovadora y atípica en el panorama poético español”; el jurado valoró igualmente que “es un autor que trabaja mucho su poesía y conjuga el gusto por la palabra con la preocupación existencial y ética». Coronando la serie de galardones que han acompañado a este título fundamental de la obra de Diego Jesús Jiménez, el 21 de octubre le fue otorgado el Premio Nacional de Poesía, que ganó así por segunda vez, siendo el primer poeta español en ser reconocido de tal manera (Pere Gimferrer también lo ganó dos veces, pero una en castellano y otra en catalán).

Su obra figura ya en importantes antologías y ha sido objeto de numerosos estudios monográficos. Durante los últimos años de su vida desarrolló una intensa actividad como conferenciante en universidades y ateneos de todo el mundo, especialmente de Hispanoamérica.

A partir de 1992 inició una intensa vinculación con Cuenca, a través de la organización de las Semanas Poéticas (desgraciadamente interrumpidas tras su quinta edición) y de la edición de la revista Diálogo de la Lengua, de la que fue fundador y primer director, ambas iniciativas desarrolladas en colaboración con José Luis Muñoz, quien también le encargó en nombre del Ayuntamiento de Cuenca en 1998 el pregón de las Fiestas de San Julián. En abril de 1999 el Ayuntamiento de Villarta puso su nombre a la biblioteca municipal. Antes, también el ayuntamiento de Priego había bautizado con el nombre de Diego Jesús Jiménez el Centro Cultural de la ciudad.

El 26 de abril de 1998 recibió un espectacular homenaje en Iniesta, acto al que asistieron destacados poetas españoles y en septiembre participó un año más en los Encuentros Literarios de Verines (Asturias), dirigidos por el académico Víctor García de la Concha, que celebraban ya su XIV edición y en los que se dan cita las primeras figuras de la literatura española. Diego Jesús Jiménez, en su ponencia, señaló la creciente vocación de los jóvenes hacia la poesía, lo que se debe “a su valor como refugio, porque en la poesía se utiliza la palabra con una intención más honesta que en otros ámbitos”.

Según Florencio Martínez Ruiz, “Jiménez más que usar las palabras las regenera, pues su poesía no envilece las cosas, sino que las consagra en su altar misterioso. Pecho arriba le ha crecido al poeta la conciencia de su propia orfandad que es, a la vez, la orfandad del mundo. Aunque en esa fiesta oscura que es la poesía, ha sabido revelar sobre todo el hombre oculto que todos llevamos dentro. Como intérprete de la ciudad cósmica que es Cuenca ha logrado acentos rilkeanos, la voz coral hasta ahora perdida y que, con su inocencia de niño, le ha caído como un vilano entre sus palabras” [El Día de Cuenca, 07-10-1998, pág. 198]

Al aparecer la nueva edición de Bajorrelieve (Valencia, 1990), con un estudio introductorio de Manuel Rico “que pone sobre su escritura lupa y luz”, el comentarista J.C.W. dice que “el libro traza un puente sobre el tiempo (el histórico y el íntimo), y de las cuevas de Altamira nos lleva al inquietante bajorrelieve final; por los ojos de ese puente: la denuncia de los periodos oscuros, injustos, sometidos y, también, la metapoesía. Jiménez engasta imágenes en su verso como joyas extrañas y fulgentes, pero no menos cortantes y melancólicas. El resultado: una pieza singular, tallada con maestría, pulida con la sintaxis de los sueños”[El País/Babelia, 24-07-1999, p. 6]

