ANDRÉS GONZÁLEZ-BLANCO GUTIÉRREZ
Cuenca 21-08-1888 / Madrid 21-10-1924
Hijo de un inspector de primera enseñanza destinado en Cuenca, realizó prácticamente toda su obra en Asturias, región a la que llegó cuando tenía diez años y a la que se vinculó de manera definitiva, aunque fijó su residencia en Madrid. Nació y creció en el seno de una familia de hondas raíces culturales, en la que fueron sus hermanos más destacados Edmundo, filósofo y traductor; Pedro, periodista y escrito y Dolores, también escritora y nacida igualmente en Cuenca, en cuya Escuela Normal fue profesora.
Empezó sus estudios en el seminario ovetense, sin tener ninguna vocación religiosa, pero los siete años que permaneció en ese lugar sirvieron para adquirir un amplio conocimiento de los escritores clásicos además de empezare a conocer a los contemporáneos. Vivió un tiempo en Ciudad Real (nuevo destino profesional de su padre, que murió en esa ciudad en 1895) y continuó luego la carrera de Filosofía en la Universidad Central, aunque no llegó a licenciarse, a falta de dos asignaturas, según confesión propia. Prefirió la vida literaria y la bohemia intelectual de la época: aún no había cumplido los veinte años y ya era una figura conocida en las tertulias madrileñas, publicando trabajos en revistas literarias y ocupando cargos directivos en el Ateneo, con una actitud dinámica y creativa a lo que unía una inagotable disposición para la escritura. Publicaciones como Nuestro Tiempo, Revista Contemporánea, Blanco y Negro, La República de las Letras y otras similares, acogieron sus primeros trabajos, algunos de ellos firmados como Luis de Vargas.
Inicialmente, Andrés González-Blanco emprendió el camino de la crítica literaria que amplió con el ensayo, dedicándose a estudiar a las figuras más destacadas de la literatura española de comienzos del siglo XX, actividad en la que pronto destacó por su capacidad para el análisis con lo que, de paso, se ganó el respeto y la consideración de quienes entonces ocupaban los puestos de honor del ámbito literario. Había viajado a París como redactor de la revista España en busca de conocimientos literarios y experiencias sociales y de esa época procede su primer libro de crítica, Los contemporáneos (Paris, 1907), en que deja ver ya los principios básicos de su gran preparación literaria y los conceptos que le servirán para desarrollar posteriormente una destacada labor como estudioso de los géneros y de los autores, y ello le permitió entrar en contacto con todas las figuras del momento, desde Blasco Ibáñez a Juan Ramón Jiménez. Inquieto y bullidor, siempre buscando compañías de prestigio, incluso se llegó a insinuar que pudo ser el negro de alguno de ellos.
Dos años después publica su primera novela corta, Un amor de provincia y a partir de entonces diversifica e intensifica su actividad a medida que va incrementándose su prestigio en los ambientes literarios madrileños y obtiene varios premios, uno en “El cuento semanal”, por la ya citada Un amor de provincia, otro del Ateneo por su amplia Historia de la novela en España desde el Romanticismo a nuestros días, que viene a ser un extraordinario catálogo de conocimientos acumulados durante su todavía corta vida.
Colaborador de numerosos periódicos y revistas, cultivó la poesía, la novela, el ensayo y la crítica literaria, además de participar en tertulias con la secuela natural de polémicas tan propias de los cenáculos de la época, actividad totalmente dedicada a la literatura que le En prensa, su nombre aparece en los más variados títulos: El Imparcial, La Esfera, Blanco y Negro, La Ilustración Española e Hispanoamericana y también en varios de La Habana o Buenos Aires, en lo que fue una dedicación total y absorbente a la literatura. Su nombre aparece también en 1918 en el Comité de Dirección de la Revista Hispano-Americana Cervantes, como responsable de la sección española.
