Alfaro, Rafael

(Rafael Alfaro Alfaro)

El Cañavate 06-02-1930 / Granada, 2004

A Francisco Brines corresponde este juicio: «Rafael Alfaro es fiel a sí mismo, a sus cosas, a los hombres de su época. Su lenguaje es el de los escritores de su generación. Su dicción tiene sobriedad y melancolía machadianas y deja oir el eco de muchas lecturas que ha sabido asimilar». Hablamos, efectivamente, de uno de los poetas de más profundo lirismo y sensibilidad de cuantos componen la nómina de escritores conquenses en la transición de los siglos XX al XXI y también uno de los con mayor coherencia mantuvo una línea expresiva, de hondo contenido poético, a lo largo de toda su vida.

Hizo los estudios de Bachillerato en Montilla (Córdoba), estudiando Filosofía y Letras y Teología en las ciudades andaluzas de Córdoba y Sevilla. Se diploma en música gregoriana, en Salamanca y en el Instituto Católico de París. Sacerdote salesiano, recibió las órdenes sagradas en la catedral-mezquita de Córdoba en 1957 e inmediatamente sale para América Central. Vivió diez años en las repúblicas de El Salvador y Costa Rica, enseñando Filosofía y Literatura; en el último país citado fue director del colegio “Don Bosco”, de San José. Al regresar a Madrid en 1968 se hizo cargo de la dirección de la editorial CCS y de la Casa San Juan Bosco, en Madrid, iniciando los estudios de Periodismo, para obtener el título de periodista en 1972. En ese periodo dirige el Boletín Salesiano (1970-1996) y la editorial CCS (1990-1996). Colabora en diversas revistas de España y América, ejerciendo la crítica de poesía en Reseña, además de colaborar en las revistas Cultura y Claustro poético, de Jaén, ciudad a la que se traslaó en 1996, al ser designado responsable de la parroquia de San Juan Bosco. Ganador de numerosos premios literarios: el nacional de literatura en El Salvador por Esta dicha de ser hombre (1961); el de Cultura Hispánica en los Juegos florales de Toledo (1963) por el poemario Desde la fe que siento; “Ciudad de Madrid” (1968), «Boscán» (1969) por Voz interio, «Alcaraván» (1973), “Internacional del Olivo” (1976) por Objeto de contemplación, “Café Marfil” (1977) por Tal vez mañana, “Ciudad de Rota” (1980), “Ciudad de Cuenca-Río Huécar” (1984), «Tiflos» (1990), «José Hierro», en diciembre de 1994 por el libro Los pájaros regresan a la tarde. En el año 2002 ganó el premio Florentino Pérez Embid, de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, por el poemario Indagación del otoño. En diciembre de 2008 recibió el premio de la Fundación Fernando Rielo, de poesía mística, en Ecuador, por su libro Hora de la tarde, en el que evoca el final de la jornada que vive el hombre cuando llega la hora de abandonar este mundo. El 1 de diciembre de 1987 leyó su discurso de ingreso en la Real Academia Conquense de Artes y Letras con el título «Concierto a cuatro tiempos para Carlos de la Rica», contestándole Acacia Uceta.

Considerado como uno de los mejores poetas de la llamada generación del Cincuenta, una de sus cualidades residía en el modo de trascender la realidad hasta componer una poesía intimista, una especie de canto místico donde la contemplación lírica, a través de imágenes, evocaciones y resonancias con mucho sentimiento, lleva a reflexionar sobre la transitoriedad de la vida y de las cosas mundanas con un tono elegíaco que atisba, sin embargo, un hilo de esperanza.

Sus poemas hablan de problemas existenciales con voz pausada pese a utilizar imágenes muy expresivas, “llevaba dentro la inquietud de la noche oscura que precede a ese impulso vital de la esperanza cristiana”, como diría Miguel de Santiago tras su muerte en 2014, pero sus versos pueden leerse fuera de una clave estrictamente religiosa.