La obra de Diego Jesús Jiménez ha sido estudiada de manera exhaustiva por Juan José Lanz, en la larga introducción de la edición preparada para la colección Letras Hispánicas, de Catedra, de dos de sus obras más notables, Bajorrelieve e Itinerario para naúfragos. El acercamiento a este texto resulta imprescindible para conocer las claves interpretadoras de la obra del poeta de Priego, desde sus poemarios iniciáticos hasta alcanzar el punto de inflexión que el analista sitúa en Ámbitos de entonces, en el que abandona el paraíso de la infancia para ser lanzado al cosmos en que se diluye sus propias experiencias personales ahogadas por el devenir de lo colectivo. La ciudad y Coro de ánimas abren el proceso hacia la madurez creadora, con la aportación al poema de las que habrán de ser algunas de las características más definidoras de Jiménez, la riqueza del vocabulario y la arriesgadísima construcción del verso a través de una sintaxis que rompe las estructuras clásicas sin llegar a ser incomprensible. En el primero de esos títulos, el escritor hacía un viaje a la memoria en el que revive algunas de sus más íntimas experiencias que alcanzan un estremecedor reflejo poético con imágenes inenarrables de una ciudad que viene a ser Cuenca, de manera explícita o insinuada. El otro título, Coro de ánimas completa esa visión con el aporte de la dimensión ética que, de otro lado, forma parte ineludible de la trayectoria personal del poeta, sin que falte en este planteamiento un factor integrados que lo vincula con un sentido aproximadamente místico, si bien desde la visión laica de la existencia.

A partir de aquí, en el lúcido análisis de Lanz, la obra de Diego Jesús Jiménez entra de pleno en la madurez. Envuelto durante los años siguientes en el oropel de la fama, los premios y el prestigio acentuado por comentarios y críticos, Diego Jesús Jiménez no dio a la imprenta nuevos títulos pero sí asistió a la aparición de dos directamente destinados a analizar su obra. Uno, la excepcional antología comentada por Manuel Rios en Hiperión; otro, la ya citada edición crítica realizada por Juan José Lanz. Comentando ambos volúmenes al unísono, Juan Cobos Wilkins, tras señalar que la poesía de Jiménez es difícilmente clasificable, a partir de sus raíces barrocas, desde donde “traza un puente y une la orilla de la poética social de mediados del siglo XX en España con la estética culturalista que irrumpe veinte años después. Como puente levadizo es su propia creación, pues en la pasta misma de su escritura se amasan, mezclándose sin rechazo, la harina de la realidad y la levadura de la imaginación” [Juan Cobos Wilkins, El País, 12-05-2001, Babelia, p. 14], que sirven de soporte para el entramado en el que coexisten el paisaje rural, la experiencia personal, la memoria histórica y un prodigioso conocimiento del lenguaje, al que el poeta acaricia y mima para incorporarlo a versos que se deslizan musicalmente a través de las páginas de su obra.

Para Florencio Martínez Ruiz, desde la óptica de Cuenca, Diego Jesús Jiménez es “nuestro mejor poeta contemporáneo. Y no hay que hacer mayores precisiones temporales. Decirlo así no es tampoco ninguna ligereza, sino una cara verdad objetiva”

Luis García Jambrina, en la nota necrológica que le dedicó en ABC, tras ofrecer un amplio recorrido por su obra, dice que “En su poesía, Diego Jesús Jiménez nos ofrece una visión del mundo centrada en el perpetuo misterio de la vida. Pero a él no le interesaba descifrar ese misterio, sino «plantearlo, mostrarlo, nadar en él, vivir en é1 sabiendo la imposibilidad de desvelarlo a través del arte». De ahí su escepticismo con respecto a las posibilidades de la palabra para conocer la realidad. Y es que, según decía, la labor del poeta no es conocer la verdad, sino soñarla. De hecho, la verdad del poema no es otra cosa que la inmersión en lo desconocido, en lo misterioso, en lo oscuro de la vida, como única forma de habitar y soñar la realidad. Todo esto dio como resultado una poesía hondamente reflexiva, crítica y desmitificadora, pero que, al mismo tiempo, es un canto a los «desheredados, los fracasados, las víctimas de la Historia o de cualquier historia». El fruto, en fin, de la labor callada y solitaria de un poeta visionario.