Corto de estatura (“un hombrín con su bastoncito” lo describió Ramón Gómez de la Serna) puede ser un personaje muy representativo de una sociedad, la madrileña del primer cuarto de siglo, moderadamente intelectualizada y abiertamente mundana. Cansinos Assens nos ha dejado de él un retrato ciertamente cruel: “Pobre Andresín, tan cortés, tan amable, tan cargado de erudición bajo su frivolidad aparente, tan laborioso, no obstante vérsele por todas partes cortejando modistillas y montando en los tiovivos de las verbenas… Cierto que todo lo hacía a la diabla y escribía al correr de la pluma sin tiempo para corregir… y dialogando al par con los amigos en los cafés… De ahí que para muchos fuese un erudito a la violeta”. Por su parte, Juan Ramón Jiménez le dedicó sus “Baladas de primavera”. Editor de Rubén Darío, biógrafo de Campoamor, el conjunto de su obra puede ser calificado de ingente, sobre todo teniendo en cuenta la temprana fecha en que murió cuando apenas si tenía 36 años, pero con independencia de la cantidad de libros publicados hay que valorar muy especialmente la importancia de su contenido sobre todo en los de crítica literaria, género en el que fue un auténtico precursor, al analizar y difundir las características de los grandes autores de la generación anterior, valorar a sus contemporáneos y abrir el camino para la comprensión de hispanoamericanos y portugueses. En este apartado los cuatro tomos de la serie Los contemporáneos son de un sorprendente mérito precursor, concepto que también se puede aplicar a su muy valiosa Historia de la novela contemporánea. Es ciertamente notable la capacidad de González-Blanco para señalar las virtudes y los defectos de autores que en ese momento aún no estaban consagrados y en los que detecta los elementos definitorios de sus cualidades literarias.
Quedó inédita, pendiente de publicación, sin que viera luego la luz, una profunda y amplia revisión de la obra de Galdós. Como también quedó aparcada la edición de un libro de poemas, “Horas de ausencia”, que al parecer tenía preparado pero que no se decidió a dar a la imprenta, aunque algunos de ellos vieron la luz en distintas revistas. González-Blanco, que se inició como poeta, dejó de trabajar el verso en 1916 dedicándose desde entonces sólo a la prosa, bien en publicaciones periódicas o en libros.
Como novelista, adoptó las normas y tendencias propias del naturalismo, que analizó elogiosamente en los grandes maestros y que él mismo aplicó a su estilo narrativo, incorporando detalladas descripciones de ambientes y situaciones sociales, sin desdeñar la incursión en un descarado erotismo que juzgaba elemento propio del relato costumbrista y que le permitió ofrecer una visión ciertamente nada complaciente del elemento femenino. La obra narrativa de González-Blanco se desparramó de manera abundante a través de las ediciones seriadas semanales que durante esa época formaron un importantísimo sustrato de la cultura popular, en colección como El Cuento Semanal, La Novela Corta, Prensa Popular, La Novela Gráfica, etc. que se nutrieron en forma abundante de obras de nuestro autor hasta formar un conjunto extraordinariamente prolífico y variopinto.
En ese conjunto hay que mencionar especialmente una novela que en su momento produjo un extraordinario impacto, Un amor de provincia, en la que retrata su Cuenca natal bajo el nombre de Episcópolis y que bien podría ser considerada un trasunto menor de La Regenta, presencia y ambiente que continuará, cuatro años después, en Un drama en Episcópolis, formando ambas narraciones, aunque independientes entre sí, un corpus excepcional en el que la ciudad escondida bajo el nombre de Episcópolis toma forma física –“Engastada en un cerro, con hileras de casas escalonadas como graderías de un anfiteatro”- a la vez que ofrece una descripción en algunos momentos muy emotiva de los personajes que pululan por ella y que, desde la creación literaria, ayudan a perfilar el ambiente de la triste ciudad castellana.
