Giménez de Aguilar, Juan

Juan Giménez Cano

Cuenca 20-01-1876 / Alcalá de Henares, 17-02-1947

Persona fundamental en la vida y la cultura de Cuenca durante la primera mitad del siglo XX y, quizá por ello, discutido y admirado a partes iguales, con el componente añadido de su militancia política en el bando de los perdedores de la guerra civil, circunstancia que todavía hoy continúa estando presente, para bien y para mal, en la valoración humana de este hombre por tantos motivos excepcional. Profesor de Instituto, escritor de libros, articulista de periódicos, conferenciante, político de izquierdas, presidente de la Diputación Provincial, defensor a ultranza del patrimonio provincial, son algunos de los rasgos distintivos que pueden servir para enmarcar una personalidad de enorme riqueza humana e intelectual.

Nacido como Juan Jiménez Cano, en el seno de una familia acomodada y huérfano desde que era niño, su vida está vinculada a una propiedad familiar, la situada en el paraje de Casablanca, en las afueras de Cuenca. Asumió por propia voluntad el apellido Giménez de Aguilar para recordar así sus orígenes familiares, vinculados al pueblo palentino de Aguilar de Campóo. Esta doble atribución nominativa ha ocasionado algunas confusiones en quienes pensaron que son dos personas diferentes. Lo hizo un investigador de tanto prestigio como Dimas Pérez Ramírez que, en un artículo sobre la sinagoga de Cuenca, al referirse a una mención que había hecho el obispo Sangüesa sobre una intervención de Giménez de Aguilar en el proceso de ruina de la iglesia de Santa María, intenta corregir al prelado diciendo que no fue tal señor, sino Jiménez Cano, puesto que esta era el nombre figurado en las actas municipales, ignorando, de esa manera, que se trata de la misma persona.

Estudió en la Universidad Central (Madrid), obteniendo la licenciatura y a continuación el doctorado en Ciencias Naturales, concluyendo los estudios en 1898. De inmediato fue nombrado profesor del instituto de Segunda Enseñanza de Cuenca, al que accedió por orden del Rector de la Universidad Central, del 22 de octubre de 1900, como Auxiliar supernumerario gratuito de la sección de Ciencias, incorporándose al centro el 7 de noviembre. Por Orden de 3 de octubre de 1902 fue nombrado sustituto personal de Antonio Senén de Castro (catedrático de Historia Natural jubilado) ocupando ese puesto desde el 08-12-1902 y hasta la obtención de su plaza definitiva. Ingreso en el Cuerpo de Catedráticos el 20-03-1906 y el 06‑07‑1906 obtuvo plaza de catedrático por oposición en el Instituto de Cabra (ciudad en la que contrajo matrimonio), que permutó al año siguiente con Ángel Corrales Hernández por la de Cuenca, en la que permaneció ya el resto de su vida docente. En esa etapa desempeñó la dirección del centro de manera interina por decisión ministerial, desde el 17 de junio de 1914 y la ocupó durante un breve periodo, pero volvió a ocupar el cargo por Decreto del 30-08-1932 y lo desempeñó hasta el 29‑03‑1939 en que fue destituido y encarcelado por las tropas nacionalistas triunfantes. Fue separado del servicio el 06-05-1941 e internado en la cárcel de Alcalá de Henares, en espera de juicio.

Quienes fueron sus alumnos han mostrado en repetidas ocasiones el respeto que les producía un profesor siempre cercano, que promovía los principios de la pedagogía activa inspirada en la Institución Libre de Enseñanza y que se manifestaban en un diálogo participativo en el aula, excursiones a la naturaleza para conocer de manera directa el territorio, además de promover la organización de un museo científico modélico y que hoy, en su recuerdo, lleva el nombre de Giménez de Aguilar. La docencia fue, desde luego, su principal ocupación y la desarrolló con plena conciencia del papel que le correspondía en la conflictiva España que le tocó vivir.

Sin embargo, esa dedicación no le impidió aplicarse a otras muchas tareas, especialmente en el terreno de la investigación y la divulgación de cuestiones históricas y artísticas, siempre referidas de manera prioritaria a la provincia de Cuenca. Académico correspondiente de la Real de Bellas Artes de San Fernando, fue nombrado Cronista oficial de la provincia en 1911. En su ciudad natal ocupó puestos muy diversos: Director del Museo Provincial de Bellas Artes, presidente del Patronato Municipal de Arte, presidente del Ateneo Conquense, además de participar con total dedicación en campañas de protección del patrimonio edificado, especialmente en el casco antiguo de Cuenca, al que dedicó incontables artículos.

