MARTÍNEZ, Benito

Minglanilla, 1788 / M. 1848

            Hijo de una humilde familia, desde niño fue llamado Benitón por su extraordinario desarrollo físico. De él se citaban multitud de anécdotas en que dejó pruebas de su fortaleza física, como el haber cargado 42 arrobas de sal (cuando de joven trabajaba en las minas de su pueblo), considerable peso que mantuvo sobre su espalda mientras se comía un bocadillo o el haber detenido en Murcia un coche de dos mulas, agarrándose a una rueda y otras habilidades parecidas. Alistado en el Ejército, volvió a reproducir en la milicia a la vez arrojo y valentía, alcanzando el grado de capitán tras subir la escala de honores desde el nivel de soldado, siempre por méritos de guerra. Era cabo cuando se lanzó al asalto del fuerte del Olivo, cerca de Tarragona, controlado por los franceses. Cuenta Giménez de Aguilar que Benitón “tras de encarnizada lucha, logró entrar de los primeros en el fuerte, dejando una sangrienta e indubitada estela de su paso; cada golpe de su sable partía en dos un francés”; para entonces, y por orden de su coronel, ya recibía doble ración de rancho, pues consideraba el mando que una sola no bastaba para sostener el cuerpo de aquél gigante. Al final de su vida y ya de regreso a su pueblo natal, Don Benitón hacía gala más que de cruces y condecoraciones, de las once cicatrices de heridas que tenía repartidas por todo el cuerpo, obtenidas en las luchas de la guerra de la Independencia y en la de Marruecos. En esa etapa final mostró algunas simpatías por las facciones carlistas que hacían incursiones en la zona de la Manchuela procedentes de la región valenciana.

Referencias: José María Álvarez Martínez del Peral, “Conquenses ilustres”. El Día de Cuenca, 25-08-1927 / Juan Giménez de Aguilar; revista Juventud, núm. 2, 07-12-1919 /  Trifón Muñoz y Soliva, Historia de la M. L.e I. Ciudad de Cuenca, y del territorio de su provincia y obispado. Cuenca, 1867,  II, pp.. 943-948]