ASTRANA MARÍN, Luis
Ángel Luis Emigdio Astrana Marín
Villaescusa de Haro, 05‑08‑1889 / Madrid 04-12-1959
Erudito, investigador, novelista, publicista y traductor. En este último aspecto, vertió al español por primera vez la obra completa de William Shakespeare, un trabajo ingente que constituye una aportación fundamental para el conocimiento en nuestro país del más grande autor inglés, al que Astrana, además, dedicó numerosos estudios y artículos. Editor de clásicos castellanos ‑Lope de Vega, Quevedo, Calderón‑ de ellos publicó sus obras completas anotadas, a la vez que sendas biografías, conteniendo datos inéditos y notables observaciones sobre el carácter y la vida, en especial del segundo. Seguramente su obra más ambiciosa fue una biografía de Cervantes, iniciada en 1948, en la que reunió toda la documentación entonces existente sobre el mayor de nuestros clásicos. También estuvo a cargo de Astrana una edición del Quijote con los comentarios de Clemencin. Cuando murió, dejó prácticamente terminada una biografía de Fray Luis de León, que permanece inédita y que ha sido víctima de los avatares que suelen esperar a los trabajos intelectuales cuando los herederos no aciertan a definir la forma de utilizarlos. A esta labor investigadora hay que unir la creativa, no menos notable, de quien fue un prolífico escritor.
Sus padres, Luis y Juliana, contrajeron matrimonio el 4 de septiembre de 1901, cuando el niño Luis tenía ya doce años, sin que exista una explicación plausible para este hecho, salvo la posible diferencia social entre ambos progenitores que quizá propició algún tipo de dificultad familiar. El padre, veterano de la guerra de Cuba, tenía un cierto nivel económico, mientras que la madre pertenecía a una familia modesta.
Desde niño, en su villa natal, mostró las habilidades que habrían de marcar su vida y que impulsaron a la familia a hacer el esfuerzo de llevarlo a los franciscanos de Belmonte, donde inició el Bachillerato. Antes, en la parroquia de Villaescusa, ya había puesto de relieve una natural inclinación hacia la música e incluso intentó, sin éxito, dedicarse a esa especialidad. Cuentan sus biógrafos que a los once años traducía con facilidad a los clásicos latinos. No parece que la estancia de Astrana en el colegio franciscano le resultara especialmente grata, experiencia que aprovechó para su primer libro, La vida en los conventos y seminarios. Memorias de un colegial en cuyas páginas podemos encontrar ya la que habría de ser una de sus características esenciales: el espíritu crítico, la búsqueda de la controversia, el ánimo polemista, porque el retrato que ofrece sobre aquel ambiente no puede ser menos severo: muros siempre fríos, celdas sórdidas, profesores déspotas e ignorantes, frailes holgazanes, sin que falten alusiones a los vicios ocultos, un tema que hoy Astrana hubiera expuesto en toda su dura gravedad pero que aquí lo deja sólo insinuado.
Como era costumbre en la época, fue llevado al Seminario de San Julián en 1906; aunque no tenía la menor vocación por el sacerdocio, sí fue alumno aplicado que utilizó con sabiduría los muchos recursos intelectuales que le proporcionaron aquellas aulas, en las que no sólo asimiló ampliamente todos los conocimientos humanísticos, sino que desarrolló su innata capacidad para las lenguas, incorporando a las clásicas las modernas francés, inglés e italiano, que llegó a dominar completamente. En la ciudad conquense encontró el medio de acercarse a la vida mundana, tan alejada entonces de los severos muros del seminario, llegando incluso a componer e interpretar un pasodoble que fue estrenado en el Círculo de La Constancia, en 1909, además de tener contactos con el mundo literario local y publicar algunos poemas en los periódicos de la época. Uno de ellos, dedicado a la invasión de tropas carlistas que había tenido lugar el 15 de julio de 1874 levantó una considerable polvareda, sobre todo en las filas clericales, siempre escoradas hacia el sector más extremo de la derecha conservadora. Pero el mayor conflicto protagonizado por Astrana en esa etapa sucedió cuando participó en unos Juegos Florales totalmente convencido de que su poema era el mejor y, por tanto, el indiscutible merecedor del premio, opinión que no compartió el jurado, provocando la airada reacción del joven aspirante a poeta, que descargó sus iras en un artículo titulado “La reata desfila”, que apareció en el semanario La Información, el 12-09-1912 donde, además, se reproducía íntegramente el poema rechazado, una exaltada elegía a las glorias de Cuenca y un dolorido lamento por su situación presente:
Ya se han hundido tus alfarerías,
tus fábricas, tus templos, tu castillo;
tus imprentas, honor y prez, y brillo,
han emigrado a tierras más lejanas.
