Muñoz y Soliva, Trifón

Cuenca, 03-07-1811 / Cuenca, 18-12-1869

Nacido en el seno de una humilde familia, ligado toda su vida a la Iglesia de Cuenca, entró muy niño aún en el seminario del que salió ya con el traje talar para ir de párroco a Villaconejos de Trabaque y Gascueña, ejerciendo como arcipreste de la comarca de Priego, aunque pronto regresó a la capital de la diócesis como canónigo magistral de la catedral y profesor del Seminario de San Julián, del que fue rector (1849-1855), además de ejercer como administrador económico de la diócesis y de la Santa Cruzada y recibir el título honorífico de predicador de Su Majestad, dedicación a la curia y el sacerdocio que no le impidió, en absoluto, mantener de forma paralela una muy intensa actividad periodística y literaria. Doctor en Teología, por sus trabajos literarios fue reconocido como académico correspondiente de las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando. Dirigió desde 1859 y hasta su muerte el Boletín Eclesiástico, colaboró en el periódico La Juventud Católica y puso en marcha, por su propia iniciativa y prácticamente con su única redacción el curioso periódico La Honda de David, del que publicó varios números en 1869, de marcada tendencia ultraconservadora con ribetes afines al carlismo y ello a pesar de que su padre político, Félix de la Cuesta, fue el primer alcalde constitucional de Cuenca, en 1823. Entró a saco en la historia de Cuenca, primero con una ambición limitada, la de hacer la biografía de los obispos de Cuenca (el popularísimo y saqueado Episcopologio) que a continuación quiso ampliar con una obra mucho más completa y siempre necesaria) la Historia de Cuenca, que proyectó en cuatro volúmenes, aunque quedó en solo dos, de irregular estructura y más que discutible contenido. Había iniciado su actividad literaria con una especie de novela satírica, Aventuras del rústico Di-Mas de Quincoces, cuyo juicio no va más allá del que mereció a Torres Mena: “una gerundiana diatriba política, a modo de novela, en tres mazorrales tomos”. Sin embargo, no hay total coincidencia en atribuir la autoría de esta obra a don Trifón, pues Dionisio Hidalgo asegura que el autor fue Atilano Melguizo, sin que su aportación documental resulte concluyente para establecerlo así.

La obra más popular de don Trifón es el Epìscopologio, pero la más ambiciosa y de mayores vuelos fue la Historia, en la que refundió lo que ya había publicado en aquél, con nuevas aportaciones, de las que sobran la mitad, pues son larguísimos (y en ocasiones disparatados) parlamentos que recogen la historia general del país, perfectamente inútiles para el motivo central que le animaba, que era el de una historia estrictamente local. Pero todo ello sin ningún orden ni concierto, de manera que al cabo resulta un ingente material desperdigado a lo largo de cientos de páginas, entre los que se mezclan datos valiosos, otros curiosos, algunos novedosos y muchos directamente extraídos de la fantasiosa mentalidad del autor, empeñado en encontrar las raíces de Cuenca en los mitológicos thobelios o en explicar las etimologías de los nombres de los pueblos mediante el retorcimiento de prefijos, sufijos y derivaciones, lo mismo del etrusco que del sánscrito, sin ningún límite. Sin embargo, no se puede negar que entre esa maraña de noticias, aparecen muchas ciertamente valiosas o interesantes, por más que, como no hay la menor información sobre referencias bibliográficas, archivos consultados o aporte documental, en muchos casos nos pueda quedar la duda acerca de la certeza o valía de lo que dice.

Fue, desde luego, un sujeto activísimo. Con su habitual capacidad imaginativa, Carlos de la Rica ha recreado la figura del canónigo librándola de pesares y adornándola de un carácter  seguramente poco acorde con su vehemencia natural: “A la fuente fuera del Abanico don Trifón por jugar a los bolos, a componer su sermón sube los Descalzos, platica con don Crisanto Escudero que da abierta vía al compuesto, oído abierto al erudito, la botonadura roja y el alzacuellos, manteo y buen paño, todo él pulcro que a ello fuerzan exigencias del púlpito y cátedra. La ciudad sestea aburrida, abajo Carretería llena de tilos, toldos para la sombra y el comercio, levítica aledaños de la Basílica por donde él pasa a diario rezando a San Julián y a la Virgen del Sagrario el rosario, la afilada torre catedralicia con sus campanas, el carillón de las carmelitas más a la cima, y las petras debajo, silenciosa la calle pues son las seis cuando dice su misa, vuelve la página del ritual y reza en el Breviario: dixit Dominus domino meo, cierra el libro ya en la tarde, vísperas, duerme la ciudad como él propio, mientras arriba pasan las grajas camino, así ha sido siempre, alas hacia los chopos del Vivero”. Fue enterrado en el cementerio de San Isidro.

Obra publicada

Aventuras del rústico Di-más de Quincoces (Madrid, 1844-1845)

Novena a la Santísima Virgen María, que con el titulo del Pinar, se venera en su ermita extramuros de la villa de Cañamares (Cuenca, 1857)

Inauguralis discursus pro solemni aperturae conventu cursus scholaris (Cuenca, 1858)

Noticias de todos los Ilmos. Sres. Obispos que han regido la diócesis de Cuenca (Cuenca 1860)

Historia de la muy N. L. e I. ciudad de Cuenca y del territorio de su provincia y obispado (Cuenca, 1866-1867)

Referencias: Carlos de la Rica, “Don Trifón Muñoz y Soliva o el ilustrado canónigo”. Revista Cuenca, núms. 21-22, pp. 103-104 /  Hilario Priego / José Antonio Silva, Diccionario de personajes conquenses. Cuenca, 2021; Diputación Provincial, pp. 386-387