Cuenca, ¿? / Madrid, 03-08-1641
Mateo López da una escueta noticia sobre este sujeto, ampliada de manera exagerada (diez páginas en su Historia, cuando a personajes de mérito los ha liquidado con cuatro líneas) por Muñoz y Soliva. El primero de los cronistas resume bien la personalidad de este individuo, natural de Cuenca “de ingenio travieso y tan diestro en fingir escritos y despachos reales, que trajo revueltas las Cortes de España y Roma y algunas otras”. El canónigo añade que Molina fue seminarista en Cuenca (tras haber estudiado con los jesuitas de la calle de San Pedro), de donde pasó a la Universidad de Alcalá, para iniciar los estudios de arte, hacia 1620, que abandonó, marchando a la corte a vivir de enredos mientras escribía por encargo papeles de diverso carácter, aspirando a ganarse la vida con la literatura. En esa línea difusa entre el orden y la picardía, empezó a conocer cárceles y galeras, por un delito de falsificación de documentos, pero cinco años más tarde fue cautivo de moros, hasta que pudo ser liberado mediante un rescate. De regreso a Madrid, trabajó para el obispo de Coimbra y luego para el conde de Saldaña, hasta que en 1635 viviendo en Sevilla, fue detenido sospechoso de espiar “y no enmendándose de los embustes y enredos que había hecho, dio principio a hacerlos de nuevo, fabricando falsedades nunca vistas ni oidas, fingiendo cartas, decretos y acuerdos”pero no pudieron encontrar pruebas suficientes hasta que en 1640 nuevamente fue preso, hallando en su poder una serie de papeles que le comprometían muy seriamente. Se formó un tribunal para investigar lo que tenía todas las trazas de ser un complot contra la corona. Murió ajusticiado en Madrid el 3 de agosto de 1641, tras haber entregado a su confesor un documento en el que explica todos sus manejos que, vistos y leídos desde nuestra óptica, no entrañaban maldad alguna en quien fue, sencillamente, un pícaro enredador buscando el modo de sobrevivir. Pero, como es natural, los tiempos no estaban para bromas y en la horca terminaron las aventuras de Miguel de Molina, cuyo cuerpo, en un alarde de inhumana crueldad, fue cortado en cuatro pedazos que quedaron expuestos a la contemplación popular durante varios días. Lleva razón Muñoz y Soliva cuando dice “que un simple pendolista formase una trama tan vasta, complicada y bien urdida, no se concibe”.Sin duda, su silencio final salvó a quienes realmente estaban comprometidos en el complot.
Se le acusó de haber falsificado las firmas hasta en 300 documentos, engañando a personalidad notables. Antes de morir, en la escalera de la horca, había entregado un papel con el siguiente texto: «Yo soy Miguel de Molina, natural de Cuenca, cuyas culpas son las mayores contra Dios, contra el rey nuestro Señor, contra la patria, contra el señor Conde-Duque, contra los más fieles y leales ministros de esta monarquía… Confieso que he sido causa inmediata de la mayor parte de los daños que ha padecido y padece la monarquía, porque yo soy quien fingí que el rey nuestro Señor y el Emperador, motivados por el señor Conde-duque maquinaba la muerte de nuestro Santo Padre Urbano VIII, para cuyo intento finjí decretos de S. M. y del Conde-duque, órdenes y pareceres de consejeros de Estado, cartas de embajadores y virreyes, todo lo cual supuse con ánimo de sacar dinero al Nuncio y embajadores de los príncipes, sin reparar en el daño que de ello podía resultar al mundo, y no contento con esto, inventé que de no poderse llevar a cabo la muerte, se intimaría un Concilio al Papa para deponerle y causar un cisma en la iglesia, y finjí que se quería matar al cardenal Richelieu, privado del rey cristianísimo, mostrando decretos, pareceres y cartas que yo fingía, dando a entender a los embajadores que yo era oficial del Consejo de Estado y que de allí sacaba noticia para estos enredos, con que he turbado el mundo. Que todo lo fabriqué de mi mano, sin que en cosa alguna tuviese noticia ni inteligencia ningún ministro, secretario ni oficial de cuantos el rey tiene y ha tenído; por lo que pido a Dios perdón y al rey nuestro Señor, al Emperador, al Conde-duque, al duque de Medina de las Torres, al marqués de Leganés, duque de Villahermosa, conde de Oñate, marqués de Villafranca, marqués de Mirable, al Ilmo Señor Inquisidor General, Padre confesor, Excmo. Sr. Cardenal Borja, Cardenal Espínlola, cardenal Sandoval, al Señor D. Gerónimo de Villanueva, protonotario de Aragón, secretario de Estado, al Señor D. Francisco de Melo, al Señor Marqués de Valparaiso, al Señro marqués de Castañeda, Señor conde de la Roca, al embajador de Génova, al veedor general D. Gerónimo de la Torre y a todos los demás que mezclé en estos enredos, etc… Fecha en la Plaza Mayor de Madrid y lugar de suplicio, Madrid 3 de Agosto de 1641. Miguel de Molina”.
Referencias: José María Álvarez Martínez del Peral, “Conquenses traviesos”. Boletín de la casa de Cuenca en Barcelona, núm. 6, junio 1933, p. 11 / Mateo López, Memorias históricas de Cuenca y su obispado. Edición de Ángel González Palencia. II) Cuenca, 1954, p. 220 / Trifón Muñoz y Soliva, Historia de la M. L.e I. Ciudad de Cuenca, y del territorio de su provincia y obispado. Cuenca, 1867, II, pp. 750.760