Dotado de una inteligencia poco común, siendo estudiante, empezó a desarrollar una labor de crítica literaria de ambiciosos planteamientos. De esos años juveniles datan sus primeros trabajos sobre Quevedo y Shakespeare, que fueron recibidos con tal interés que se sintió animado a dejar el Seminario, para trasladarse a Madrid, no sin antes realizar un viaje de reconocimiento por los países de Europa, en especial una estancia de un año en el Trinity College, de Londres, de donde volvería dominando a la perfección el idioma, labor políglota que completaría también con estancias en Francia, Italia y Portugal y en las que empezó a ejercer tareas de comentarista en periódicos y revistas.
En 1911 se establece de manera definitiva en Madrid. En la capital de España ingresó briosamente en las filas del periodismo literario, de tanta tradición y raigambre, colaborando de forma habitual en los más prestigiosos diarios del momento: La Nación, La Libertad, El Imparcial, La Correspondencia de España, etc.; cultiva los cenáculos y tertulias literarias donde se hace notar su figura “grave y silenciosa”, como la describió Cansinos Assens, hasta recalar en el que habría de ser su periódico más estable, ABC, al publicar allí su primer artículo el 22 de abril de 1936 aunque la vinculación plena se consigue al término de la guerra civil, precisamente un artículo laudatorio sobre el vencedor, el general Franco [“Franco en la historia”, ABC, 19-05-1939], mostrándose siempre escritor agudo, innovador y polémico, sobre todo en la inquina que mostró, sin cortapisas, sobre la Generación del 27, a la vez que exaltaba de modo apasionado a los clásicos de los Siglos de Oro.
Paralelamente empezaron a aparecer sus libros, tras aquellos escarceos juveniles ya citados. Ambicioso sin límites, no sintió temor por entrar en todos los géneros, desde el ensayo a la novela pasando por el teatro y la poesía, amplitud de planteamientos que sólo se puede comprender teniendo en cuenta su portentosa inventiva, una ingente capacidad de trabajo y una envidiable facilidad para la escritura, todo ello completado con una minuciosa labor de búsqueda en archivos y transcripción de documentos, lo que nos permite expresar la más profunda admiración ante la inconcebible dedicación de Astrana a un trabajo que desarrolló de manera permanente con rigor científico y seriedad intelectual, repartiendo su tiempo entre conferencias, artículos periodísticos y libros “mientras asiste a tertulias literarias en el bar Flor, café Recoletos y café Gijón, escribe en la cocina de su casa, el sitio más acogedor, en trabajo solitario y sin reposo”, dice Antonio Rodríguez. También realizó esporádicas incursiones en la radio.
En 1929 aparece la primera edición de la obra monumental que habría de darle prestigio y una cierta tranquilidad económica, las Obras Completas de William Shakespeare, en traducción directa del inglés, a las que añadió ediciones monográficas de los títulos más destacados de la obra shakesperiana, que se fueron multiplcando en incontables ediciones. A este trabajo ciertamente enciclopédico siguieron otros no menos exhaustivos sobre los grandes clásicos españoles, Lope de Vega, Quevedo y Cervantes, con una incursión también en el mundo griego a través de la figura de Séneca. Pero, desde luego, el trabajo más trascendente, aquel en el que volcó toda su capacidad intelectual para la investigación, el estudio y el análisis fue Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes, publicado en siete gruesos volúmenes entre 1948 y 1958, incluyendo una ingente cantidad de documentos inéditos, grabados e ilustraciones, una obra que hubiera merecido, por sí sola, el más profundo de los reconocimientos. En el terreno de la creación literaria, Astrana lo intentó una sola vez, en forma de novela ficticia en torno a la figura real de Quevedo; El gran señor de la Torre de Juan Abad fue el título de esta obra, editada el 18 de noviembre de 1939 en la colección La novela del sábado, con el número 47; es, como se puede deducir, una fingida autobiografía de un personaje real que el autor había llegado a conocer perfectamente.
