Dice Octavio Salazar Benítez, catedrático de Derecho Constitucional: “En un país como el nuestro, en el que la mayor obsesión en los últimos meses parece haberse concentrado en los horarios de los bares y en la distancia de las mesas en las terrazas, por no hablar del empeño auspiciado por nuestros representantes en salvar la Navidad o en primar lo productivo sobre la sostenibilidad de la vida, no debería sorprendernos que la noticia del cierre de una librería apenas remueva las tripas del respetable. Sin embargo, quienes necesitamos los libros como el aire que respiramos, ya que sin ellos seríamos incapaces de alzarnos cada mañana y de concebir la vida como un proceso siempre abierto de sorpresas y pasiones recién descubiertas, cuando vemos cerrada la puerta de una librería sentimos una especie de desgarro, una herida que va restando tiempo a nuestro futuro, una suerte de desasosiego que, como si fuéramos parte de una cofradía laica, solo podemos compartir con quienes, como nosotros, viven la lectura como el alimento que nos abre más y más los ojos. Esas lentes de aumento que nos permiten, además de reconocernos, con todas nuestras debilidades, reconocer al otro y a la otra como parte misma de nuestra existencia. En este sentido, la lectura es un ejercicio de radical democracia y las librerías, como también las bibliotecas, el templo que nos permite abrazar el infinito. El infinito en un junco, en palabras de Irene Vallejo. Juncos salvajes nosotros, siempre dúctiles al viento, pero sostenidos a la intemperie gracias a la fortaleza que nos regalan las palabras”.
Ya queda dicho. ¿Para qué añadir más?