Poeta de extraordinaria sensibilidad, muy volcado hacia su más íntimas sensaciones que se atreve a exponer tras un largo proceso de elaboración en el que debe vencer una innata timidez para manifestar la introspección espiritual, Rafael Alfaro se vincula con una línea poética que en Cuenca tiene extraordinarios ejemplos –podríamos arrancar, incluso, de Fray Luis, aunque entre ambos no hay ninguna hilación estética- y que en los tiempos recientes se concreta en la existencia de un grupo de poetas enraizados en el cristianismo, sean o no sacerdotes. La poesía de Alfaro parece liberarse de las preocupaciones cotidianas, aunque en ella aparezcan versos alusivos a la libertad, la dignidad, la problemática social humana, pero son otras las cuestiones que realmente forman el sustrato de su línea expresiva y que desde luego trasciende la vinculación con lo terrenal para entrar de lleno en el ámbito de lo espiritual, lo íntimo y más profundo. Estas afirmaciones nos podrían hacer pensar que estamos ante un lírico puro, un hombre capaz de evanescerse de lo estrictamente humano para caminar por senderos de pura metafísica; no es así con plena literalidad. En verdad, el poeta se manifiesta como un ser mortal, sólo que busca los ámbitos de la intimidad, la confidencialidad, el idealismo, en una envoltura no exenta de pesimismo crítico, abordado desde la exigencia personal de un compromiso activo con la fe, muy en la línea de lo propugnado por Teilhard de Chardin. Nos encontramos, por ello, ante una poesía compleja en su esencia interior y expuesta con una belleza formal que en ocasiones quizá pueda parecer demasiado escueta.

Carlos de la Rica, que le conoció bien, como amigo, poeta y sacerdote, apuntó con acierto: “Penetrar en la atmósfera de Rafael Alfaro resulta confortante: se le nota en ella el aleteo a los ángeles, a su protector viajero y peregrino acompañante, trinan los pájaros y suena siempre una música secreta que tiene nombres y apellidos. Silba la frase y la susurra como se siembre la seguridad de la medida y el ritmo con el diapasón”. Por su parte, Florencio Martínez Ruiz, que lo analizó de manera repetida a lo largo de los años, asegura que “un lírico de climax, de confidencia religiosa, que solo comunica su hervor y su fervor a quien penetra en su sancta sanctorum. Él dice muy suave su palabra, sin desgarro, con una armonía que tiene mucho que ver con la armonía frayluisiana de las esferas”.

* Poesía

            El alma de la fuente (San José de Costa Rica, 1971)

            Voz interior (Barcelona, 1972)

            Vamos, Jonás (Salamanca, 1974)

            Objeto de contemplación (Jaén, 1978)

            Tal vez mañana (Madrid, 1978)

            Cables y pájaros (Madrid, 1979)

            Música callada (Cádiz, 1981)

            Los Cantos de Contrebia (Cuenca, 1985)

            Tierra enamorada (Madrid, 1986)

            Escondida senda (Madrid, 1986)

            La otra claridad (Madrid, 1989)

            Poemas para una exposición (Madrid, 1991)

            Salmos desde la noche (Madrid, 1993)

            Elegías del Rus (Córdoba, 1993

            Dios del Venir (Madrid, 1994)

            Los pájaros regresan a la tarde (San Sebastián de los Reyes, 1995)

            Xaire (Madrid, 1998)

Apuntes de Alarcón (Madrid, 2001)

            Indagación del otoño (Madrid, 2002)

* Prosa

            Una llamada al misterio, cuatro poetas hoy (Barcelona, 1975)

            Cartas a los niños de todas las edades (Madrid, 1985)

            Concierto en cuatro tiempos para Carlos de la Rica (Cuenca, 1988)

            Con Don Bosco de la mano (Madrid, 1994)

Bibliografía

            Enrique Domínguez Millán: “Música callada”. Diario de Cuenca, 06-05-1981

            Luis Jiménez Martos: “Rafael Alfaro, entre el ensimismamiento y la alteración”. La Estafeta Literaria, 15-04-1978

            Florencio Martínez Ruiz: “Rafael Alfaro, objeto de sí mismo”, Diario de Cuenca, 11-10-1977 / “Rafael Alfaro, el nuevo Fray Luis de la poesía conquense”, Diario de Cuenca, 06-11-1977

            Carlos de la Rica: “Mi galería de retratos conquenses: Rafael Alfaro”. El Día de Cuenca, 30-08-1984