A los parajes de la Serranía de Cuenca acostumbran los narradores atribuirles algunos conceptos que, por manidos y repetidos, encuentran fácil acomodo en el entendimiento de las gentes. Hay que decir, por lo menos, que son abruptos, cuando no ásperos, intrincados, escarpados, fragosos (excelente folleto, con este apelativo, Tierra Fragosa, el que escribió en tiempos Juan Giménez de Aguilar), intrincados, escabrosos y no sigo recurriendo al repertorio de sinónimos, que sin duda no se agota aquí ni muchísimo menos. Seguramente yo mismo también he utilizado en algunas ocasiones esa generosidad de nuestro idioma, porque son palabras que vienen bien cuando uno quiere aportar expresividad sonora y rotunda al escenario, siempre magnífico, que tiene delante de la vista tan pronto abandona el recinto urbano para desparramar emociones al aire libre. Y sin embargo, pensándolo en frío, con una intención más objetiva que sensitiva, creo que en los espacios serranos conquenses hay menos aspereza de la que suele apreciarse en ese desgranar tópicos y en cambio resulta más asequible encontrar momentos y lugares vinculados con la belleza, la poesía, la emoción y, en definitiva, la sensibilidad. No es la Serranía de Cuenca un lugar abrumado por la grandeza de ásperas montañas ni el terror de abruptos desfiladeros, aunque los haya. Pero en el cómputo de los factores que dan como resultado ese espacio natural, encuentro más motivos para la amable contemplación y el suave disfrute.
Como para darme la razón, en el corazón de uno de esos parajes está el Monumento a la Madera , una de las más singulares propuestas artísticas que podemos encontrar en nuestro territorio provincial y aún yo diría que en otro mucho más amplio, no solo por la obra en sí misma, sino por lo que tuvo como precursora de este tipo de iniciativas artísticas. Fue en el año 1966 (fíjense si no fueron adelantados los que así pensaron) cuando Gustavo Torner recibió y materializó el encargo de preparar una obra que sirviera de recordación futura del Congreso Forestal Mundial por entonces celebrado. Era, conviene decirlo también, una época en que la ciudad de Cuenca mostraba una profunda preocupación por su propio patrimonio forestal y por todo lo que tuviera que ver con los bosques, los montes, la madera y elementos vinculados; recordaré también que, en prueba de ese interés, incluso llegaron más tarde a convocarse unas Jornadas Forestales desarrolladas durante bastantes años seguidos antes de que llegaron los tiempos de la despreocupación en que ahora vivimos, pues de los montes lo único que les interesa es su productividad en euros y lo demás queda para la utopía.
Encuentro a Gustavo Torner de vez en cuando en un espacio que nos es común, la Plaza Mayor de Cuenca, y siempre valoro en él su afabilidad tan profundamente humana, la generosidad para transmitir ideas y conocimientos a quienes no los tenemos, la lucidez mental que le hace mantener posiciones perfectamente actuales que pueden contradecir los años que ya tiene y el espíritu crítico con que observa el mundo que le rodea. A su concepción del arte y la naturaleza se debe esta singular pieza escultórica. Un juego de líneas y vacíos por los que penetra libremente el aire fresco de la Serranía , un cubo metálico suspendido en el vacío, sostenido apenas por unas líneas intangibles, para producir una sensación de etéreo misterio corporal, como un punto suspensivo en el corazón de la arboleda. A su lado, apenas a unos metros, el Escabas avanza con un rumor metódico, el de un breve río casi recién nacido en el corazón del Hosquillo y destinado a morir no mucho más adelante. Contemplo siempre con admiración esta delicada pieza artística, como una sublimación de todas las potencias imaginables trasladadas al fragor de las montañas en un ejercicio de síntesis y expreso respeto por quienes, en un tiempo tan lejano, tuvieron la idea genial de homenajear a la madera, en su propio ámbito natural.
Cómo llegar
Desde Cuenca por la CM 2105 hasta Villalba de la Sierra; en este punto, se toma la CUV 9113 hasta Las Majadas y desde aquí se sigue por una pista forestal de atrevido diseño, hasta llegar a la profunda hondonada en que se encuentra el paraje de Tejadillos, en el monte público 119, Sierra de los Barrancos.