MARCO PÉREZ, Luis

Fuentelespino de Moya 19-08-1896 / Madrid 17‑01‑1983

Escultor, que se manifestó artísticamente en una doble vía, la del naturalismo realista por un lado, y la imaginería religiosa por otro, hasta configurarse, en ambos territorios, como una de las figuras capitales del arte y la cultura contemporáneos.

 Hijo de un carpintero, cuentan que desde niño mostró afición a elaborar figuras artísticas en madera, haciendo retratos de personas del pueblo e incluso pequeñas imágenes en barro y diminutos pasos de madera que regalaba a sus amistades, tendencia que animó a la familia, en la primera década del siglo a fijar su residencia en  Valencia con la intención de poder desarrollar unos estudios adecuados; allí ingresa en el taller del imaginero Modesto Quilis, a continuación en la Escuela de Artes y Oficios y luego en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos (1913-1919). Del taller de Quilis pasa al de otro artesano, Sanchiz, especialista en la elaboración de medallas, técnica que Marco Pérez practicará toda su vida. Gracias a una beca concedida por el Círculo de Bellas Artes de Valencia, a partir de 1919 completa estudios en Madrid con José Ortells, un experto en el estudio y plasmación de la anatomía humana (había sido primera medalla en la Exposición Nacional de 1917)  y conoce a Victorio Macho y Julio Antonio, quienes le producen una gran impresión, que se reflejará a partir de ese momento en su estilo, hasta entonces orientado hacia las líneas clásicas y que en adelante evolucionará hacia una tendencia más realista, vinculada al naturalismo castellano. Asiste a clases no regladas en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, recorre con detenimiento todos los museo madrileños y empiezan a tomar forma sus primeras obras, entre ellas Musa gitana y Ofrenda.

En 1920 le prorrogan la pensión valenciana que se le había concedido con una curiosa condición: “estudiar tipos humanos”. El artista elige desarrollar esa misión en su tierra natal y de esa manera regresa a Cuenca y prepara obras tan notable como La princesilla de la Hinojosa, El romancista de Uña o La cabeza de María del Carmen Antelo, con las que prepara su primera exposición, organizada en 1922 por el Ateneo de Cuenca, en el vestíbulo del círculo de La Constancia, y en la que presentó una escultura con la que aspiraba a obtener una pensión de la Diputación para seguir estudios en Italia, donde efectivamente estudia con detenimiento especial las figuras de la escultura clásica y renacentista. También visitó Francia, donde quedó impresionado por las esculturas de Rodin además de realizar un acercamiento a los movimientos de la vanguardia europea.

Entre 1922 y 1930 gana sucesivamente los premios nacionales en todas sus categorías, siendo el único escultor español que los ha conseguido: tercera medalla con El alma de Castilla es el silencio… Cuenca (1922); segunda medalla con Idilio ibérico (1924), una obra que se considera perdida o, al menos, ilocalizada; medalla de oro con El hombre de la sierra (1926), cuyo original se encuentra situado en los jardines inmediatos al Museo Nacional Reina Sofía, con un vaciado en el parque de San Julián de Cuenca y medalla de honor con El pastor de las Huesas del Vasallo (1930). A esos premios se une, en una fecha tan temprana como 1924, un homenaje público en la ciudad conquense, a la que se vinculará de manera intensa en los años siguientes, formando parte del grupo de artistas e intelectuales que promueve un interesante movimiento de vitalización cultural en la hasta entonces apagada urbe serrana.

Recibe entonces el encargo de tallar el Monumento a los soldados de la provincia muertos en África, que ejecuta en 1926, tiempo que coincide con el de su matrimonio con María del Carmen Sevillano López, enlace del que no se produciría descendencia. Profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Cuenca, a partir de 1927, en la especialidad de Modelado y Dibujo Artístico, un año más tarde recibe el nombramiento de escultor municipal por encargo del Ayuntamiento de Cuenca, en virtud del cual realiza numerosas obras para la ciudad; en concreto, se le encargaron los bustos de tres personas consideradas bienhechores sociales: doña Gregoria de la Cuba, el obispo Antonio Palafox y el filántropo Lucas Aguirre que, junto con El hombre de la sierra, habrían de servir de ornato a las cuatro bellas glorietas del parque de San Julián (La Ilustración Castellana, 08-05-1927) propósito que, como sabemos, quedó incumplido en lo referente a Palafox, sin que hayamos encontrado ninguna explicación sobre esta ausencia. Mientras, solicitó una pensión de la JAE para ampliar estudios en el extranjero, sin conseguirla, pero sí participó, en 1932, en la Exposición internacional de Venecia, representando a España junto con otros artistas con el bronce Vieja castellana.