Siendo, como fue sin duda alguna, uno de los más destacados literatos españoles del siglo XX, los honores habituales le fueron negados y, en especial, el de pertenecer a la Real Academia de la Lengua. Fue el comprensible agravio con que se castigó su díscola integridad desde un cuerpo colegial que elige a sus miembros por cooptación. Había arremetido contra escritores consagrados, buscando en ellos defectos, errores y plagios, desde su segundo libro (Las profanaciones literarias. El libro de los plagios), es decir, cuando tenía 30 años y estaba empezando a destacar en el mundo literario y remató la faena en 1922 con Gente, gentecilla y gentuza. En ambos, la flor y nata de las letras españolas quedaba en solfa y al descubierto no pocos de los pecados que suelen existir en este ámbito.
A lo largo de su vida hay múltiples ejemplos de esa actitud belicosa hacia sus compañeros de oficio. El Día de Cuenca del 12 de noviembre de 1918 informa que, en La Nación, Astrana arremete contra Rodríguez Marín a propósito de una edición crítica del Quijote. El mismo periódico, el 23 de noviembre de 1918 informa que ha presentado una denuncia en el juzgado contra obras de Julio Cejador sobre Quevedo, copiadas literalmente de la publicada por Aureliano Fernández Guerra, académico, en 1852.
Los así retratados reaccionaron de forma humana, relegando a Astrana fuera del ámbito de los escogidos, ostracismo que el autor conquense facilitó hasta el último día de su vida, fustigando sin piedad a un cenáculo en el que, ciertamente, abundaba la mediocridad. La reacción casi colectiva, con las escasas excepciones de quienes conservaron amistad y respeto, fue determinante para explicar el posterior aislamiento del escritor, siempre al margen de comidillas y conciliábulos. Como resumen del coro de juicios adversos que había despertado puede servir un ripio de Dámaso Alonso, cuya categoría literaria e intelectual parece debería estar al margen de estas miserias. Pues no lo estuvo y escribió:
Mi señor don Astrana
miserable criticastro
tú que comienzas en astro
para terminar en rana.
En el lado opuesto se encuentran quienes lo encontraban afable, de trato sencillo y amistoso. Entre estos figura quien bien le conoció en la intimidad, Federico Muelas, para quien Astrana era “sencillo y bueno, generoso y franco, limpio de corazón y poderoso de voluntad, resignado y alegre”. Pese a su fama de hombre hosco y visceral, abundan los testimonios contrarios, que le califican como persona humana y cordial, que supo llevar con elegante dignidad una forma de vida austera y sin ostentaciones, pues la riqueza material le fue negada y murió en situación nada boyante. Antes de eso y como reconocimiento a su trabajo sobre Cervantes, el gobierno le concedió la encomienda de la orden de Alfonso X el Sabio (1950). Tres años más tarde fundó la Sociedad Cervantina para intentar potenciar la figura y la obra del que sin duda era su autor preferido.
Se cuenta como anécdota cierta que mientras se producía el sepelio del cuerpo ya cadáver de Astrana, en el cementerio de la Almudena, la peruana Zoila Barrós, esposa del escultor Victorio Macho, pronunció en voz baja un terrible epitafio: “¡Áspera España! ¡Dura España! ¡Ingrata España!”, resumiendo así la dolorosa experiencia vital que había acompañado al escritor y a su familia hasta el momento final, en que solo unos pocos amigos acompañaron al cadáver. Había fallecido, de manera inesperada, a causa de una embolia cerebral, desarrollando una vida normal hasta la tarde anterior. Sin embargo, el posterior funeral sí se vio envuelto por todo el ritual del protocolo oficial, encabezado por el ministro de Educación Nacional, José Rubio García-Mina y un nutrido grupo de escritores y artistas, entre los que no faltaba su amigo y exégeta Federico Muelas junto con todas las primeras autoridades de la provincia de Cuenca. Unos días más tarde, el 15 de diciembre de 1959, el Ayuntamiento de Cuenca acordó señalar el nombre de Astrana Marín para bautizar el nuevo colegio público que se estaba construyendo en la ciudad, en la barriada del Obispo Laplana. Cuarenta años después, en una innoble y rastrera felonía, el Consejo Escolar del centro decidió cambiar ese nombre por el de Ciudad Encantada, sin que ni la autoridad educativa ni la municipal fueran capaces de defender la permanencia del título.