Obra importante en el trabajo literario de González-Blanco es su único libro de poesía, Poemas de provincia, del que inicialmente publicó algunos poemas en distintas revistas, antes de recogerlos en este libro, del que se publicó una primera y solitaria edición en 1910, convirtiéndose desde entonces en una de esas piezas exóticas, mencionadas siempre pero inencontrables, suceso que con alguna frecuencia se produce en la literatura, hasta que fue reeditado en 1999 por Andrés Trapiello, con un excelente artículo de introducción en el que explica la génesis de la obra y justifica su irregularidad en un libro “que seguramente muchos encontrarán reiterativo y monótono, pero que justamente en esta reiteración y monotonía tiene, como se advierte en una relectura, si no su principal virtud, sí su más llamativa característica”. Los versos de este libro hondo y sentido se deslizan a través de la figura de una mujer anónima, huidiza, tímida, una mujer de provincia (de capital de provincia, casi podríamos decir), que carece de independencia y libertad, que en casa está constantemente vigilada por madre y sirvientas y a la calle sólo puede salir –para ir a misa- igualmente acompañada, pero este control constante sobre el cuerpo no puede impedir que esa mujer tenga sentimientos, ideas, ilusiones y que el amor, la utopía del amor, encuentre cobijo en su alma. “Esa mujer –dice Trapiello- objeto del deseo de un poeta adolescente, es perseguida por toda la ciudad en sueños, en sombras, en quimeras”. Los versos se van desgranando, con cierta monotonía recurrente, es cierto, pero con una intensa profundidad sentimental, envueltos por las alusiones a la ciudad hermética, de negros muros, de calles pedregosas sobre las que domina el imponente edificio del “sombrío seminario”, sin que falten otras referencias más directas a la cotidianeidad inmediata: el pequeño teatro, el casino doméstico, los trenes que van y vienen perezosamente.
Precisamente al hilo de esta edición, el crítico Miguel García Posada trazaba un lúcido comentario sobre la personalidad de González-Blanco y el mérito indiscutible de un libro de enorme intensidad poética, pese a sus irregularidades y reiteraciones: “González-Blanco canta la provincia española finisecular, oscurantista, clerical y fraudulenta, que alguna relación guarda con la de Gutiérrez Solana y, en general, con los burgos podridos del 98; pero a la vez sabe convertir esa misma provincia en espacio del amor, en lugar de la nostalgia por lo que fue, en ámbito de lo que alguna vez pudo haber sido”.
Obra publicada
Ensayos literarios e históricos
Los Contemporáneos. Apuntes para una Historia de la Literatura hispano-americana a principios del siglo XX. Tres series (Paris 1907, 1910, 1911)
Los grandes maestros: Salvador Rueda y Rubén Darío (Madrid, 1908)
Historia de la novela en España, desde el Romanticismo a nuestros días (Madrid, 1909)
Rubén Darío. Obras escogidas. Estudio preliminar (Madrid, 1910)
Elogio de la crítica (Madrid, 1911)
Campoamor. Biografía y estudio crítico (Madrid, 1912)
El centenario de Rousseau: últimos años y muerte de Juan Jacobo. Su influjo póstumo (Madrid, 1912)
Marcelino Menéndez y Pelayo. Su vida y su obra (Madrid, 1912)
Antonio de Trueba. Su vida y sus obras (Madrid 1914)
Sir John French: el heroísmo del soldado inglés (Madrid, 1915)
Alberto I de Bélgica: su educación. Su carácter. Su vida (Madrid, 1915)
El Konprinz: su ambiente. Su familia. Su juventud (Madrid, 1915)
El general Joffre. Su vida, sus campañas (Madrid 1915)
Un déspota y un libertador. El problema de México (Madrid, 1916)
Los dramaturgos españoles contemporáneos. Primera serie (Valencia, 1917)
Escritores representativos de América (Madrid, 1917
Joaquín Dicenta: antología crítica de las obras (Madrid, 1919)
Temas de potsguerra: el socialismo alemán, la política mundial y la anglofolia (Madrid, 1919)
Armando Palacio Valdés: juicio crítico de sus obras (Madrid, 1920)
Leopoldo Alas “Clarín”: juicio critico de sus obras (Madrid, 1920)
Más allá de la frontera: la actual situación política de Portugal (Madrid, 1920)
Palacio Valdés: estudio crítico de las obras (Madrid, 1920)
Pedro Antonio de Alarcón: juicio critico de sus obras (Madrid, 1920)
Pío Baroja: antología crítica de sus obras (Madrid, 1920)
Vicente Blasco Ibáñez: juicio critico de sus obras (Madrid, 1920).