Vista ya desde la distancia, como una obra consolidada y definitiva, la de Diego Jesús Jiménez es una poesía que pivota más allá de las modas y las tendencias, para convertirse en una isla solitaria, inclasificable y, por ello, independiente. Durante toda su vida osó caminar por sendas no trilladas y no se acomodó a los grupúsculos literarios de tanta afición a lo largo de generaciones. Profundamente preocupado por el idioma, por los matices y significados del lenguaje, se alejó de los cánones de la preceptiva para sumergirse en experiencias muy próximas al atrevimiento lingüistico. Como escribió Guadalupe Grande, “realizó un viaje, si no estrictamente solitario, sí apartado de cualquier otro requerimiento que no fuera el cuidado y el rigor con sus palabras y sus silencios”.A todo ello hay que añadir una faceta muy especial, la que corresponde al ensayista porque aunque casi ningún poeta es a la vez teórico, Diego Jesús Jiménez sí lo fue. Conocedor de la obra y las circunstancias de los escritores no solo de su generación sino también de los clásicos, poseía una amplia capacidad analítica para desbrozar las características del poema y profundizar en matices, tanto semióticos como lingüisticos, con la clarividencia necesaria para situar con justeza al escritor y su obra.

Profundamente enraizado con su ciudad, Priego, durante los primeros años del siglo XXI consiguió que la Universidad de Castilla-La Mancha organizara en ella un curso de verano titulado genéricamente “Leer y entender la poesía”, dirigido por Martín Muelas y Juan José Gómez Brihuega, que propició la llegada a la ciudad pricense cada año de los más destacados poetas españoles, junto con profesores y estudiantes atraídos por el estudio y el conocimiento de la poesía. El último de esos cursos se celebró en 2008, cancelado con la llegada al Ayuntamiento del PP cuyo alcalde consideró innecesaria esta actividad cultural, que no se ha vuelto a recuperar, a pesar de posteriores cambios políticos.

Varios años después de su muerte, la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes promovió la edición de una curiosa antología elaborada a partir de poemas seleccionados por un amplio grupo de escritores, la mayoría sus amigos y compañeros de generación pero también de otros más jóvenes, coincidentes en valorar la importancia de la voz de Diego Jesús Jiménez en el ámbito de la poesía española contemporánea. Como explica en la introducción Guadalupe Grande, “la consigna no ha sido otra que la vida de un poema: su obcecación por permanecer, como alimento de primera necesidad estética y civil, en la elección y en la vida de quien lo leyó”.Desde esta perspectiva bien puede decirse que la poesía de Diego Jesús Jiménez es absolutamente intemporal, permanece y trasciende del tiempo para conservar una suave y elegante fragancia de cercanía emocional. La obra de Diego Jesús Jiménez aparece recogida en numerosos antologías españolas.

     DJJ, pintor

Era ya un escritor consagrado y un poeta reconocido en los círculos literarios cuando Diego Jesús Jiménez decidió desarrollar públicamente la que hasta entonces era solo una vocación privada, la pintura, que mostró por primera vez en la Galería Kreisler, de Madrid,  entre mayo y junio de 1991, para cuyo catálogo escribieron comentarios y poemas nombres tan vinculados al artista-escritor como José Hierro, Eladio Cabañero, Félix Grande, Rafael Talavera o Francisco Umbral, coincidentes todos en señalar el valor creativo de las vasijas incorporados a los lienzos. El último de los comentaristas citados señala que aunque el creador no quiere mezclar para nada al poeta con el pintor, “yo creo que son la misma cosa. Los objetos, los cacharros, los seres y enseres domésticos, cereales, toda esa iconografía rural y plural, casera, las cosas, están vistas por el pintor en su mera alusión poética, en su mera ilusión lírica, están imaginadas, sugeridas, presentes/ausentes, empadronadas en un clima de luz y sueño que es y no es la vida”.   Unos meses después, del 13 al 23 de octubre de 1992, expuso en la sala de Caja Castilla-La Mancha, en Cuenca.

