La mayor parte de las tertulias televisivas (las radiofónicas también, pero algo menos) son muy molestas por la afición generalizada a interrumpirse unos a otros, como si todos tuvieran mucha prisa por decir lo que tienen en mente y no pudieran esperar unos segundos a que el otro interlocutor termine de hablar.

Pues miren lo que se acordó en la sesión celebrada por el Ayuntamiento de Cuenca el 6 de octubre de 1506: “que el regidor que hablare hablando otro, que pague un real porque hablando todos embarázanse los negocios y no se despachan y que será esta pena para los pobres o para las monjas”.

No dispongo de información sobre cómo se cumplió este acuerdo, pero sí hay otro posterior, del 27 de noviembre de 1526, en que el teniente de corregidor reitera el mandamiento a los regidores de que no hablen unos con otros cuando están reunidos, advirtiendo en este caso con la multa de 200 maravedíes cada vez, y además que no digan chistes ni se rían con los comentarios que oigan de los demás.

Qué sabios y prudentes eran los políticos del lejano siglo XVI y que bien harían los ciudadanos de hoy asumiendo algunos de tan beneméritos ejemplos.

 

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