Fue miembro de la Real Sociedad Española de Historia Natural, de la Sociedad Entomológica, de la Sociedad Española de Antropología, de la Sociedad Española para el Progreso de las Ciencias, de la Sociedad Española de Amigos del Arte… Participó en los Congresos Internacionales de Turismo (1912) y de Climatología, Hidrología y Geología (1913). En ese capítulo hay que señalar un dato que en su  momento resultó sorprendente para la comunidad científica: el 3 de junio de 1914, en la sesión que estaba celebrando la Real Sociedad Española de Historia Natural, presentó la propuesta de que se formulara una medida de protección para la Ciudad Encantada. Lo extraordinario en que aún faltarían dos años para que en España surgiera alguna norma de ese tipo para proteger el patrimonio natural.

Activo colaborador de periódicos y revistas, publicó artículos en La Esfera, Coleccionismo, Cultura Hispanoamericana pero, sin embargo, no reflejó todo su inmenso conocimiento en obras sólidas, por lo que no llegó a publicar ningún libro (sólo algunos folletos) que, sin la menor duda, hubiera sido una pieza capital en el saber provincial, tan necesitado siempre de trabajos intelectuales de altura.

Desde 1931, ejerció el cargo de delegado provincial de Bellas Artes, posición desde la que inició las tareas para realizar el catálogo del tesoro artístico provincial. En esa tarea se encontraba al estallar la guerra civil, conflictivo y duro momento en el que asumió el complicado papel de proteger, incluso con su propio cuerpo (como ocurrió en un intento de asalto a la catedral) los bienes artísticos de la provincia, insensatamente amenazados por el estallido revolucionario en su vertiente anarquista. Vocal de la Junta delegada de Protección, Incautación y Salvamento del Tesoro Artístico, pudo llegar a tiempo de salvar incontables piezas amenazadas por la destrucción y el fuego. Paradójicamente, esta actitud ejemplar fue utilizada luego por los vencedores, para tejer una auténtica leyenda negra en torno a la figura benemérita de Giménez de Aguilar, a quien se le quiso culpar de males en los que no solo no había tenido ninguna intervención sino que había impedido pudieran pasar todavía a mayores y más terribles consecuencias.

Como persona preocupada por la situación social de su tiempo, Giménez de Aguilar intervino también activamente en política. A comienzos del siglo XX lo encontramos militando en agrupaciones conservadoras, por las que obtuvo acta como concejal del Ayuntamiento de Cuenca (de 1904 a 1918), para evolucionar luego hacia posiciones progresistas y terminar integrado en el Partido Socialista, hecho en el que tuvo mucho que ver su amistad y colaboración con Rodolfo Llopis, llegado a Cuenca en 1923, como profesor de la Escuela Normal y auténtico promotor de la organización del socialismo en la provincia además de impulsar el movimiento obrero vinculado a la UGT.

Como articulista, su labor es inmensa en un repertorio de temas que abarcan la historia local, el arte, las artesanías y la naturaleza, además de ser un precursor en la valoración del turismo como vehículo de cultura y progreso económico. Desde muy joven encontramos su nombre firmando colaboraciones en El Huécar (1894), Juventud(1902), Las Noticias (1905), Vida Modernay El Liberal(1910), etc. En El Mundo, periódico conservador con un incipiente toque regionalista escribió una larga serie de artículos, sobre todo de crítica municipal; el 1 de diciembre de 1911 fue nombrado redactor-jefe, responsabilidad que el periódico comentaba así: «sobradamente son conocidas sus campañas brillantes y las exquisitas crónicas siempre en defensa de la justicia y de los intereses de la región. Los lectores y el partido están de enhorabuena». Pero la experiencia no le resultó muy satisfactoria, entre otros motivos porque empezaba a sentirse a disgusto en las filas conservadoras y abandonó ambas actividades para volver a ser colaborador esporádico de diferentes publicaciones: La Tralla(1912), La Tierra(1918-1919), Juventud(1919). De esa momentánea apatía se recuperó cuando abrazó de manera abierta el socialismo, militancia que trasladó activamente a la prensa: La Lucha (a partir de 1920), El Día de Cuenca(19221-1924), La Voz de Cuenca(1929-1931), Electra(1930-1931), República (1931-1932), Heraldo de Cuenca(a partir de 1935).

