Se que no soy original. Dejé de pensarlo cuando descubrí que hay bastante gente que hace lo mismo que yo vengo haciendo desde un tiempo inmemorial: comenzar a leer el periódico por la última página. No es por sentirme exótico, sino porque creo que lo más interesante está al final y, desde luego, lo menos al comienzo. Por eso, desde un tiempo que no recuerdo, pero que se debe medir en docenas de años, mi lectura dominical empieza (empezaba) siempre por el artículo de Javier Marías, en El País Semanal. De manera que este domingo último he tenido el mismo sentimiento de orfandad que comparten conmigo miles de lectores. Era extraño que, terminado el mes de agosto, que siempre se lo ha tomado de descanso, no hubiera vuelto a ocupar su lugar en el semanario. La solución al misterio llegó al día siguiente y produjo, creo que lo digo bien, un impacto en que se unen lo desconcertante con la incredulidad. No estaba previsto, ni anunciado, en modo alguno, que Javier Marías fuese a morir ya, en estos días, pero ha ocurrido dejándonos inmersos en un bochorno emotivo del que resulta difícil salir para continuar adelante y buscar en otros caladeros remedio a esta pérdida tremenda. Esta mañana me he dado un paseo por Cuenca buscando alguna reacción en las librerías, pero no la hay o yo no la he encontrado. La muerte es un buen pretexto para sustituir en los escaparates los últimos bestseller comerciales o los libros de textos por un buen repertorio de volúmenes de quien ha desaparecido, pero no parece que ese propósito forme parte de los libreros conquenses. Menos mal que la Biblioteca Pública del Centro Aguirre sí que ha salido oportunamente al escenario y ha montado rápidamente un panel con los libros del escritor desaparecido. Lo que lleva implícita una invitación a leerlo, que es lo mejor que se puede hacer en estos casos de desconcierto sentimental.