Obra publicada

Poesía

Grito con carne y lluvia (Cuenca, 1961)

La valija (Bilbao, 1962)

Ámbitos de entonces (Palencia, 1963)

La ciudad (Madrid, 1965)

Coro de ánimas (Madrid, 1968)

Fiesta en la oscuridad (Madrid, 1976)

Poesía (Barcelona, 1990)

Bajorrelieve (Huelva, 1990)

Fabulación y otros poemas (Montilla, 1996)

Itinerario para náufragos (Madrid, 1996)

Poemas (Palma de Mallorca, 1998)

Poemas del Júcar (Cuenca, 1998)

Iluminación de los sentidos (Antología) (Madrid, 2001)

Fugacidad inmóvil (Madrid, 2006)

Ensayos

Martínez Novillo (Madrid, 1972)

José Sancha (Madrid, 1975)

Algunas reflexiones sobre la poesía en la última década del siglo. Poesía y anticipación (Madrid, 1993)

Interminable imagen (Villafranca del Bierzo, 1996)

Bibliografía

José María Alvar, “La vida es la tarde reflejada”. Blanco y Negro, 15-03-1992 / Miguel Casado, Mar interior. Poetas de Castilla-La Mancha. Toledo, 2002; Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, pp. 65-77 / José Ángel García, “Diego Jesús Jiménez: la sola soledad de la palabra en cruz”. Cuenca, 1983. Revista Olcades, núm. 13, pp. 16-20 / José Ángel García, “Diego Jesús Jiménez, un compromiso ético permanente”; El Día Cultural, 18-09-2000, pp.35-37 / Juan José Lanz, “Introducción”,en Diego Jesús Jiménez: Bajorrelieve e Itinerario para náufragos. Madrid, 2001; Cátedra, pp. 9-144. Colección Letras Hispánicas / Ángel Luis Luján Atienza, Los rostros de Medusa. 20 años de poesía conquense. Ciudad Real, 2009; Almud, pp. 58-76 / Ángel Luis Luján, “Poéticas de la anticipación y de la máscara. Diego Jesús Jiménez y Saint-John Perse”. Cuenca, 2010; Diálogo de la Lengua, 11, pp. 73-95 / Florencio Martínez Ruiz, Leer y entender la poesía de Diego Jesús Jiménez (Crónicas, críticas y notas de mi agenda periodística). Cuenca, 2009, Diputación Provincial (Colección Atalaya) / Florencio Martínez Ruiz, “Diego Jesús Jiménez en su gran momento literario”. El Día de Cuenca, 09-12-1990, pp. 10-11 / Juan Manuel Molina Damiani, “Maldita belleza. 49 apuntes sobre Diego Jesús Jiménez”.Madrid, 2009; Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 713, pp. 139-150 / Francisco Mora, Gramática de la luz, sintaxis del color: la palabra soñada de Diego Jesús Jiménez; Cuenca, 2015 / Martín Muelas, Diego Jesús Jiménez: fugacidad inmóvil en Priego. Cuenca, 2010; Diputación Provincial / José Luis Muñoz, “Solista sin coro”. En La memoria colectiva; Cuenca, 1987, pp. 139-152 / José Luis Muñoz, “Diego Jesús Jiménez, poeta por la gracia de Dios”. Entrevista. Diario de Cuenca, 19-01-1969, p. 8 / Manuel Rico, Diego Jesús Jiménez: la capacidad visionaria y meditativa del lenguaje. Cuenca, 1996 / Varios, La poesía de Diego Jesús Jiménez. Cuenca, 2007; Universidad de Castilla-La Mancha / Varios, Diego Jesús Jiménez. Leer y entender la poesía. Cuenca, 2011; Universidad de Castilla-La Mancha.