El monumento a los soldados muertos en África es un eficaz alegato pacifista

En 1926 había recibido el reconocimiento de hijo predilecto de Cuenca (a pesar de que no había nacido en la ciudad); luego hace varios pasos para la Semana Santa, entre ellos los de la Santa Cena, El Descendido y un Cristo agonizante, destruidos durante los incendios de edificios religiosos al comienzo de la guerra civil. En esa etapa merece especial significación la presencia de Marco Pérez en la Escuela de Artes y Oficios de Cuenca situada desde 1927 en la planta baja de la Diputación Provincial, en la que impartió las materias de Dibujo artístico e Historia del Arte, Modelado y Vaciado. Una relación amistosa y realmente fecunda, en la que se inscribió, sin embargo, un penoso incidente posterior cuando en 1938 el artista pidió autorización a la Diputación Provincial para poder disponer de dos de sus obras, Vieja conquense y Diana cazadora, con el fin de poder trasladarlas a la exposición internacional de Bogotá, petición que le fue denegada, provocándose así un distanciamiento conflictivo entre el escultor y el ente provincial

En 1933 gana las oposiciones a la Escuela de Artes y Oficios estatales, obteniendo plaza en Valladolid como profesor titular de Modelado y Vaciado y Composición decorativa (Escultura); allí ejecutó el mausoleo del general Martínez Anido. Al año siguiente consigue el premio del Concurso Nacional de Arte Decorativo, en la sección de Escultura, compartido con Jesús Moreno y la beca del conde de Cartagena para residir un año en el extranjero, concedida por la Real Academia de San Fernando, lo que le permite viajar a Italia, Francia, Alemania, Dinamarca, Grecia y otros países. Mientras, elabora también una larga colección de bustos de conquenses anónimos, tanto hombres como mujeres de diferentes edades y condición y en cualquier tipo de material (bronce, madera, dibujos) con un detallismo ciertamente admirable, formando una magnífica colección que se conserva en buena parte en el Museo de Cuenca. La última obra importante de este periodo es el monumento funerario de la familia Serrano, en el cementerio de Cuenca (1936), en el cementerio municipal de Cuenca, al que se le han podido encontrar no pocas similitudes con el ya mencionado paso de El Descendido anterior a la guerra, labrado en madera de nogal sin policromar. Otro mausoleo funerario es el de los Navarro, en el cementerio de Valencia.

El estallido de la guerra civil le sorprendió en Valencia, donde estaba pasando las vacaciones de verano, permaneciendo allí durante todo el conflicto, ante la imposibilidad de poder hacer el viaje de ida y retorno a Valladolid, donde tenía su plaza docente, ya que ambas ciudades habían quedado ubicadas en diferentes zonas de guerra, ofreciendo sus enseñanzas en la Escuela de Artes y Oficios de la capital levantina. Al término del conflicto obtiene por oposición plaza de profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, fijando su residencia en la capital de manera definitiva, hasta 1956, en que fue nombrado catedrático de Talla Escultórica de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, que desempeñó hasta su jubilación en 1970.

El Cristo Yacente del viernes santo en Cuenca ofrece un impresionante estudio de la anatomía humana

Tras la guerra civil orientará su actividad de manera prioritaria a la elaboración de imaginería religiosa. A partir de 1940 recibe el encargo de rehacer la práctica totalidad de los pasos de Semana Santa de Cuenca, destruidos durante la guerra civil. Destacan, entre ellos, Jesús amarrado a la columna y Jesús Nazareno de El Salvador (1941), San Juan Bautista (1942), Virgen de las Angustias (1943), Jesús de Medinaceli, Cristo de Paz y Caridad, Nuestra Señora de la Soledad del Puente, Jesús Caído y la Verónica, San Juan Evangelista, Cristo de la Luz, Jesús orando en el Huerto de San Esteban, San Pedro Apóstol, El Prendimiento, Ecce Homo de San Gil, El Descendimiento, La Exaltación, Cristo Yacente y Jesús entrando en Jerusalén. Aunque el artista mantenía la tesis de que estas imágenes deberían conservar la tonalidad natural de la madera en que fueron talladas, tuvo que amoldarse al criterio de la Junta de Cofradías, que prefería el cromatismo y así las podemos ver. También esculpió un Cristo del Perdón y de las Aguas (1943) y un Santo Descendimiento (1944), para Ciudad Real. El retablo de la iglesia de Valdepeñas (1959) es obra de evidente valor en la que figuran las tallas de los doce apóstoles y cuatro santos manchegos. Esta actividad la alterna con la realización de obras profanas, como La mujer del macho cabrío o varias Dianas, en las que recupera el vigor juvenil ofreciendo unas imágenes de sensual carnosidad y espléndida belleza. Su obra más monumental es la serie de relieves para la Torre de Madrid, raro ejemplar de escultura aplicada a arquitectura, sistema que no fue muy del agrado del artista. Su trabajo se vio prácticamente interrumpido a partir de 1970, a causa de una artritis. No obstante, aún aceptó hacer El Descendido, para la Semana Santa de Cuenca, con el resultado de ofrecer una obra de escaso valor, en la que es difícil encontrar el genio imaginero del autor, sustituido por el discreto oficio de sus ayudantes. Pero Marco Pérez no se centró exclusivamente en la imaginería religiosa, sino que también ejecutó buen número de tallas de otro tipo que llevó a cabo y que se encuentran repartidas por toda España y buena parte de América, muchas de ellas en viviendas particulares, lo que dificulta su localización.

