García Berlanga, Fidel

Fidel García-Berlanga Martí

M. Valencia 02-01-1993; fue enterrado al día siguiente en Utiel

     De niño estuvo interno en los escolapios de su ciudad natal y luego en la capital valenciana, pero en su ánimo anidó siempre el espíritu liberal y republicano que bebió en el seno familiar (su padre fue diputado del Frente Popular por Valencia en 1936). En los años 30 llegó a Madrid para seguir estudiando, licenciándose en Derecho, en la especialidad Mercantil. Antes de que empezara a ejercer ningún oficio comenzó la guerra civil, de la que se pudo librar a causa de su precaria salud (fue clasificado como inútil temporal y luego ya nadie se acordó de revisar el dictamen, como él mismo recordaba con no poco gracejo). En 1938 fue a Suiza, contratado como profesor de español en la Institution Beau Soleil, en el cantón de Vaud. Al término de la guerra, su padre se refugió en Tánger y él pudo llegar a la ciudad africana después de un periplo aventurero por media Europa. Consiguió entrar como meritorio en la redacción del diario España que dirigía Gregorio Corrochano en la ciudad tangerina. De regreso a España fue acumulando una cultura enciclopédica que volcó sobre todo en cuestiones relativas a los ámbitos populares y que orientó, en el terreno práctico, hacia el mundo de la hostelería, que se concretó en la gestión del Hotel de Inglaterra, en el sector más céntrico de Valencia.

     A primeros de los años 50 del siglo XX descubrió Cuenca. Él mismo contó a Jesús Sotos cómo, aunque había hecho algunas visitas rápidas a la ciudad, acompañando a su padre a realizar gestiones varias, no había captado la esencia de la ciudad hasta un día de 1952: “Me sobraban unas horas para coger el tren de regreso y decidí subir a la Plaza Mayor. Recorrí la ciudad vieja otra vez. Miré y remiré rincones y casonas al ascender por la calle de San Pedro: Arco de San Nicolás, su plaza, bajada a las Angustias… Me paré frente al callejón del Colegio de San José. Una portada me pareció de convento o iglesia pequeña, enmarcada por las dos esquinas a San Pedro. Con curiosidad, me acerqué a la puerta entreabierta. Pasé al zaguán que, a su vez, también tenía la puerta a medio abrir, me adentré y vi ventanas rotas: una casa abandonada. Voceé y nadie me respondió. Subí, pasé por un oscuro pasillo y, al final, pude ver claridad a través de un balcón doble que se abría a una galería. Aquella apertura a la luz y al paisaje era un mundo nuevo: la más emocionante visión de montes rocosos con varios planos superpuestos en el horizonte. Y todo ello inmerso en una atmósfera y luminosidad cósmica. Por si fuera poco, al frente, un edificio de bella factura, montado en promontorio cortado a su vez sobre el fondo del valle. Era San Pablo. Creo que quedé en éxtasis”; localizó inmediatamente el antiguo caserón que fue Colegio de Infantes de Coro y lo adquirió para transformarlo en hotel que sigue llevando el nombre Posada de San José; para entonces, ya se había posesionado de la Venta de Contreras, que también convirtió en un esencial punto de referencia en el viaje de Madrid a Valencia. Ambos elementos físicos vinieron a dar forma al pensamiento de su fundador, auténtico propagador e iniciador de una nueva clase de turismo, vinculado a la cultura y la ecología. Político frustrado por el estallido de la guerra civil, que terminó de un golpe brutal con sus aspiraciones en este terreno, mantuvo siempre viva su vocación republicana de la que hizo gala de manera constante pero más allá de esta actitud, fue sobre todo un liberal convencido y ejerciente. Apasionado por la naturaleza y las costumbres populares, además de por la buena comida y la mejor bebida (aunque él no ejercía el pecado capital de la gula: era moderado en las virtudes de la buena mesa) escribió numerosos artículos y comunicaciones para congresos sobre temas gastronómicos, costumbristas, etnográficos, etc. Desde su refugio de la Posada de San José recibió en la época del descubrimiento de Cuenca (tarea en la que colaboró muy activamente) personajes famosos del más variado pelaje: Miguel Mihura, Ernest Hemingway, Conchita Montes, Dolores del Río, César González Ruano, Cesare Zavattini, José López Rubio, Ava Gardner, Edgar Neville, Alberto Insúa, Luis Miguel Dominguín, José Suárez, Federico García Sanchiz… Esa labor de promoción turística de Cuenca la completó con una empresa de similares características, la Venta de Contreras, situada al borde del Cabriel, entre las provincias de Valencia y Cuenca, que convirtió en un auténtico paraíso para los amantes de la naturaleza y que sigue siendo hoy punto de referencia, ahora además vinculado a las Hoces del Cabriel.

     En su retiro de la Venta, Fidel García-Berlanga se dedicó a investigar en documentos que servirían para poner de relieve aspectos de la vida y el trabajo populares, además de coleccionar toda clase de elementos, especialmente piezas de cerámica, hierro y madera. Esa considerable sabiduría la volcó en varios trabajos presentados a congresos de etnología: “Las maderadas de Cuenca” (1974), “El bombo: edificio rural en La Mancha” (1974) o “En torno al Real Salero de Minglanilla” (1988) y en un solo libro, Pan, aceita y sal. El comer en la Manchuela y otros escritos arrieros, editado por mí a través del Ayuntamiento de Cuenca en el año 2003, donde se recoge una parte de su obra dispersa y otros escritos inéditos, referidos todos a la gastronomía regional.

Referncias: Carlos de la Rica, “El rincón de Fidel García Berlanga”. Cuenca, 1991; Revista Cuenca, núm. 38, tomo II, pp. 173-176.