Pese a lo dicho hasta ahora sobre su ideología y militancia conviene señalar que Giménez de Aguilar no hace proselitismo desde sus artículos ni menos aún se muestra en la forma sectaria que es habitual en los políticos españoles del momento actual cuando deciden recurrir a la prensa escrita. Por el contrario, el profesor se mantiene, de manera constante, fiel a las cuestiones que realmente más le preocupan: el paisaje de la provincia, las riquezas naturales, el patrimonio histórico-artístico, momentos señalados de la historia provincial y sus personajes más destacados, el turismo, los viajes, etc. Ello no fue obstáculo para mantener siempre y en todo momento, incluso los más adversos (la dictadura de Primo de Rivera) una coherencia inconmovible con sus ideas y una severa actitud crítica hacia la degradación del sistema político. Por entonces ingresa en la masonería, de la mano de Rodolfo Llopis, iniciándose en la logia madrileña Ibérica número 7, aunque nunca llegó a ser un miembro destacado e incluso su afición inicial se fue diluyendo con el paso de los años, lo que no fue obstáculo para que ese factor fuera incorporado al catálogo de culpas que acumuló contra él la represión franquista tras la guerra civil.

Antes de ello, durante la República, Giménez de Aguilar compartió con sus compañeros de generación la esperanza de que llegaba la oportunidad tantos siglos esperada de poder iniciar la regeneración de la vida española, singularmente la de Cuenca. Tras el ostracismo político y periodístico vivido durante la dictadura primoriverista, el nuevo régimen parecía ofrecerle la oportunidad de llevar a cabo viejos proyectos e ideas. En 1935 fue elegido presidente de la Agrupación de Amigos de Cuenca, entidad apolítica en la que se integró la práctica totalidad de la intelectualidad conquense del momento y el 12 de marzo de 1936 fue nombrado presidente de la Comisión Gestora de la Diputación Provincial, tras el triunfo del Frente Popular. Dos días antes había salido en la Gaceta la concesión de una pensión de la JAE por dos meses, para viajar a Italia y Francia y estudiar la geología del periodo secundario, una oportunidad importante porque hasta entonces había salido muy poco de España, propósito que tampoco pudo cumplir en esos momentos, ante la delicada situación política planteada.

Durante la desdichada etapa de la guerra civil, llevó a cabo una tarea encomiable por la que merece gratitud eterna de todos los conquenses: salvar gran parte del patrimonio artístico, documental y bibliográfico de la provincia. Ese mérito fue recompensado por el régimen franquista, condenándolo a muerte. Quien le conoció bien y compartió con él celda en la prisión de Alcalá de Henares, Carlos Montocle, lo dejó escrito con rotunda sencillez: “Socialista antiguo, amigo de Besteiro, durante nuestra guerra representó en su provincia a la Junta de Protección y Defensa del Tesoro Artístico, que yo presidí desde su creación hasta enero del 37 y por esa función, única servida por él, con meticulosa y honradísima escrupulosidad, gracias a la cual nuestros enemigos han encontrado algo que recuperar a su entrada, fue naturalmente condenado a morir en garrote vil. ¡Nada más! ¡Era realmente un asesino!”.

En efecto, Giménez de Aguilar, republicano y socialista, fue designado para actuar al frente de la Junta provincial que debía incautarse de todos los bienes artísticos propiedad de la Iglesia, para su catalogación e incorporación al Tesoro Artístico nacionalizado. Esta labor que en muchos lugares fue una auténtica catástrofe, al interferir intereses personales que desviaron en su propio beneficio cuantiosas obras de arte, se pudo desarrollar en Cuenca con absoluta escrupulosidad gracias a la cuidadosa intervención de Giménez de Aguilar que, sin embargo, no pudo evitar la comisión de otros muchos desafueros que forman parte de la historia negra de aquel periodo. En especial, la actuación ciertamente falaz de la CNT que cometió auténticos saqueos en el patrimonio, afectó al crédito de Giménez de Aguilar que, al término de la guerra, fue acusado por un denunciante anónimo de que podía haber sido cómplice de aquellas sustracciones en su propio beneficioso.

Fue detenido en su despacho del Instituto el 29 de marzo de 1939 e ingresó directamente en la prisión provincial, donde fue vejado y torturado mientras su casa era asaltada por francotiradores falangistas que procedieron a un exhaustivo registro, incautándose de cuanto había en ella de valor.

