IGLESIA DE LA VIRGEN DE LA LUZ

LA IGLESIA DE LA VIRGEN DE LA LUZ Y SAN ANTÓN Y EL BARROCO CONQUENSE

Pedro Miguel Ibáñez Martínez

Cuenca, 2011. Fundación de Cultura Ciudad de Cuenca/Caja Rural de Cuenca, 406 pp.

            La tópica y repetida declaración, contenida en tantos libros y folletos, de que Cuenca es una ciudad sin monumentos individualizados, cae por su peso tan pronto se tiene un mínimo conocimiento de la realidad arquitectónica y se aprecia la existencia no ya de algunos, sino de innumerables inmuebles, religiosos y civiles, que si bien carecen en su mayor parte del sentido ostentoso abundante en otros lugares sí poseen méritos artísticos suficientes para establecer un valioso catálogo que no tiene mucho que envidiar a los de otras ciudades de similares características. El problema es que Cuenca no ha recibido miradas de calado como para saber apreciar lo que en ella hay más de ella de un somero vistazo de conjunto.

            Un buen ejemplo de lo que aquí decimos es la iglesia de la Virgen de la Luz (o de San Antón, como fue popularmente conocida y aún se la llama así). El concienzudo viajero por España, Antonio Ponz, no le dedicó ni una sola palabra, es decir, ni siquiera paró ante su puerta para ver qué había dentro, más allá de una arquitectura exterior de apariencia popular aunque muy bella. Si Ponz hubiera cruzado el umbral de la iglesia hubiera encontrado lo que hoy sabemos perfectamente: el mejor ejemplo de rococó religioso existente en España, una extraordinaria y sorprendente demostración de la maravillosa habilidad decorativa de José Martín de la Aldehuela.

            A esta iglesia dedica un especialista destacado en la materia y la época, Pedro Miguel Ibáñez Martínez (Cuenca, 1949) un amplio y bien documentado trabajo que arranca en los orígenes medievales del barrio de San Antón, estrechamente vinculado a la conquista de Cuenca (1177) y la imagen, visualmente excelente, del puente del mismo nombre, originario también de aquella lejana época. Fue allí donde surgió la primitiva ermita, vinculada a una comunidad de monjes antoneros, en la que fue creciendo de manera muy rápida el culto popular a una imagen de virgen negra, finalmente conocida como de la Luz, que ejerce el patronazgo mariano sobre la ciudad de Cuenca.

            La iglesia que hoy podemos conocer, visitar y admirar es obra directa de José Martín de Aldehuela, como Ibáñez demuestra de manera concienzuda, basándose para ello en documentos de indiscutible firmeza que ponen término a algunas dudas expresadas por autores anteriores o a silencios que, como el ya citado de Ponz (o, más tarde, el del cronista local Mateo López) pretenden ignorar la enorme influencia del arquitecto turolense en la elaboración de la Cuenca que hoy conocemos. A analizar las aportaciones de Aldehuela dedica el autor un buen capítulo de su libro, para entrar finalmente en el objeto de su trabajo, la iglesia de la Virgen de la Luz, paradigma estético del barroco conquense. Ibáñez, que ya en trabajos anteriores había demostrado sobradamente su conocimiento sobre el arte de ese periodo, singularmente aplicado a Cuenca (recordemos aquí sus importantes libros sobre el pintor Yáñez de la Almedina o la monumental exposición, en dos volúmenes, sobre las vistas de Cuenca pintadas por Anton van der Wingaerde, por no aludir a su no menos exhaustiva obra en tres volúmenes sobre la pintura conquense del siglo XVI) redondea aquí ese concienzudo trabajo de investigación e interpretación ofreciéndonos un riguroso análisis de la entrañable iglesia de la Virgen de la Luz, tanto más bella cuanto más desconocida ha sido hasta ahora para quienes se dedican a estudiar el arte español.