La obra de Marco Pérez encaja de manera indudable en la tradición del clasicismo español y es ajena a las incorporaciones de la estética vanguardista que toma forma en la segunda mitad del siglo XX, un movimiento que el artista nunca denigró pero en el que tampoco participó ni mostró recibir influencia alguna. En algunos textos analíticos se menciona a Marco como un artista aislado y, ciertamente, no formó parte de ninguna escuela o grupo estético convencional, a lo que se debe añadir su vocacional tendencia a vivir en provincias (Cuenca, Valladolid) y a trabajar temas locales, como son todos los vinculados a nuestra ciudad, pero ello no debe desmerecer en absoluto el profundo conocimiento que tuvo en todo momento acerca de las circunstancias del arte de su tiempo. Conocedor de los movimientos estéticos e ideológicos que cobran forma en la primera mitad del siglo XX, participa de las acciones reivindicativas que, desde distintos sectores intelectuales toman conciencia de la crisis nacional que encuentra en la recuperación de la esencia castellana la vía para conseguir una activación del viejo espíritu nacional y ello sin que en ningún momento el artista se incluya en ningún movimiento de tipo político. Para Marco Pérez, la castellanía se refleja en los tipos humanos que salen de sus manos, siempre serios, cargando sobre sus espaldas una historia dolorida y amarga que proyecta hacia el exterior la misma imagen apesadumbrada que recogen Unamuno, Ortega, Maeztu y tantos otros de sus compañeros de generación.

En esa obra hay un apartado verdaderamente singular, en el que el artista demuestra una notable maestría: el desnudo femenino, que forma una admirable colección en variados materiales (bronce, madera, piedra, escayola) además de bocetos dibujados. Son figuras que reflejan junto a la perfección de las formas, tanto estáticas como en movimiento, una considerable sensualidad que emiten esos cuerpos de atrevida expresión corporal.

Merece un comentario aparte el Monumento a los soldados de la provincia muertos en África, fechado en 1926 y uno de los pocos existentes en España con este motivo. Como señala Pedro Miguel Ibáñez, “refleja una tipología miguelangelesca frecuentemente aprovechada para los más diversos asuntos, aunque no fuesen estrictamente religiosos como en su origen y se puede calificar de “Piedad secularizada”.Y, en efecto, la obra deja al margen cualquier sentido militarista o glorificador de las armas y la victoria, para centrarse en la figura de una Piedad que ampara amorosamente bajo su manto la figura de un soldado muerto que otro sostiene en sus poderosos brazos. Imagen bellísima que refleja un sentimiento de sosegada paz, bien lejos de los ardores guerreros.

Marco Pérez murió sin que pudiera llevar a cabo su viejo sueño, rehacer el paso de La Santa Cena. Fue enterrado en el cementerio de San Isidro. Florencio Martínez Ruiz ha resumido el sentido artístico de esta gigantesca figura del arte conquense diciendo que fue un artista “clásico y moderno a un tiempo, siempre en plenitud. Incluso cuando no puede por menos de subrayar el sino fatalista de sus figuras, la menesterosa solemnidad de sus hombres, el silencio hondo de las gentes sencillas. Arte humano, claro está, sobre el que pasan sin dañarlo las modas o las tendencias, porque se trata del fruto de la observación animica, de la sensibilidad psicológica, del oficio a prueba de veleidades” [El Día, 08-08-2001, págs. 20-21]. Antes, Bernardino de Pantoja había consagrado una previsión categórica, en forma de adivinación no cumplida por las perspectivas del tiempo: “Cuando se haga el estudio detenido de los escultores españoles que dan lo mejor de su obra ya entrado el segundo decenio de nuestro siglo, el nombre de Luis Marco Pérez ocupará, por su significación dentro del marco de la escultura de este tiempo, relieve bien acusado y personal. Es un artista que atiende a la hora en que vive y se fija en la tierra donde ha nacido. La forma no tiene para él secretos; dibuja con firmeza; modela con briosa y gallarda energía. Trabaja la piedra como la madera, al modo de los grandes maestros del pasado”.