Acusado de masón, mal español y anticatólico, un Consejo de Guerra lo condenó a muerte el 23 de abril de 1940, pero intensas gestiones de familiares y amigos, en especial del general Varela, lograron que se conmutara el castigo por el de 30 años de reclusión, que empezó a cumplir en la prisión de Alcalá de Henares, en la que prestó servicios asistenciales y educativos a los demás presos, mientras su salud se iba deteriorando, situación que impulsó a la familia a solicitar del gobierno una reducción de la condena. Desde allí, había escrito:“Yo soy yo y seguiré siéndolo, hice juego limpio y generoso, he perdido y lo pago seguramente con exceso, pero ni hipoteco mi voluntad ni mis pensamientos”.

El 10 de marzo de 1944 el juez especial que entendía en los asuntos relacionados con la masonería rebajó la pena a 12 años y un día y recomendó al gobierno que la redujera a seis años junto con la inhabilitación para desempeñar cargos públicos. De esa forma pudo obtener la libertad provisional vigilada, que cumplió en un piso de Alcalá de Henares a donde se había trasladado también parte de la familia para acompañarle y allí recibió, el 28 de mayo de 1946, la noticia de que, en efecto, se le había concedido la reducción de condena, medida de gracia con la que pudo sentir algo de consuelo en los últimos meses de su vida. En su exilio alcalaíno le llegó la muerte sin que nadie en Cuenca, en ese momento, se atreviera a decir públicamente una sola palabra en su recuerdo y menos aún reconocimiento de una de las personalidades más preclaras surgidas en la provincia en todo el siglo XX. La historia, siempre, la escriben los vencedores y a su capricho.

Sin embargo, ya se había acuñado la leyenda anti Giménez de Aguilar. A pesar de que nadie pudo demostrar nunca, en ningún momento, ni encontrar una sola prueba de que se hubiera apropiado de ni un solo objeto de valor documental o artístico, el régimen franquista en versión conquense se preocupó de extender con su aparato de propaganda la tesis contraria y todavía hoy existen voceros simpatizantes de aquél sistema que lo repiten. Sin embargo, la realidad es evidente: nada se encontró en su poder. Por el contrario, pudo salvar la vida gracias a los testimonios de algunos destacados miembros del bando vencedor (Cayo Conversa) que atestiguaron exactamente lo contrario, o sea, la impagable actuación de Giménez de Aguilar en defensa del patrimonio, controlando científicamente las tareas de expropiación y ayudando a salvar multitud de obras de arte. A ello hay que añadir, ironías del destino, que su propio patrimonio personal fue esquilmado, pues de la incautación que sufrió al término de la guerra, apenas una décima parte fue devuelta a sus herederos, perdiéndose multitud de obras y libros que no fueron incorporados a los bienes públicos, sino que permanecieron en poder de personas privadas.

Recuperada la democracia en 1977, el Ayuntamiento de Cuenca se resistió durante un tiempo a fijar su nombre en una calle de la ciudad, pero finalmente lo hizo la corporación de 1994, al señalar con ese título un espacio urbano en el Pozo de las Nieves. En 1997 y por iniciativa de la Asociación de Amigos del Archivo Histórico Provincial fue dado su nombre a un concurso de investigación en Humanidades dirigido a estudiantes universitarios y que tuvo una escasa duración en el tiempo.

Don Juan o don Juanito, como de ambas maneras fue conocido por sus contemporáneos, vino a ser, en los tiempos convulsos del siglo XX español, un humanista en toda la extensión de la palabra, hombre de un Renacimiento tardío, con saberes enciclopédicos e ideas atrevidas en el campo de la sociología o de la ecología, de la que fue en Cuenca un precursor, amante de la naturaleza y pionero en conceptos modernos sobre la conservación del patrimonio y, también por ello, capaz de predecir que el turismo podría ser una de las capacidades económicas de la provincia.