Su tierra natal no fue excesivamente generosa con Astrana, pero tampoco lo marginó. En Villaescusa de Haro se bautizó en la temprana fecha de 1929 con su nombre la calle en que había nacido, colocándose una placa en la vivienda familiar. El Ayuntamiento de Cuenca le dedicó una calle céntrica y le dio su nombre a un colegio, con el infame resultado que hemos señalado. También en Belmonte fue designado Hijo adoptivo en 1947, dedicándole una calle de la villa. Son tres ejemplos significativos. Pudieron haber sido más, pero no es Cuenca tierra proclive a estos reconocimientos. También Alcalá de Henares le erigió un monumento, obra de Roberto Castro, situado inicialmente en la prolongación de la calle Mayor, pero trasladado luego a la más escondida pared lateral de las ruinas de la iglesia de Santa María la Mayor y en Esquivias se le dedicó también otro monumento, obra de Juan de Ávalos.
Uno de los aspectos más interesantes de la multiforme actividad literaria de Astrana fue su versión al castellano de la obra íntegra de William Shakespeare, trabajo de una intensidad y dimensiones que su sola formulación teórica produce espanto. Un traductor moderno, Ángel Luis Pujante, que en los años 90 inició también la traducción de las 37 obras shakesperianas, pero en verso libre, emitía este juicio sobre aquel ingente trabajo: “Astrana creía que era un gran error traducir a Shakespeare en verso, aunque fuese verso sin rima y lo tradujo en prosa. Su prosa es más bien una alternativa, por buena que pueda ser. Para los anglohablantes, Shakespeare en prosa no es Shakespeare. No quiero restarle mérito, fue el primero que tradujo toda la obra de Shakespeare. Pero su lenguaje es bastante decimonónico, mucho más verboso que el original, y generalmente altisonante (Shakespeare alterna diversos estilos y a veces no es nada poético). Tiene un sello característico y hay gente a la que todavía le gusta ese estilo. Las de Astrana han sido las versiones más difundidas en el mundo de habla hispana. Las mías pueden parecer más escuetas, pero puestas al lado del texto de Shakespeare se ve que son más ajustadas a la extensión original. En Astrana, muchas veces, las 10 sílabas del verso original se convierten innecesariamente en más de 20”. Por este trabajo, Pujalte recibió en 1998 el premio nacional de Traducción [El País/Babelia, 31-07-1999, p. 9]
Fundador y presidente de la Sociedad Cervantina, fue sepultado en el panteón de hombres ilustres de la Asociación de Escritores y Artistas, en la sacramental de San Justo. Según sus propias declaraciones, dejaba pendientes de escribir varias obras sobre Cervantes, Quevedo, los clásicos griegos y, especialmente, una que pensaba titular “Vida atormentada del insigne conquense Fray Luis de León”, sobre la que pende una historia confusa, cuando el hijo de Astrana, muerto ya el escritor, intentó vender al Ayuntamiento un presunto manuscrito que, sin embargo, se negó a mostrar antes de percibir la cantidad que exigía, requisito que, con toda razón, el municipio se negó a aceptar y por tanto la obra continúa siendo desconocida. El episodio inicial fue contado por Juan Ignacio Bermejo Gironés en el Diario de Cuenca del 07-10-1978, con todos los detalles del acuerdo cerrado por Astrana con el alcalde Jesús Moya, incluyendo el coste del encargo, 60.000 pesetas.
Hay un oscuro episodio en la vida de Astrana Marín, desvelado modernamente por Antonio Rodríguez Saiz al encontrar y difundir el proceso que al término de la guerra civil fue incoado contra el escritor por su presunta pertenencia a la masonería, cuestión entonces altamente delicada. Desde la distancia es previsible suponer que se trató de una denuncia presentada, prácticamente sin pruebas, por alguno de los muchos enemigos que Astrana había propiciado a lo largo de su vida y que en los tiempos, siempre revueltos, de una posguerra, encontró la vía adecuada para pasarle factura, a pesar de que el erudito conquense se había mostrado entusiasta del nuevo régimen vencedor en el conflicto con artículos laudatorios hacia el Jefe del Estado con los que, seguramente, pretendía que se olvidaran anteriores desvíos de corte liberal y crítico. En cualquier caso, la denuncia le vinculaba hacia 1934 como “iniciado” a la logia Conde de Aranda, 97. Con tan escaso bagaje, se le abrió expediente de información política y el 28 de junio de 1944 se trasladó al juzgado de instrucción, ante el que se vio obligado a declarar y que, tres meses después, dictaba sentencia condenatoria de doce años y un día de reclusión menor y la inhabilitación absoluta y perpetua para poder desempeñar cualquier cargo público, si bien a continuación se decretó la prisión atenuada seguida, el 16 de junio de 1947, de un acuerdo del Consejo de Ministros conmutando la primera parte de la condena y dejando solo en vigor la inhabilitación.
