Pedro Gandía vuelve a la novela

Podría decirse, sin exagerar mucho, que cada nuevo libro de Pedro Gandía (Minglanilla, 1953) es un regalo visual e incluso táctil, porque se trata siempre de ediciones cuidadas con el mimo y el cariño que deberían aplicarse siempre a cualquier libro editado, algo infrecuente, sobre todo desde que se implantó el sistema de las autoediciones, que en muchos casos se hacen de cualquier manera. Dejo aparte este tema, que puede dar juego en otro contexto, para volver a Beslama, en que su autor vuelve al terreno de la narrativa, donde aparentemente al menos parece encontrarse muy a gusto y lo hace con un relato que tiene una estructura cargada de nostalgia y referencias, al estilo de las novelas románticas de viajes y aventuras, solo que en este caso la trayectoria es sobre todo interior. El protagonista, Sebastián, es un fotógrafo español residente en Londres que periódicamente viaja a Marruecos para revivir experiencias conocidas pero que necesita actualizar en cada periodo de su vida. Ciudades emblemáticas, como Xauen, Meknés, Fez o Marrakech se incluyen en ese recorrido vitalista que Pedro Gandía describe con prosa pulcra, bien trenzada, en la que los espacios descriptivos engarzan a la perfección con los pasajes intimistas que transmiten las vivencias del personaje.