Prolífico escritor en prensa, por citar algunos de los incontables artículos que se pueden encontrar distribuidos en los periódicos de la época y en publicaciones científicas, mencionaremos varios de ellos:

“Las tapicerías de la catedral de Cuenca” (1902), “Un hallazgo de restos prehistóricos” (1912), “Vida y obra de don Fermín Caballero” (1912), “Don García Hurtado de Mendoza, quinto marqués de Cañete y virrey del Perú” (1912), “El cardenal don Gil de Albornoz” (1912), “La beata de Villar del Águila”, “El motín del Tío Corujo” (1914), “La Ciudad Encantada” (1916), “Las torcas de Cuenca” (1917), “Descubrimiento y estudio de las pinturas rupestres de la Peña del Escrito, Rambla del Anear y Cueva del Buyón en la Serranía de Cuenca” (1917), “Descubrimiento y prospección de las necrópolis ibéricas de Arbolete, Fuentes, etc.” (1921), “Apuntes para un catálogo de macrolepidópteros de Cuenca: las metamorfosis de los insectos” (1921), “Grutas sepulcrales de la provincia de Cuenca”, “Las tapicerías del obispo don Reginaldo” (1921), “Las comunidades de Castilla en Cuenca” (1921), “Restos de mamíferos fósiles de Cardenete” (1921), “Las artes industriales en Cuenca” (1923), “Los cenotes mejicanos” (1928), “El deslizamiento de tierras de Víllora (Cuenca)” (1930).

A esas publicaciones hay que añadir un apartado especial, ciertamente llamativo, el de la Semana Santa de Cuenca, que estudió, sobre todo en el aspecto artístico y costumbrista, siendo el primer articulista conquense en prestar atención a esta singular celebración tradicional, lo cual es muy meritorio teniendo en cuenta su declarado agnosticismo.

Giménez de Aguilar proyectaba publicar la gran obra que habría de recoger su inmensa sabiduría sobre Cuenca. En la página 6 del folleto sobre Semana Santa que publicó en 1932, anuncia la próxima aparición del libro (o libros) que habría de titularse «Obras de Propaganda de Cuenca y su comarca… que llevarán ilustraciones del Conde de la Ventosa, Marco, Zomeño (Mariano y José), Campos Corral, Compans, Buendía, Rafael Campos, Tinoco y Pacheco». Y explicaba los capítulos que comprendería (algunos ya editados antes): Por tierra fragosa; Rutas de turismo dominguero; Cuenca feudal: castillos, marcas, condados y baronías; Plantel de Virreyes, Maestres y Condestables; Artistas exhumados; Las artes industriales; La región kárstica conquense; Bordados y bordadores; Plateros de antaño…

Esos títulos quedaron en proyecto, pero sí participó en una obra fundamental en la bibliografía conquense: la primera Guía de Cuenca, publicada en 1923 en colaboración con Rodolfo Llopis, Pío Baroja y Mariano Zomeño, de la que se hizo una edición facsímil en 1986 a través de la Editorial Gaceta Conquense, donde también se editó una recopilación de artículos agrupados bajo el título Tierra fragosa, a lo que se unió, diez años más tarde, una obra similar, propiciada por Carlos de la Rica con el título Viaje al hilo de Cuenca.

La imagen que acompaña a este texto es un retrato del natural, obra de Wifredo Lam. Fotografía de Santiago Torralba

Obra publicada

Don Fermín Caballero y su obra (Cuenca, 1911)

La Ciudad Encantada (Cuenca, 1916)

Las torcas de Cuenca (Cuenca, 1917)

Los Comuneros de Castilla (Cuenca, 1920)

Vademecum del visitante de la Catedral de Cuenca (Cuenca, 1922), en colab.)

La Semana Santa de Cuenca (Cuenca, 1932)

Cercanías de Cuenca. Palomera y Los Molinos (Cuenca, 1932)

Excursiones escolares y turismo dominguero (Cuenca, 1932)

Tierra fragosa. La región kárstica conquense (Cuenca, 1933).

Ediciones modernas

Tierra fragosa. La región kárstica conquense (Cuenca, 1985).

Viaje al hilo de Cuenca (Cuenca, 1995)

Bibliografía: Tomás Fernández Ruiz, “Juan Giménez de Aguilar, la extinción de un sabio republicano”; Ciudad Real, 2005, Añíl, núm. 29 / Ángel Luis López Villaverde, Juan Giménez de Aguilar (1876-1947). Ciudad Real, 2005; Almud / Idem, Educación, Ciencia y Cultura en España: auge y colapso (1907-1940). Ciudad Real, 2012; Almud, pp. 226-229 / José Luis Muñoz, introducción a Tierra fragosa. Cuenca, 1985; Gaceta Conquense / Ángel Salazar, “Juan Giménez de Aguilar, un pionero de la geoconservación en España”; Madrid, 2013; Cuadernos del Museo Geominero, núm. 15, pp. 269-276.