Felipe Trigo: antología crítica de sus obras (Madrid, 1921)
Joaquín Dicenta: antología crítica de sus obras (Madrid, 1921)
Juan Valera: antología crítica de sus obras (Madrid, 1921)
Poesía
Poemas de provincia y otros poemas. Itinerario poético. Tardes en un convento. Poemas eclesiásticos (Madrid, 1910)
Novelas
Un amor de provincia (1907)
El veraneo de Luz Fanjul (Zaragoza, 1909)
El castigo (1909)
El culpable (1910)
La eterna historia (Madrid, 1910)
Idilio de aldea (Madrid, 1910)
Doña Violante, novela (Madrid 1910)
La hora del abandono (Madrid, 1911)
Matilde Rey (Madrid, 1911)
La rubia del paseo (Madrid, 1911)
El misacantano (Madrid, 1911)
El pianista (Madrid, 1912)
Un drama en Episcópolis (Madrid, 1912)
Julieta rediviva, novela (Madrid, 1912)
La loca de la casa (Madrid, 1913)
España tiembla (Madrid, 1914)
Tu marido lo sabe (Madrid, 1915)
Brisas de ultramar (Madrid, 1916)
El paraiso de los solteros (Madrid, 1916)
Mademoiselle Milagros, novela (Madrid, 1916)
Rosita Fuenclara (Madrid, 1916)
Serenata de estío (Madrid, 1916)
Yvonne la loca (Madrid, 1917)
La sacrificada (Madrid, 1918)
El misterio de la Moncloa (Madrid, 1918)
La pobre Odette (Madrid, 1919)
La buena pecadora (Madrid, 1919)
Las frívolas y las perversas, novela (Madrid, 1919)
Manolita la ramilletera (Madrid, 1920)
Historia de un cuerpo bonito (Madrid, 1920)
Flor de Cantabria (1920)
Adiós a la recién casada (Madrid, 1920)
Un drama a orillas del mar (Madrid, 1921)
El crimen de la rue Pigalle (Madrid, 1921)
Pasión de española (Madrid, 1921)
La risa del mar (Madrid, 1921)
El americanín del automóvil (Madrid, 1922)
El fado del Paço d’Arcos (Madrid, 1922)
El galán joven (Madrid, 1922)
Los postres del banquete (Madrid, 1922)
La noche del estreno (Madrid, 1922)
Amor de marino (Madrid, 1922)
Regalo de Reyes (Madrid, 1923)
Idilio de aldea (Madrid, 1923)
La juerga triste (Madrid, 1923)
María Jesús, casada y mártir (Madrid, 1923)
La aventura de Margot (Madrid, 1923)
Españolitas de Lisboa (Madrid, 1923)
Españolitas de París (Madrid, 1923)
La morenita del cabaret (Madrid, 1923)
El mal amor de las casadas (Madrid, 1923)
Viaje alrededor de una mujer bonita (Madrid, 1923)
Las francesitas del café (Madrid, 1923)
Mis mejores cuentos (Madrid, 1923)
Alma de monja, novela (Madrid, 1924)
El ocaso de Manolita (Madrid, 1924)
Panchín, “rey de la casa” (Madrid, 1924)
Una española castiza (Madrid, 1926)
Referencias: José María Álvarez Martínez del Peral, “Conquenses ilustres”. El Día de Cuenca, 01-12-1927./ N. Hernández Luquero, “Evocación de Andrés González-Blanco”, Madrid, ABC, 12-05-1975 / José María Martínez Cachero: Andrés González Blanco, una vida para la literatura; Oviedo, 1963 / Florencio Martínez Ruiz, “Andrés González Blanco: un poeta de gran influencia en el modernismo hispanoamericano”; El Día de Cuenca, 25-10-1994 / Ángel Luis Mota y María del Carmen Utanda, introducción a Andrés González Blanco en Episcópolis; Cuenca, 2003 / Miguel García Posada, El País/Babelia, 30-10-1999, p. 4.