Obra propia
La vida en los conventos y seminarios. Memorias de un colegial (Madrid, 1915).
El libro de los plagios: las profanaciones literarias (Madrid, 1920).
Gitanos: tragicomedia en tres actos (Madrid, 1926)
El cortejo de Minerva (Madrid, 1930)
Gente, gentecilla y gentuza (Madrid, 1922)
Cristóbal Colón. Su patria, sus restos y el enigma del descubrimiento de América (Madrid, 1929).
William Shakespeare (Madrid, 1930)
Gobernará Lerroux (Madrid, 1932)
Vida azarosa de Lope de Vega (Madrid, 1935)
El gran señor de la Torre de Juan Abad (Madrid, 1939)
Haces de flechas (juegos y variedades del Humanismo) (Madrid, 1939).
Vida turbulenta de Quevedo (Madrid, 1940)
Ideario de don Francisco de Quevedo (Madrid, 1940)
Vida inmortal de William Shakespeare (Madrid, 1941)
Lope de Vega, el monstruo de naturaleza (Madrid, 1944)
Cervantinas y otros ensayos (Madrid, 1944)
Nueve millones (Con Ángeles Rubio-Argüelles y Antonio J. Onieva) (Madrid, 1944).
La vida del Buscón: sueños y discursos (Madrid, 1945).
Epistolario completo de D. Francisco de Quevedo Villegas (Madrid, 1946)
Quevedo, el gran satírico (Madrid, 1946)
Vida genial y trágica de Séneca (Madrid, 1947)
Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes (Madrid, 1948-1958, siete volúmenes).
La Ínsula Barataria y las relaciones de Cervantes con Zaragoza (Madrid, 1956)
Nuevo Diccionario Universal Codex (Madrid, 1961)
Lope de Vega (Madrid, 1963)
La villa de San Clemente en el Quijote (Madrid, 1964)
Bibliografía
Eduardo Alcalá, «El señor de la Torre Abad: la olvidada y única novela de Astrana Marín». El Día de Cuenca, 29-11-1997, pp. 24-25 / Eduardo Alcalá, “De re literaria: el affaire de Astrana Marín en los Juegos Florales de 1912”. El Día de Cuenca, 10-04-2002, pp. 20-21 / Gilda Calleja Medel: “Luis Astrana Marín, un solitario y casi heroico hombre de letras”. Madrid, 1990. Sociedad Cervantina / Enrique Domínguez Millán, Vida ejemplar y heroica de don Luis Astrana Marín (Cuenca, 2006) / Federico García Sanchiz, “Luis Astrana Marín”. Reproducido en Diario de Cuenca 20-01-1978 / Francisco Gómez-Porro, La Tierra iluminada. Un diccionario literario de Castilla-La Mancha. Toledo, 2003; tomo I, pp. 79-81 / Eduardo Haro Tecglen, “En el nombre de Astrana”. Madrid, 1958. Cuadernos de Traducción e Interpretación, núms. 5-6 / Juan Manuel Martínez Millán / Carlos Julián Martinez Soria, Astrana Marín, Cervantes y Shakespeare: paralelismos y convergencias. Cuenca, 2018 / José Montero Padilla, Luis Astrana Marín, fundador de la Sociedad Cervantina. Cuenca, 2006 / Federico Muelas, “El inmenso don Luis Astrana”. Ofensiva, 12-11-1961 / Santiago Pérez Mila, “Luis Astrana Marín, el intelectual y la actividad solitaria”. Madrid, Ya, 30-07-1989 / Carlos de la Rica, “Don Luis Astrana Marín”.Diario de Cuenca, 08-11-1977 / José Rico de Estasen, “Astrana Marín, biógrafo de Cervantes”. Ya, 23-04-1976; p. 5 / Antonio Rodríguez Saiz, Miscelánea conquense en torno a Luis Astrana Marín. Su proceso por masón. Cuenca, 2017; Diputación provincial.