Pomona, una de las bellísimas figuras femeninas talladas por Marco Pérez

Por su parte, Carlos de la Rica explica que “la ciencia del escultor arranca desde las técnicas más clásicas de la imaginería española, ejemplarizada en los tamaños y los raros encantamientos de ellos derivada. En una geometría más bien barroca la policromía se afianza en las formas que se mueven tanto en paños como en expresiones, los dedos y su mismo alcance obliga a la plegaria en un registro religioso concurrente en fundamental devociones”.

Marco Pérez murió en condiciones próximas a la pobreza sin descendencia y sin haber conseguido garantizarse ni siquiera los medios suficientes para disponer de una sepultura digna y entonces sí, a título póstumo (según costumbre arraigada en este país), el 20 de enero se le concedió por Orden Ministerial la medalla al mérito de las Bellas Artes, en su categoría de plata. Su cuerpo fue depositado en una fosa común mientras se formalizaban las gestiones emprendidas por la Junta de Cofradías de Semana Santa (en un gesto que honra a quienes lo llevaron a cabo) para trasladarlo a Cuenca. Así se pudo hacer el 21 de febrero de 1985, cuando una comisión viajó a Madrid para hacerse cargo oficialmente del cadáver que, trasladado a Cuenca, recibió sepultura definitiva en el cementerio de San Isidro el día 23, tras un solemne funeral oficiado en la catedral por monseñor Guerra Campos, en el entorno de una expresiva muestra simbólica del trabajo realizado por el imaginero, arropado en estos últimos instantes por varios de los impresionantes pasos que talló para la Semana Santa de Cuenca. Concluida la ceremonia religiosa, los nazarenos se turnaron para trasladar a hombros el féretro, hasta alcanzar el descanso final en el humilde y bellísimo cementerio que domina la Hoz del Júcar. Para esa ocasión, Alfonso Cabañas compuso la marcha fúnebre Marco Pérez ha muerto.

El 14 de octubre de 1996 se inauguró en Cuenca una magna exposición sobre el conjunto de la obra de Marco Pérez, coincidiendo con el centenario de su nacimiento. La iglesia de San Miguel, la sala Carmelitas y el salón rojo de la Diputación fueron los escenarios elegidos para el montaje de la exposición. Como complemento del homenaje se reacondicionó el espacio destinado a su tumba en el cementerio de San Isidro. Unos meses antes, el 23 de marzo, había quedado instalado el monumento obra de Ángel Heredero Bravo, situado en la Plaza de San Andrés en Cuenca y el 18 de agosto fue descubierta una placa conmemorativa realizada por Adrián Navarro en Fuentelespino de Moya.

Seis años más tarde, en mayo de 2002, otra exposición magnífica tuvo por escenario las Reales Atarazanas de Valencia en la que, entre otras piezas notables, destacaron varias especialmente: Pompona (1949), en mármol de tranco, propiedad de la Academia de San Carlos; Mujer de macho cabrío (1950), también en mármol, de la Universidad Complutense; El hombre de la Sierra. El Hachero (1926), bronce del Museo Nacional Reina Sofía; La Sagrada Familia, de la parroquia del Patriarca San José, de Valencia; Cristo Yacente, de Carabanchel.

El 3 de marzo de 2016 se inauguró en la sala de exposiciones temporales del Museo de Cuenca en la calle Princesa Zaida una muestra titulada Marco Pérez. El descubrimiento de la inspiración, formada por una colección de 50 dibujos y seis escultoras integradas en el propio Museo y que fueron donadas por el propio artista y su familia entre 1975 y 1983.  Los dibujos y bocetos son de temas religioso, mitológico y monumental, aunque también hay retratos, paisajes y varios desnudos tanto femeninos como masculinos. En cuanto a las esculturas, de bronce y escayola, se pudo ver un boceto del sayón del paso de La Exaltación, de 1951; y obras como «Retrato de Labrador”, de 1930; o «Desnudo femenino con pez», de 1950. Una exposición de características similares, también con fondos del Museo de Cuenca, se pudo ver en el mes de abril de 2024 en la Sala Princesa Zaida.

Referencias: José Benedicto Sacristán, Vida y obra del escultor Luis Marco Pérez (1896-1983). Valencia, 1985; Autor / Alfonso González-Calero e Isidro Sánchez Sánchez, Educación, Ciencia y Cultura en España: auge y colapso (1907-1940). Ciudad Real, 2012; Almud, pp. 332-333 / Miguel Ángel Monedero Bermejo, Personajes de Castilla-La Mancha. Ciudad Real, 1990; JCCM, p. 204 / Hilario Priego y José Antonio Silva, Diccionario de personajes conquenses. Cuenca, 2021; Diputación Provincial, pp. 334-336 / Carlos de la Rica, “Marco Pérez, banzo de las calles de Cuenca”. Revista Cuenca, núm. 25‑26, año 1985, pp. 145‑147 / Juan Luis Vasallo, Concesión del premio Barón de Forna al escultor Luis Marco Pérez. Madrid, 1982; Academia, separata